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No esperes ayuda del capitán. Viernes, tienes que arreglártelas por ti misma.

Faltaban sólo tres días para el tiempo previsto de nuestra llegada a Botany Bay sin que se hubiera producido ningún cambio. Había estado rumiando mucho, aunque la mayor parte eran divagaciones… fútiles imaginaciones que no servían más que para perder el tiempo acerca de lo que haría si no podía conseguir subir a la nave de desembarco en Botany Bay. Como esto: «¡Ya me ha oído, capitán! Voy a encerrarme en mi cabina hasta que abandonemos El Reino. Si fuerza usted la puerta para poder entregarme a ese oficial de la guardia de palacio no podré impedirlo… ¡pero un cadáver es todo lo que encontrará!» (Ridículo. Gas adormecedor a través de los conductos de aire es todo lo que necesita para vencerme).

O… «Capitán, ¿ha presenciado usted algún aborto practicado con una aguja de hacer media? Está usted invitado a verlo; aunque comprendo que puede ser algo desagradablemente sangriento».

(Más ridículo aún. Puedo hablar de aborto; soy incapaz de hacerlo. Aunque esto que hay dentro de mí no pertenece a mi propia carne, es sin embargo mi huésped inocente).

Intenté no perder el tiempo en tales pensamientos inútiles sino concentrar mi mente en buscar una solución mientras seguía comportándome normalmente. Cuando la oficina del sobrecargo anunció que los pasajeros podían apuntarse para las excursiones a Botany Bay, yo fui una de las primeras en aparecer, agotando todas las posibilidades, haciendo preguntas, llevándome folletos a mi cabina, y apuntándome y pagando en efectivo para todos los mejores y más caros viajes.

Aquella noche en la cena charlé con el capitán acerca de los viajes que había elegido, le pedí su opinión sobre cada uno de ellos, y me quejé de nuevo de que mi nombre hubiera desaparecido de la lista en Frontera, y le pedí que esta vez lo comprobara por mí… como si el capitán de una gigantesca nave de línea no tuviera nada mejor que hacer que actuar de recadero de la Señorita Mucho Dinero. Por todo lo que pude ver, no se inmutó por nada de eso… y por supuesto no dijo que no podía bajar al suelo. Pero puede que estuviera tan hundido en el pecado como yo; aprendí a mentir sin inmutarme mucho antes de abandonar la inclusa.

Aquella noche (tiempo de la nave), me encontré en El Agujero Negro con mis primeros tres amigos: el doctor Jerry Madsen, Jaime «Jimmy» López, y Tom Udell. Tom es el primer ayudante del sobrecargo, y yo no había llegado a saber nunca por completo qué era eso. Todo lo que sabía realmente era que llevaba un galón más que los otros dos.

Aquella primera noche a bordo Jimmy había dicho solemnemente que Tom era el portero mayor.

Tom no lo había negado. Respondió:

— Olvidas «transportamuebles».

Esta noche, a menos de setenta y dos horas de Botany Bay, descubrí parte de lo que hacía Tom. La nave de desembarco de estribor estaba siendo cargada con artículos para Botany Bay.

— La nave de babor fue cargada en el Tallo — me dijo —. Pero tuvimos que cargar la nave de estribor para Frontera. Necesitamos las dos naves para suministrar a Botany Bay, así que ahora tenemos que trasladar la carga ese trecho. — Sonrió —. Montones de sudoroso trabajo.

— Eso es bueno para ti, Tommy; te estás poniendo gordo.

— Habla por ti mismo, Jaime.

Pregunté cómo lo hacían para cargar la nave de desembarco.

— Esas compuertas estancas me parecen más bien demasiado pequeñas.

— No metemos la carga por ellas. ¿Te gustaría ver cómo lo hacemos?

Así obtuve una cita para la mañana siguiente. Y aprendí cosas.

Las calas de la Adelantado son tan enormes que dan agorafobia en vez de claustrofobia. Pero las calas de las naves de desembarco también son grandes. Algunos de los artículos embarcados en ellas eran enormes también, especialmente maquinaria.

