— ¡Es usted imposible! — Su rostro abandonó la pantalla, pero no cortó la comunicación.
Apareció su ayudante.
— Mire — dijo ésta —, ese trabajo vale realmente la pena. Me encontraré con usted en la estación, bajo el Nuevo Cortés. Estaré allí tan pronto como pueda, y tendré su dinero y sus billetes.
— Estupendo, querida. Será un placer.
Llamé a mi casero, le dije que le dejaba la llave en la nevera, y que se asegurara de que la comida no se estropeara.
Lo que Fawcett no sabía era que nada me hubiera inducido a no acudir a aquella cita.
El nombre y la dirección eran los que el Jefe me había hecho memorizar justo antes de morir. Hasta entonces no había hecho nada al respecto porque él no me había dicho por qué deseaba que los memorizara. Ahora lo sabría.
28
Todo lo que decía la placa en la puerta era DESCUBRIDORES, INC. y ESPECIALISTAS EN PROBLEMAS EXTRAPLANETARIOS. Entré, y una recepcionista viva me dijo:
— El puesto ya está cubierto, querida, yo lo conseguí.
— Me pregunto cuánto tiempo vas a conservarlo. Tengo una cita para ver al señor Mosby.
Me miró atentamente, sin apresurarse.
— ¿Acaso ha pedido una prostituta por teléfono?
— Gracias. ¿Dónde te tiñen el pelo, encanto? Mira, he sido enviada aquí por las Líneas Hiperespaciales, oficina de Las Vegas. Cada segundo le está costando a tu jefe oseznos.
Soy Viernes Jones, Anúnciame.
— Estás bromeando. — Tecleó en su consola, habló en un interfono. Tendí el oído —.
Frankie, aquí afuera hay una callejera que dice que tiene una cita contigo. Dice que viene de parte de las Hiper de Las Vegas.
— Maldita sea. Te he dicho que no me llames Frankie en el trabajo. Hazla pasar.
— No creo que venga de parte de Fawcett. ¿Acaso me estás engañando con otras?
— Cállate y hazla pasar.
Cortó el interfono.
— Siéntate por ahí. El señor Mosby está en una conferencia. Te avisaré tan pronto como esté libre.
— Eso no es lo que él te ha dicho.
— ¿Eh? ¿Desde cuándo sabes tanto?
— Te ha dicho que no le llames Frankie en el trabajo, y que me hagas pasar. Tú le has dicho unas cuantas tonterías y él te ha ordenado que cerraras la boca y me hicieras pasar. Así que voy a pasar. Mejor anúnciame.
Mosby pareció tener unos cincuenta años e intentaba aparentar treinta y cinco. Lucía un costoso bronceado, un traje lujoso, una enorme y dentona sonrisa, y unos fríos ojos.
Me indicó un sillón destinado a los visitantes.
— ¿Qué la ha demorado tanto? Le dije a Fawcett que deseaba verla antes del mediodía.
Me miré el dedo, luego el reloj de su escritorio. Las doce y cuatro minutos.
— Vengo desde cuatrocientos cincuenta kilómetros, y me he pasado cruzando la ciudad en la lanzadera desde las once. ¿Debo volver a Las Vegas y ver si puedo batir el récord?
¿O vamos directamente al asunto?
— Le dije a Fawcett que se preocupara de que cogiera el de las diez. Oh, bueno. Tengo entendido que necesita usted un trabajo.
— No estoy tan hambrienta como eso. Me dijeron que necesita usted un correo para un trabajo fuera del planeta. — Tomé una copia de mi curriculum, se la tendí —. Aquí están mis cualificaciones. Mírelas y, si soy lo que usted desea, hábleme del trabajo. Escucharé y le diré si estoy interesada o no.
Echó un vistazo a la hoja.
— Los informes que tengo me dicen que está usted hambrienta.
— Sólo cuando se acerca la hora de comer. Mis tarifas están en esa hoja. Son sujetas a negociación… hacia arriba.
— Está usted muy segura de sí misma. — Miró de nuevo mi currículum —, ¿Cómo anda Tripagorda?
— ¿Quién?
