– ¿Enero? -no recordaba esa fecha-. No sé demasiado sobre el proceso, inspectora Rohn. En realidad, no me asignaron el caso hasta ayer por la tarde. Lo averiguaré y le daré una respuesta. Ahora debo marcharme para hablar con el inspector Yu cuando me llame a casa.
– Puede usted llamarle desde aquí.
– Ha llegado a Fujian esta mañana y se ha puesto a trabajar enseguida con la policía local. Aún no ha ido al hotel. Por eso tengo que esperar en casa a que me llame -Chen se puso en pie-. Ah, tengo otra cosa para usted. Cierta información sobre los Feng. Quizá la parte que se refiere a Feng no es nueva para usted, pero puede que valga la pena que lea el expediente de Wen. He traducido una parte al inglés.
– Gracias, inspector jefe Chen.
– Volveré mañana por la mañana. Espero que duerma bien su primera noche en Shanghai, inspectora Rohn.
A pesar de la torpeza de su conversación, que él ya había previsto, ella le acompañó por el pasillo alfombrado de rojo hasta el ascensor.
– No se quede levantada hasta muy tarde. Mañana tendremos mucho que hacer, inspectora Rohn.
La joven se puso un mechón de su dorado pelo detrás de la oreja.
– Buenas noches, inspector jefe Chen.
CAPÍTULO 6
Catherine no pudo conciliar el sueño a pesar del cansancio del viaje, y las manecillas del reloj que había en la mesilla de noche indicaban el comienzo de un nuevo día.
Al fin apartó la sábana, se levantó y se acercó a la ventana. Las luces del Bund la saludaron.
Shanghai. El Bund. El río Huangpu. El Peace Hotel… Había resultado una agradable sorpresa para ella que el Departamento de Policía de Shanghai le hubiera elegido aquel hotel; sin embargo, no estaba de humor para maravillarse ante la panorámica que se extendía a sus pies. Su misión en China había cambiado por completo.
Al principio tenía que haber sido sencillo. Acompañar a Wen a las oficinas locales a recoger un pasaporte, rellenar los formularios del visado en el consulado americano y acompañarla al avión a su más pronta comodidad. Según Ed Spencer, su supervisor en Washington, único que tenía que hacer era ejercer un poco de presión cuando fuera necesario para que se notara la presencia del Servicio de Agentes de Policía del Departamento de Justicia y así los chinos se dieran prisa con el asunto. Ed le decía en broma que la invitaría a almorzar en D. C. aquel fin de semana. Aun suponiendo que hubiera algún pequeño retraso, habría tardado a lo sumo cuatro o cinco días; ahora no sabía cuánto tendría que permanecer en Shanghai.
¿La noticia de la súbita desaparición de Wen era una simple mentira? Era posible. A los chinos no les había entusiasmado la idea de que Wen se reuniera con su esposo en Estados Unidos. Si Jia Xinzhi, el jefe de la red de contrabando, era condenado, aparecería en los titulares de todo el mundo. Los detalles sórdidos de este notorio asunto no mejorarían la imagen del gobierno chino en el extranjero. Se sospechaba que había agentes de la ley locales implicados en el negocio del tráfico de personas. En un país tan bien vigilado por la policía, ¿cómo habían logrado los traficantes sacar del país a miles de personas sin que las autoridades se dieran cuenta? Según un informe que había leído en el avión, centenares de inmigrantes ilegales habían viajado en camiones militares desde Fuzhou hasta un puerto marítimo para ser embarcados. Para encubrir su complicidad, las autoridades chinas habrían podido tratar de impedir que la esposa del testigo saliera del país, con el fin de interferir en el juicio. Primero, el inexplicable retraso, ahora la aún más inexplicable desaparición de Wen. ¿Era un último esfuerzo de los chinos por no cumplir el trato que habían hecho? Si se trataba de esto su misión sería imposible.
Se rascó una picadura de mosquito en el brazo.
