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En el vestíbulo oyó fragmentos de jazz. Una banda formada por ancianos tocaba en un bar situado en el extremo de la entrada, haciendo sonar viejas melodías para un público nostálgico. La banda era tan popular que los periódicos la citaban como una de las atracciones del Bund.

Ella preguntó por el comedor. El portero señaló una puerta de cristal que había en el corredor y dijo que el comedor estaría abierto hasta las tres de la madrugada y que en los alrededores había bares que cerraban aún más tarde.

– Podríamos comer algo ahora -propuso él.

– No, gracias. He comido en el avión. Probablemente esta noche estaré despierta hasta las dos o las tres de la madrugada. El jet lag.

Subieron en ascensor hasta la séptima planta. La habitación era la 708. Cuando introdujo la tarjeta de plástico, la luz inundó una gran habitación amueblada con muebles de madera oscura con incrustaciones de marfil. La habitación estaba decorada en estilo Art Déco; carteles de actores y actrices de los años veinte contribuían a crear el ambiente de la época. Los únicos objetos modernos eran una televisión en color, un pequeño frigorífico junto al tocador y una cafetera en la mesa del rincón.

– Son las nueve -dijo Chen consultando su reloj-. Después de un viaje tan largo estará cansada, inspectora Rohn.

– No, no lo estoy, pero me gustaría lavarme un poco.

– Me fumaré un cigarrillo en el vestíbulo y volveré dentro de veinte minutos.

– No, no hace falta que se marche. Siéntese un minuto -dijo ella, señalándole el diván. Al dirigirse al cuarto de baño con una bolsa le entregó una revista-. La he leído en el avión.

Era un ejemplar de Entertainment Weekly con varias estrellas de cine norteamericanas en la portada, pero no la abrió. Primero comprobó que no hubiera insectos en la habitación. Después se acercó a la ventana; recordó aquella vez cuando, paseando por el Bund con sus compañeros de escuela, quedó maravillado al contemplar el Peace Hotel. Mirar abajo desde sus ventanas había estado fuera del alcance de sus más descabellados sueños.

Pero la vista del parque del Bund le devolvió al presente. Aún no había hecho nada sobre el caso del homicidio. Más hacia el norte, los autobuses y trolebuses cruzaban el puente con estruendo, a intervalos frecuentes. Los bares y restaurantes próximos exhibían letreros de neón que destellaban sin cesar. Algunos estaban abiertos toda la noche. O sea que había pocas posibilidades de que alguien pudiera entrar en el parque sin que le vieran, tal como él había supuesto al principio.

Se volvió para prepararse una taza de café. La conversación que pronto debería tener con su compañera norteamericana sería difícil. Decidió llamar antes a la oficina. Qian aún estaba allí, esperando sumiso junto al teléfono; tal vez le había juzgado mal.

– El inspector Yu acaba de telefonear con una pista importante.

– ¿De qué se trata?

– Según una de las vecinas de Wen, ésta recibió una llamada telefónica de su esposo poco antes de desaparecer la noche del cinco de abril.

– Eso es algo -dijo Chen-. ¿Cómo lo sabía la vecina?

– Wen no tenía teléfono en casa. La conversación tuvo lugar en casa de su vecina, pero ésta no sabía nada de lo que habían hablado.

– ¿Alguna otra cosa?

– No. El inspector Yu ha dicho que intentaría volver a llamar.

– Si llama pronto, dígale que intente encontrarme en el Peace Hotel. Habitación 708.

Ahora tenía algo concreto de lo que hablar con la inspectora Rohn, pensó Chen con alivio, dejando el auricular cuando ella salía del cuarto de baño, secándose el pelo con una toalla. Llevaba vaqueros y una blusa blanca de algodón.

– ¿Quiere una taza de café?

– No gracias. Esta noche no -respondió ella-. ¿Sabe cuándo estará lista Wen para marchar a Estados Unidos?

– Bien tengo una noticia para usted, pero no es buena, me temo.

– ¿Ocurre algo?

– Wen Liping ha desaparecido.