Botany Bay iba a recibir un turbogenerador Westinghouse… grande como una casa. Le pregunté a Tom cómo demonios iban a mover aquello.

Sonrió.

— Magia negra. — Cuatro de sus cargadores situaron una red metálica en su torno y ataron a ella una caja metálica del tamaño de un maletín. Tom lo inspeccionó, luego dijo —:

Adelante, conéctalo.

El jefe — el «conectador» — lo hizo… y aquel monstruo de metal se estremeció y se alzó un poco: una unidad antigrav portátil, no muy distinta de la de un VAM, pero abierta en vez de metida en un cascarón.

Con extremo cuidado, a mano, utilizando cuerdas y pértigas, movieron aquella masa a través de una enorme puerta y en la cala de la nave de estribor. Tom señaló que, aunque aquel enorme monstruo estaba flotando ahora, libre de la gravedad artificial de la nave, seguía siendo tan poderosamente masivo como siempre, y podía aplastar a un hombre tan fácilmente como un hombre puede aplastar a un insecto.

— Ellos dependen los unos de los otros, y yo tengo que confiar en todos. Yo soy el responsable… pero a un hombre muerto no le sirve de nada el que yo asuma la culpabilidad; tienen que confiar entre ellos.

De lo que sí era realmente responsable, me dijo, era de asegurarse de que cada artículo fuera colocado planificadamente y fuera sujeto con solidez con vistas a la aceleración, y asegurarse también absolutamente de que las enormes puertas de carga, de ambos lados, eran cerradas herméticamente cada vez después de haber sido abiertas.

Tom me mostró también el espacio de la nave de desembarco destinado a los emigrantes-pasajeros.

— Tenemos más nuevos colonos para Botany Bay que para ningún otro sitio. Cuando abandonemos este lugar, la tercera clase quedará casi completamente vacía.

— ¿Todos ellos son australianos? — pregunté.

— Oh, no. Muchos de ellos lo son, pero aproximadamente una tercera parte no. Pero una cosa sí tienen en común; todos hablan un inglés fluido. Es la única colonia que exige un idioma. Están intentando asegurarse de que todo su planeta posea una sola lengua.

— He oído hablar algo de ello. ¿Por qué?

— Tienen la idea de que así es menos probable que haya guerras. Quizá sí… pero las más sangrientas guerras en la historia fueron guerras fratricidas. Sin ningún problema de idioma.

No tenía ninguna opinión al respecto, y no hice ningún comentario. Abandonamos la nave a través de la escotilla de pasajeros, y Tom la cerró tras nosotros. Entonces recordé que había dejado un pañuelo atrás.

— Tom, ¿quieres ir a buscármelo? Recuerdo que lo dejé en la cala de los inmigrantes.

— Yo no lo recuerdo, pero iré a ver. — Se volvió y abrió la compuerta estanca.

El pañuelo estaba allá donde yo lo había dejado caer, entre dos bancos, en el espacio destinado a los inmigrantes. Lo pasé en torno al cuello de Tom y tiré de su rostro hacia el mío y le di las gracias, y dejé que mi agradecimiento prosiguiera hasta donde él se atrevió a llegar… lo cual fue bastante lejos pero no demasiado lejos puesto que aún estaba de servicio.

Se merecía todo mi agradecimiento. Aquella puerta tenía una cerradura a combinación.

Ahora yo podía abrirla.

Cuando regresé de inspeccionar las calas de carga y la nave de aterrizaje, era casi la hora del almuerzo. Shizuko, como de costumbre, estaba atareada en algo (no puedo comprender que una mujer dedique todo su tiempo a ver que otra mujer esté bien atendida).

Le dije:

— No deseo ir al comedor. Tengo ganas de tomar una ducha rápida, ponerme algo encima, y comer aquí.

— ¿Qué es lo que desea la señorita? Lo encargaré.

— Ordena algo para los dos.

— ¿Para mí?

— Para ti. No quiero comer sola, lo que no deseo es tener que vestirme y bajar al comedor. No discutas; simplemente teclea el menú. — Me dirigí al baño.