— Aquí dice que trabajó usted para las Empresas System. Le he preguntado: ¿cómo está Tripagorda? Tripagorda Baldwin.
(¿Era aquello una prueba? ¿Había estado calculándolo todo cuidadosamente desde el desayuno para hacerme perder los nervios? Si era así, la respuesta adecuada era no perder los nervios pasara lo que pasara).
— El Presidente de las Empresas System era el doctor Hartley Baldwin. Nunca le he oído llamar Tripagorda.
— Sí, creo que tiene algún tipo de doctorado. Pero todo el mundo en el negocio le llama Tripagorda. Le he preguntado como está.
(¡Cuidado, Viernes!) — Está muerto.
— Sí, lo sé. Me preguntaba si usted lo sabía. En este negocio te encuentras con montones de sosías. De acuerdo, déjeme ver su bolsa marsupial.
— ¿Perdón?
— Mire, tengo prisa. Muéstreme su ombligo.
(¿Dónde se produjo esa filtración? Oh… No, liquidamos a toda esa banda. A todos ellos… o al menos eso creyó el Jefe. Y no es probable que la filtración se produjera antes de que acabáramos con ellos. No importa… hubo filtración… como el Jefe dijo que la habría).
— Frankie, muchacho, si desea jugar usted a los ombligos conmigo, debo advertirle que esa rubia oxigenada de la oficina de afuera está escuchando y casi con toda seguridad grabando todo lo que pasa aquí.
— Oh, no está escuchando. Tiene sus instrucciones al respecto.
— Instrucciones que cumple de la misma forma que cumple su prohibición de no llamarle Frankie durante las horas de trabajo. Mire, señor Mosby, ha empezado usted a discutir asuntos clasificados bajo condiciones de no seguridad. Si desea usted que ella pase a formar parte de esta conferencia, hágala entrar. Si no, sáquela del circuito. Pero no siga abriendo más brechas en seguridad.
Trasteó algo en su escritorio, luego se puso repentinamente en pie, se dirigió hacia la oficina de afuera. La puerta no era totalmente a prueba de sonido: oí voces irritadas, en tono apagado. Volvió a entrar, furioso.
— Se ha ido a comer. Ahora dejemos a un lado las patrañas. Si es usted quien dice que es, Viernes Jones, conocida también como Marjorie Baldwin, antiguo correo para Tripagorda… para el doctor Baldwin, director ejecutivo de las Empresas System, tiene usted una bolsa creada quirúrgicamente en la parte de atrás de su ombligo. Muéstremela.
Pruebe su identidad.
Pensé en ello. La exigencia de que probaba mi identidad no era irrazonable. La identificación por las huellas dactilares es un chiste, al menos dentro de la profesión.
Evidentemente, la existencia de mi bolsa correo era ahora un secreto a voces. Ya no volvería a ser útil nunca más… excepto en el sentido de que podía ser usada para probar que yo era yo. ¿Lo era? Sonaba estúpido, lo mirara por donde lo mirar.
— Señor Mosby, ha pagado usted un kilodólar para entrevistarse conmigo.
— ¡Por supuesto que lo he hecho! Y hasta ahora, no he conseguido nada de usted excepto estática.
— Lo siento. Nunca hasta ahora se me había pedido que mostrara el truco de mi ombligo, porque hasta hace poco había sido un secreto muy bien guardado. O al menos eso es lo que yo creía. Evidentemente ya no es un secreto, puesto que usted lo conoce.
Eso me indica que ya no puedo volver a utilizarlo para un trabajo clasificado. Si el trabajo para el que usted me necesita requiere su utilización, quizá será mejor que reconsidere el asunto. Un secreto ligeramente difundido es como una muchacha ligeramente embarazada.
— Bueno… sí y no. Muéstremelo.
Se lo mostré. Siempre llevaba una esfera lisa de nailon de un centímetro de diámetro en mi bolsa para evitar que se cerrara entre trabajos. Extraje la esfera, dejé que la examinara, luego volví a meterla en su sitio… luego dejé que él comprobara que mi ombligo no podía ser distinguido de cualquier otro ombligo normal. Lo estudió cuidadosamente.
— No tiene mucha capacidad.