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– Para su comodidad.

– ¡Un Motorola!

– ¿Sabe cómo le llaman aquí? -preguntó Chen-. Gran Hermano. Gran Hermana si el propietario es una mujer. Los símbolos de los advenedizos en la China contemporánea.

– Términos interesantes.

– En la literatura King Fu, a veces se denomina así al jefe de una banda. A los ricos actualmente se les llama señor Billetes Grandes, y Gran Hermano y Gran Hermana tienen la misma connotación.

– Así que nosotros somos una Gran Hermana y un Gran Hermano que salen a dar un paseo por Shanghai -dijo ella con una sonrisa.

Paseando por la calle Nanjing vio que el tráfico era un gran atasco. Personas y bicicletas se metían entre los coches en los espacios más pequeños que cabe imaginar. Los conductores tenían que frenar a cada momento.

– La calle Nanjing es como un gran centro comercial. El gobierno de la ciudad ha impuesto restricciones de tráfico -Chen volvía a hablar como un guía turístico-. En un futuro próximo es posible que se convierta en un paseo peatonal.

Tardaron menos de cinco minutos en llegar al cruce de las calles Nanjing y Sichuan. La inspectora Rohn vio en la esquina un restaurante de estilo occidental. Varias personas tomaban café tras las altas ventanas de color ámbar.

– El Deda Café -anunció Chen-. El café es excelente, pero nosotros vamos a un mercado callejero que hay detrás.

Ella levantó la mirada hacia un letrero que había en la entrada de la calle: mercado central. Señalaba una desvencijada callejuela. Además de varias tiendas pequeñísimas con mostradores improvisados o mesas que exhibían las mercancías en la acera, había multitud de cafeterías y puestos apretujados en la esquina.

– Antiguamente era un mercado de productos baratos y de segunda mano, como un mercadillo en ee.uu.-Chen siguió proporcionándole información-. Como venía tanta gente, se abrieron sitios para comer, cómodos, baratos, pero con un sabor especial.

Las cafeterías, carritos con comida y pequeños restaurantes parecían llenar el aire de una energía palpable. La mayoría tenían aspecto de ser baratos, de clase baja, y formaban un gran contraste con los que había cerca del Peace Hotel. Un vendedor ambulante extendía pinchos de trozos de cordero sobre una improvisada parrilla, añadiendo de vez en cuando un pellizco de especias. Un demacrado herbolario dosificaba antiguos remedios medicinales en una hilera de botes de arcilla que hervían bajo un letrero de seda que anunciaba en caracteres chinos: COMIDA MÉDICA.

Allí era donde ella quería estar, en un rincón caótico y lleno de ruido que revelaba historias verdaderas sobre la ciudad. Pescado, calamares y tortugas, todo se exhibía vivo en recipientes de madera o de plástico. Anguilas, codornices y ancas de rana se freían en chisporroteantes woks. La mayoría de restaurantes estaban llenos de bulliciosos clientes.

Encontraron una mesa vacía en un bar. Chen le entregó un menú muy manoseado. Después de mirar los extraños nombres de los productos reseñados, la joven se rindió.

– Decida usted. No conozco nada de esto.

De modo que Chen encargó una ración de mini panecillos fritos rellenos de carne de cerdo picada, rollitos de camarón de piel transparente, palitos de tofu fermentado, harina de arroz con huevo de mil años, calabaza blanca en escabeche, pato salado y cuajada de alubias de Guilin con cebolletas. Todo en platitos.

– Es como un banquete -dijo ella.

– Cuesta menos que un desayuno continental en el hotel – explicó él.

Primero les trajeron el tofu, trozos muy pequeños en palitos de bambú como pinchos. A pesar del aroma acre y fuerte, tras los primeros bocados a la inspectora Rohn empezó a gustarle.

– La comida siempre ha sido una parte importante en la cultura china -masculló Chen, ocupado comiendo-. Como dice Confucio: «Disfrutar de la comida y el sexo forma parte de la naturaleza humana».

