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Jerry tomó sus muestras e hizo diecinueve otras cosas, y me dio una píldora azul para que la tomara antes de cenar y una píldora amarilla para dormir y otra píldora azul para tomar antes del desayuno.

— Esas no tienen la fuerza de las que usted había pedido, pero servirán, y no harán que un futuro bebé pueda nacer con los pies al revés o algo así. Le llamaré mañana por la mañana tan pronto como sean horas de oficina — Creía que los tests de embarazo eran hoy en día un servicio mientras-usted-espera.

— Oh, vamos. Su bisabuela utilizaba el método de esperar a que la cintura se le ensanchara. Está usted muy mimada. Desee solamente que yo no tenga que repetir el test.

De modo que le di las gracias y le besé, lo cual pretendió evitar pero sin demasiada insistencia. Jerry es un inocente.

Las píldoras azules me permitieron cenar y luego desayunar.

Me quedé en mi cabina hasta después del desayuno. Jerry llamó a su debido tiempo.

— Felicidades, Marj. Me debe una botella de champán.

— ¿Qué? — Me dominé por Tilly —. Jerry, está usted rematadamente loco. Fuera de sus cabales.

— Por supuesto — admitió —. Pero eso no es ningún handicap en este asunto. Venga a verme y discutiremos un régimen para usted. ¿Digamos a las catorce?

— Digamos ahora mismo. Deseo hablar con ese jerbo.

Jerry me convenció. Enumeró los detalles, mostrándome cómo se había realizado cada uno de los tests. Los milagros ocurren y yo estaba demostrablemente embarazada… de modo que era por eso por lo que mis pechos se habían puesto algo blandos últimamente.

Tenía un pequeño folleto para mí, diciéndome lo que tenía que hacer, lo que tenía que comer, cómo debía bañarme, qué tenía que evitar, qué esperar, y cosas así de aburridas.

Le di las gracias, lo tomé y me fui. Ninguno de los dos mencionó la posibilidad de un aborto, y él no hizo comentarios chistosos acerca de las mujeres «que no se han llevado a nadie a la cama».

Sólo que yo no lo había hecho. Burt había sido el último, y eso había sido dos períodos atrás, y de todos modos yo había sido esterilizada quirúrgicamente en la menarquía y nunca había utilizado anticonceptivos de ninguna clase en toda mi ajetreada vida social.

Todos esos centenares y centenares de veces, ¡y ahora él me dice que estoy embarazada!

No soy totalmente estúpida. Una vez aceptado el hecho, la vieja regla de Sherlock Holmes me dijo cuándo y dónde y cómo había ocurrido. Una vez de vuelta en la cabina BB me dirigí al cuarto de baño, cerré la puerta con llave, me quité las ropas, y me tendí en el suelo… apreté ambas manos en torno a mi ombligo, tensé mis músculos, y empujé.

Una pequeña esfera de nailon salió fuera, y la cogí.

La examiné cuidadosamente. No había la menor duda; era la misma pequeña bola que había llevado allí desde que me había sido practicado el truco quirúrgico, la que había llevado siempre excepto cuando transportaba algún mensaje. No era un contenedor para un óvalo en estasis, no era un contenedor para nada… sólo una pequeña, lisa, translúcida esfera. La miré de nuevo, y volví a introducirla en su sitio.

Así que me habían mentido. Me había sorprendido en su momento lo de la «estasis» a temperatura corporal debido a que la única estasis para tejidos vivos de la que había oído hablar implicaba temperaturas criogénicas, nitrógeno liquido o más bajo aún.

Pero eso era problema del señor Sikmaa y yo no pretendía ser una biofísica… si él tenía confianza en sus científicos, no era misión mía discutir. Yo era un correo; mi única responsabilidad era entregar el paquete.

¿Qué paquete? Viernes, tú sabes condenadamente bien qué paquete. No uno en tu ombligo. Uno de aproximadamente diez centímetros, mucho más profundo. Uno que fue implantado en ti una noche en Florida cuando fuiste inducida a un sueño mucho más profundo de lo que esperabas. Uno que tarda nueve meses en ser entregado. Eso pospone tus planes de completar el Grand Tour, ¿no? Si este feto es lo que tiene que ser, entonces no van a dejarte abandonar El Reino hasta que efectúes la entrega final.