– ¿Desaparecido? ¿Cómo es posible, inspector jefe Chen? -le miró fijamente un segundo antes de añadir con aspereza-. ¿Muerta o secuestrada?

– No creo que la hayan matado. Eso no serviría de nada a nadie. No podemos descartar la posibilidad de un secuestro. La policía local ha iniciado su investigación, pero hasta el momento no hay nada que apoye esa hipótesis. Lo único que sabemos es que recibió una llamada de su marido la noche del cinco de abril y desapareció poco después. Es posible que esa llamada fuera la causa de su desaparición.

– Feng tiene permiso para llamar a casa una vez a la semana, pero no para decir nada que pueda poner en peligro el caso. Se hace un seguimiento de todas las llamadas que hace; espero que esa conversación esté grabada, pero puede que no. Está impaciente por que su esposa se reúna con él. ¿Por qué iba a decir nada que causara su desaparición?

– Será mejor que compruebe todas las llamadas que hizo Feng el cinco de abril. Nos gustaría saber exactamente qué se dijeron.

– Averiguaré lo que pueda, pero ¿qué hará usted, inspector jefe Chen?

– La policía de Fujian la está buscando. Comprobando todos los hoteles y autobuses que van allí. Todavía no tienen ninguna pista. Es importante encontrarla lo antes posible, lo entendemos. Se ha formado un grupo especial. Yo estoy al mando. Mi compañero, el inspector Yu, anoche fue a Fujian. En realidad, acaban de darme la noticia de esta llamada telefónica. Él nos mantendrá informados con respecto a lo que ocurre allí.

La respuesta de Catherine Rohn fue rápida.

– Durante varios meses, Wen ha estado solicitando un pasaporte para poder reunirse con su esposo. De repente desaparece. Una mujer embarazada no puede ir muy lejos a pie, y usted no tiene información alguna de que tomara un autobús o un tren, ¿no es así? O sea que aún está en Fujian, o alguien la ha abducido. Usted es el jefe del grupo de casos especiales, sin embargo está aquí en Shanghai, conmigo. ¿Por qué?

– Cuando nos llegue más información, decidiremos qué pasos tomar. Entretanto, voy a investigar aquí. Wen es una joven educada de Shanghai que se marchó a Fujian hace veinte años. Puede que haya regresado a la ciudad.

– ¿Tiene alguna otra idea?

– En estos momentos no. Esta noche hablaré con el inspector Yu y otras personas -dijo, procurando esbozar una sonrisa tranquilizadora-. No se preocupe, inspectora Rohn. Wen quiere reunirse con su esposo, o sea que tendrá que ponerse en contacto con él.

– ¿Supone usted que puede hacerlo? No, Feng no puede revelar su paradero. Ni siquiera puede dar su número de teléfono. Si lo hace le echarán del programa de protección de testigos. Esta es la norma. No hay forma de que ella se pueda poner en contacto con él directamente. Lo único que puede hacer es telefonear a un número del departamento y dejar un mensaje para que se lo den a él.

– Puede que Feng sepa dónde se esconde ella. Y si ha sido secuestrada los secuestradores tienen que haberse puesto en contacto con FENA, así que le sugiero una cosa: llame a su oficina y alerte a su gente de las llamadas telefónicas que Feng reciba o haga. Quizá así podamos seguirle la pista.

– Es posible, pero ya sabe que el tiempo es crucial. No podemos ser como ese granjero del proverbio chino, que espera a que un conejo choque contra el viejo árbol.

– Su conocimiento de la cultura china es impresionante, inspectora Rohn. Sí, el tiempo apremia. Nuestro gobierno lo entiende, de lo contrario yo no estaría hoy aquí con usted.

– Si su gobierno hubiera cooperado con eficacia antes, yo no estaría aquí con usted, inspector jefe Chen.

– ¿Qué quiere decir?

– No entiendo por qué Wen tardó tanto en conseguir su pasaporte Inició el proceso de solicitud en enero. Estamos a mediados de abril. En realidad, ya hace tiempo que debería estar en Estados Unidos.