– ¿De veras? -nunca había leído esa cita. No podía ser que él se la hubiera inventado, ¿verdad? Le pareció captar una ligera nota de humor en su tono.

Pronto se dio cuenta de las miradas curiosas de los otros clientes: una mujer norteamericana devorando comida común en compañía de un hombre chino. Un rollizo cliente incluso la saludó cuando pasó junto a su mesa con una enorme bola de arroz en la mano.

– Tengo un par de preguntas para usted, inspector jefe Chen. ¿Cree que Wen se casó con Feng, un campesino, porque creía tan devotamente en Mao?

– Es posible. Pero creo que en el caso de asuntos entre un hombre una mujer la política sola no puede ser la explicación.

– Muchos de los jóvenes educados se quedaron en el campo? -preguntó ella, mordisqueando el último trozo de tofu.

– Después de la Revolución Cultural, la mayoría regresaron a la ciudad. El inspector Yu y su esposa fueron jóvenes educados en Yunan, y regresaron a Shanghai a principios de los ochenta.

– Tienen ustedes una división del trabajo interesante, inspector jefe Chen. El inspector Yu está ocupado trabajando en Fujian, y usted se queda en Shanghai para disfrutar de comidas deliciosas con una invitada norteamericana.

– Es responsabilidad mía como inspector jefe darle la bienvenida en su primer viaje a China, también el primer caso de cooperación entre nuestros dos países para luchar contra la inmigración ilegal. El Secretario del Partido Li hizo especial hincapié en ello: «Mis órdenes son que haga que la estancia de la inspectora Rohn en Shanghai sea segura y satisfactoria».

– Gracias -dijo ella. Ahora era evidente que se burlaba de sí mismo, lo que hizo que su conversación resultara más fácil-. De modo que cuando vuelva a casa se supone que debo hablar de la amistad entre nuestros dos países y la política en sus periódicos.

– Eso es cosa suya, inspectora Rohn. La tradición china indica que hay que mostrar hospitalidad a un invitado que viene de un país lejano.

– Además de distraerme, ¿qué más hará?

– He hecho una lista de los contactos que Wen podía tener aquí. Qian Jun, mi ayudante temporal, se está ocupando de que pueda entrevistarles esta tarde o mañana por la mañana. Entretanto, no Pararé de intercambiar información con usted.

– ¿O sea que tengo que quedarme sentada en el hotel todo el día, esperando a que me llamen por teléfono, como una telefonista?

– No, no tiene que hacer eso. Es su primer viaje a China. Vaya a ver la ciudad. El Bund, la calle Nanjing. Yo le serviré de guía y acompañante a tiempo completo durante el fin de semana.

– Preferiría trabajar con usted, inspector jefe Chen.

– ¿Quiere decir participar en las entrevistas?

– Sí -le miró a los ojos.

– No veo ninguna razón para no hacerlo, salvo que la mayoría de la gente de Shanghai habla el dialecto de aquí.

Era una respuesta diplomática, pensó ella, pero no obstante una excusa.

– No tuve ningún problema para hablar con mis compañeros de viaje en el avión. Todos me hablaban en mandarín. ¿Puede pedir a los entrevistados que hagan lo mismo? Y usted puede ayudarme, si es necesario.

– Puedo intentarlo, pero ¿cree que la gente hablará libremente frente a una agente norteamericana?

– Serán más sinceros -dijo ella- si creen que es un trabajo importante: una agente norteamericana más un agente chino.

– Tiene razón, inspectora Rohn. Lo consultaré con el Secretario del Partido Li.

– ¿Forma parte de su cultura política no responder nunca directamente?

– No. Le daré una respuesta directa, pero necesito su permiso. Seguro que hay que seguir algún trámite incluso en el Servicio de Marshalls de ee.uu.

– De acuerdo, inspector jefe Chen -dijo ella-. Entonces, ¿qué quiere que haga ahora, mientras espero su permiso?

– Si la llamada telefónica de su esposo fue la causa de la desaparición de Wen, será mejor que compruebe las posibles filtraciones en su departamento.