Si deseaban una madre huésped, ¿por qué demonios no lo dijeron? Hubiera sido razonable al respecto.

¡Esperen un momento! La Delfina tiene que dar a luz su propio hijo. Para eso se ha organizado toda esa manipulación: un heredero para el trono, libre de todo defecto congénito, de la Delfina… indiscutiblemente de la Delfina, nacido en presencia de al menos cuatro médicos de la corte y tres enfermeras y una docena de miembros de la corte. ¡No de ti, híbrida PA con tu falso certificado de nacimiento!

Lo cual me llevaba de vuelta al escenario original con sólo una ligerísima variación: la señorita Marjorie Viernes, riquísima turista, toma tierra en El Reino para gozar de las glorias de la capital imperial… y atrapa un mal resfriado y tiene que ir al hospital. Y la Delfina es llevada al mismo hospital y… ¡no, alto! ¿Haría la Delfina algo tan plebeyo como ser una paciente en un hospital abierto a los turistas?

De acuerdo, probemos esto: tú entras en el hospital con un mal resfriado, tal como se te ha instruido. Aproximadamente a las tres de la madrugada sales por la puerta trasera en un carro de provisiones con una manta echada encima tuyo. Vas a Palacio. ¿Cuánto tiempo pasas allí? ¿Cuánto tiempo necesitan los médicos de Palacio para disponer la química del cuerpo real de modo que sea receptivo al feto? Oh, olvídalo, Viernes; no lo sabes ni necesitas saberlo. Cuando ella está lista, os sitúan a las dos en sendas mesas de operaciones y abren tus piernas y te lo sacan y lo implantan en ella, mientras aún es pequeño y no presenta ningún problema.

Luego tú recibes un buen premio y te vas. ¿Te da las gracias el Primer Ciudadano?

Probablemente no en persona. Pero posiblemente sí de incógnito, si… ¡Alto, Viernes! No sueñes despierta; tendrías que saberlo mejor. En una conferencia en tu entrenamiento básico, una de las conferencias orientativas del Jefe, te dijeron…

«El problema con este tipo de misiones es que, después de que un agente la ha completado satisfactoriamente y con éxito, algo permanente le ocurre a ese agente, algo que le impide hablar, entonces o más tarde. No, no importa cuán tentadora sea la oferta monetaria, es bueno evitar ese tipo de misiones».

31

Durante el viaje a Botany Bay rumié eso una y otra y otra vez, intentando descubrir algún fallo en ello. Recordé el clásico caso de J. F. Kennedy. Su asesino putativo fue muerto (asesinado) demasiado rápidamente incluso para las audiencias preliminares.

Luego hubo ese dentista que disparó contra Huey Long… y luego se disparó a sí mismo unos pocos segundos más tarde. Y todo el gran número de agentes durante la larga Guerra Fría que apenas vivieron lo suficiente como para llevar a cabo sus misiones y luego «simplemente ocurrió» que cruzaron la calle delante de vehículos que arrancaban.

Pero la imagen que venía una y otra vez a mi mente era tan vieja que resulta casi mitológica: una playa solitaria y un jefe pirata supervisando cómo es enterrado su tesoro.

Se hace el agujero, los arcones con el botín son depositados en él… y los hombres que han practicado el agujero reciben sendos disparos; sus cuerpos ayudan a cubrir el hueco.

Sí, me estoy poniendo melodramática. Pero es de mi barriga de la que estamos hablando, no de la de ustedes. Todo el mundo en el Universo Conocido sabe que el padre del actual Primer Ciudadano trepó al trono sobre incontables cadáveres, y su hijo permanece en ese trono por ser incluso más despiadado que su padre.

¿Se está preparando para darme las gracias por mejorar su dinastía? ¿O se está preparando para enterrar mis huesos en su más profunda mazmorra?