– Bien, comprobaré todos los lugares posibles. Soy viejo, pero aún puedo hacer algo -luego el anciano añadió con seriedad-: Jamás subestime a esos matones. Pueden acosarle como demonios acechando en la oscuridad, atacando en un momento que jamás habrá previsto. El año pasado, un colega mío desapareció en mitad de una investigación que llevaba a cabo sobre una banda. Jamás encontraron su cuerpo.
– Lamento meterle en esto, tío Yu.
– No diga eso, inspector jefe Chen. Me alegro de ser útil. No tengo nada de lo que preocuparme, soy un saco de viejos huesos. Pase lo que pase, no será un mal negocio a mi edad. Usted es joven, y aún tiene mucho camino por delante. Nunca se es demasiado cauteloso con las tríadas.
– Gracias. Iré con mucho cuidado.
Después de salir de La Brisa de la Luna con el Viejo Cazador, Chen llamó a la inspectora Rohn.
– Vamos a entrevistar al hermano mayor de Wen Liping, Wen Lihua, mañana por la mañana.
– ¿De modo que la respuesta directa es sí?
– Según Confúcio: «Un hombre no está en forma para estar de pie si es incapaz de cumplir su palabra».
– «Igual que uno empieza a jadear -dijo ella, riendo- en el momento en que la gente le dice que está gordo.»
– ¡Ah también conoce esa expresión china! -era una expresión idiomática que él sólo había oído en una ocasión entre los viejos pekineses. El dominio que tenía la inspectora Rohn de los proverbios chinos era excepcional.
– ¿Cuándo empezamos? -pregunto ella-. Le esperaré frente al hotel.
– No, no debe hacer eso. El tráfico puede ser terrible. Hacia las ocho, la haré llamar a la habitación.
– Estupendo, le estaré esperando.
Cuando colgó, algo que acababa de decir le cruzó la mente.
El tráfico.
Debido al terrible tráfico que había en la zona del Peace Hotel y los estrictos límites de velocidad, los vehículos literalmente iban a paso de tortuga. Y había sido allí, aquella mañana, mientras estaban en la esquina de Nanjing y la calle Sichuan cuando había aparecido de la nada la moto a toda velocidad en dirección a ella. Le pareció recordar que había oído un ruido como un chisporroteo mientras estaban hablando en la esquina de la calle. La moto había estado a punto de atropellar a la inspectora. Probablemente arrancó cerca, lo que hacía más sospechoso el incidente. Si el motorista acababa de poner el motor en marcha, ¿por qué había acelerado de aquel modo?
La inspectora acababa de llegar a Shanghai. Sólo tres personas conocían su misión. ¿Podía haber atacado tan pronto la tríada de Fujian? ¿Con qué se enfrentaba en su búsqueda de Wen? Por primera vez, tuvo un mal presagio respecto a aquella investigación.
¿Era debido al énfasis que el Secretario del Partido Li había hecho sobre la seguridad de la inspectora Rohn? ¿O por la lección que el Viejo Cazador le había dado sobre el método sucio?
Le inquietó el recuerdo de haber agarrado a la inspectora Rohn para evitar que la alcanzara un motorista loco. Si no había sido un accidente, ¿qué otras amenazas podían pender sobre la vida de la inspectora Rohn?
CAPÍTULO 8
De pie junto a un Mercedes, Chen vio a Catherine Rohn salir por la puerta giratoria del hotel con un vestido blanco, como un manzano florido bajo el sol de abril de Shanghai. Parecía refrescada y ella le sonrió al verle.
– Éste es el camarada Zhou Jing, nuestro chófer del departamento -Chen la presentó-. Irá con nosotros todo el día.
– Encantado de conocerle, camarada Zhou -dijo ella en chino.
– Bienvenida, inspectora Rohn -dijo Zhou, mirando por encima del hombro con una amplia sonrisa-. La gente me llama Pequeño Zhou.
– A mí me llaman Catherine.