Tampoco se sentía muy compatible con el inspector jefe Chen, aunque el que le hubieran asignado como compañero sugería que los chinos intentaban en serio cumplir con su compromiso; no sólo por el rango que el hombre ostentaba. Había algo más en él, parecía sincero. Pero podían haberle elegido para interpretar un papel engañoso. A la postre, tal vez ni siquiera fuera inspector jefe; tal vez era un agente secreto con una misión especiaclass="underline" embaucarla.
Llamó a Washington. Ed Spencer no se encontraba en el despacho. Dejó un mensaje para darle el número de teléfono del hotel.
Catherine colgó y se puso a leer los expedientes que Chen le había dejado. En el de Feng no había gran cosa nueva para ella, pero la información sobre Wen era reciente, abundante y bien organizada.
Tardó casi una hora en leerla. A pesar de sus estudios, descubrió había varios términos chinos que se repetían y le costaba entender. Los subrayó, con la esperanza de poder descifrar sus definiciones en un diccionario grande al día siguiente. Luego trató de elaborar su informe para su supervisor.
¿Qué tendría que hacer en China ahora?
Simplemente esperar, como había sugerido el inspector jefe Chen. Otra opción era ofrecerse para colaborar en la investigación. Se trataba de un caso importante para ellos. Necesitaban la declaración de Feng y, para obtenerla tenía que reunirse con su esposa, si aún vivía. Decidió que lo mejor para ella sería participar en la investigación. Los chinos no tenían ningún motivo para negarse a la petición a menos que realmente se tratara de un intento de tapadera por su parte. Chen parecía seguro de que Wen estaba viva. Pero si la habían matado, nadie podía saber cómo afectaría ello a la declaración de Feng.
A la inspectora Rohn no le gustaba su condición especial de algo así como experta en China del Servicio de Agentes de Policía del Departamento de Justicia, aunque fuera eso lo que la había llevado allí. Participar en la investigación constituiría una oportunidad para demostrar que su especialización en estudios chinos era importante para su puesto, y también le proporcionaría la oportunidad de aprender algo sobre el pueblo chino real.
De manera que se puso a escribir un fax a Ed Spencer. Después de resumirle la inesperada situación, le pidió que buscara una cinta de la llamada telefónica que Feng efectuó el cinco de abril y le advirtió que estuviera especialmente alerta a un posible mensaje en clave. Luego le pidió su aprobación para unirse a la investigación. Al final, pidió información sobre el inspector jefe Chen Cao.
Antes de bajar a la sala del fax del hotel, añadió otra frase para Pedirle a Ed que le enviara su respuesta al hotel hacia las 10 de la mañana, hora de Shanghai, para poder estar esperando junto al aparato de fax. No quería que nadie más leyera el contenido, aunque estuviera escrito en inglés.
Después de enviar el fax tomó una comida rápida en el comedor. Cuando estuvo de nuevo en su habitación se dio otra ducha; aún no tenía sueño. Envuelta en una toalla de baño, contempló de nuevo el panorama iluminado del río. Vislumbró un barco con una bandera a rayas, desde aquella distancia no distinguía su nombre; podía ser un crucero norteamericano anclado para pasar la noche en el río Huangpu.
Hacia las cuatro de la madrugada se tomó dos tabletas de Dramamine, que se había traído por si se mareaba. Su efecto secundario soporífero era lo que necesitaba. Además, se tomó una botella de Budweiser del frigorífico; su nombre chino era Baiwei, que significaba «cien veces más potente». La fábrica de cerveza Anheuser Busch tenía una empresa conjunta en Wuhan.
Cuando se apartó de la ventana, pensó en un poema de la dinastía Song que había estudiado en clase; hablaba de la soledad de un viajero, a pesar del maravilloso escenario. Tratando de recordar los versos se quedó dormida.
Se despertó cuando sonó el despertador de la mesilla de noche. Frotándose los ojos se incorporó de golpe, desorientada. Eran las 9.45. No tuvo tiempo de darse una ducha. Se puso una camiseta y unos viejos vaqueros, salió de la habitación con las zapatillas desechables del hotel, que eran casi tan finas como el papel y parecían hechas del mismo material que se utilizaba para los impermeables de plástico transparente. Al bajar en ascensor a la sala del fax del hotel se peinó a toda prisa con un peine de bolsillo.