– Pequeño Zhou es el mejor conductor de nuestro departamento -Chen se sentó al lado de ella.
– Este es el mejor coche -dijo Zhou-. Y hacemos todo lo que podemos, inspectora Rohn, o el inspector jefe Chen no estaría hoy con usted.
– ¿En serio?
– El es nuestro inspector número uno, la figura en alza del departamento.
– Lo sé -dijo ella.
– No exagere tanto, Pequeño Zhou -dijo Chen-. Mantenga la vista en la carretera.
– No se preocupe. Conozco la zona. Por eso he cogido un atajo.
Chen se puso a hablar inglés con la inspectora Rohn.
– ¿Alguna información nueva?
– Ed Spencer, mi jefe, investigó la tienda de comestibles donde Feng hizo su compra. Feng no conduce. Tampoco tiene amigos en D. C. Lo único que hace es ir a un par de tiendas chinas a las que se puede ir a pie. Es una tienda vieja, sin que se tenga constancia de ninguna relación con las sociedades secretas. La factura indicaba que Feng había visitado la tienda el día en que telefoneó para comunicar lo del aviso. Compró fideos y alquiló varios vídeos chinos. En el camino de vuelta a casa también entró en una tienda de regalos y hierbas, y en una barbería china. Así que el aviso también se lo pudieron meter en la bolsa de comestibles en alguno de esos lugares.
– He hablado de eso con el Secretario del Partido Li. Creemos que es importante averiguar cómo descubrieron su paradero los gánsteres.
– Ni idea. Nuestro grupo especial lo formamos solamente Ed y yo; nuestro traductor, Shao, es un antiguo empleado de la CIA – dijo-. No creo que se haya producido una filtración por nuestra parte.
– La decisión de dejar ir a Wen a Estados Unidos se efectuó a un nivel muy alto de nuestro gobierno. Ni el Secretario del partido Li ni yo supimos nada de Feng o Wen hasta el día en que usted llegó -replicó Chen.
– Fue un golpe a la confianza de Feng en nuestro programa. Llamo a su esposa sin decírnoslo antes. Ed está a punto de trasladarlo.
– Me gustaría sugerir algo, inspectora Rohn. Déjenle donde está. Pongan más hombres a su alrededor para protegerle. Es posible que la banda intente ponerse en contacto con él de nuevo.
– Puede ser peligroso para él.
– Si hubieran tenido intención de quitarle la vida, lo habrían hecho en lugar de advertirle antes. Creo que solo quieren impedir que hable en contra de Jia. No atentarán contra su vida a menos que no les quede alternativa.
– Tiene razón, inspector jefe Chen. Lo hablaré con mi jefe.
Gracias al atajo que había tomado Pequeño Zhou pronto llegaron a la calle Shandong, donde Wen Lihua, el hermano de Wen Liping, vivía con su familia. Era una callejuela con casas antiguas y destar taladas de principios de siglo a ambos lados. La calle del distrito de Huangpu había formado parte de la concesión francesa, pero en los últimos años, como estaba rodeada de edificios nuevos, se había convertido en una monstruosidad. La entrada a la calle estaba atestada de bicicletas mal aparcadas, coches y piezas de acero y hierro oxidadas almacenadas ilegalmente procedentes de una fábrica que había cerca. A Pequeño Zhou le costó maniobrar el coche hasta detenerlo frente a una casa de dos pisos. En la deslucida y resquebrajada puerta el número estaba tan descolorido que apenas se veía.
La escalera estaba oscura y sucia de polvo, y era empinada y estrecha, en penumbra incluso durante el día. Las tablas del suelo crujían bajo sus pies, lo que sugería que varios escalones se hallaban en mal estado. La mayor parte de la pintura de la barandilla hacía tiempo que había saltado. Catherine subía con cautela con sus zapatos de tacón, y estuvo a punto de tropezar.
– Lo siento -dijo Chen, agarrándola del codo.