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En su infancia, había alimentado sueños de hacer carrera en la policía al escuchar las historias que contaba su padre sobre resolución de casos. Sin embargo, unos años después de hacerse policía le quedaban pocas ilusiones sobre su carrera.

Su padre, Viejo Cazador, aunque había sido un agente con experiencia y miembro leal del partido durante tantos años había acabado como sargento a la hora de jubilarse, con una pensión demasiado exigua para darse el capricho de tomarse una taza de té Pozo del Dragón. El inspector Yu tenía que ser realista. Con su falta de educación y relaciones sociales, no se hallaba en situación de soñar con realizar una gran carrera en la policía. Sería tan sólo uno de los insignificantes policías de base, con un salario mínimo y poco que decir en el departamento, siempre al final de la lista de espera del comité de la vivienda…

Y esa era otra razón por la que no le había entusiasmado esta misión. Habría una reunión del comité de la vivienda a finales de aquel mes en el departamento. Yu estaba en la lista de espera. Si se quedaba en Shanghai tal vez podría presionar un poco a los miembros del comité, quizá imitando una película reciente podría dormir en el escritorio de su oficina como gesto de protesta. Creía que tenía motivos para quejarse. Había tenido que vivir bajo el techo de su padre más de diez años después de casarse. Era una vergüenza espantosa para un hombre que se acercaba a los cuarenta no tener un hogar propio. Incluso Peiqin de vez en cuando se quejaba de ello

La escasez de vivienda tenía una larga historia en Shanghai que él comprendía. Se había convertido en un tema candente para las unidades de trabajo del pueblo -fábricas, empresas, escuelas o departamentos gubernamentales- que obtenían una cuota anual de viviendas de las autoridades municipales y las asignaban según los años de servicio del empleado así como otros factores. En el Departamento de Policía de Shanghai, donde había tantos policías que habían trabajado toda su vida, era especialmente difícil.

No obstante, el inspector Yu se tomaba en serio su trabajo, pues creía que podía influir en la vida de otras personas. Había desarrollado una teoría sobre lo que era ser un buen policía en China en aquella época. Dependía de la capacidad de decir lo que se podía y lo que no se podía hacer con eficacia. Era así porque había muchos casos en los que no valía la pena esforzarse mucho ya que la conclusión estaba predeterminada por las autoridades del Partido. Por ejemplo, el resultado de aquellos casos de corrupción en el gobierno, a pesar de toda la gran propaganda, sólo serían aplastar un mosquito pero no abatir un tigre. Eran simbólicos, sólo para exhibirse. De modo que también esta investigación, aunque no formaba parte de una campaña política, parecía ser una mera cuestión de forma. Y tal vez también fuera así en el caso del cadáver del parque del Bund. La única acción eficaz sería eliminar las tríadas, pero las autoridades no estaban dispuestas a hacerlo.

Pero el caso de Wen había empezado a interesarle. Nunca habría imaginado que una antigua joven educada hubiera podido llevar una vida tan desdichada. Y se estremecía sólo de pensar que lo que le había sucedido a Wen podía haberle ocurrido a Peiqin. Como antiguo joven educado, se sentía obligado a hacer algo por aquella pobre mujer, aunque no sabía qué ni cómo.

Poco después de terminar su colada llegó Pan al hotel. Era un hombre de poco más de cuarenta años, extraordinariamente alto y delgado, como un palo de bambú; tenía un rostro que denotaba inteligencia, adornado con unas gafas sin montura. También hablaba con inteligencia. Siempre iba al grano, era específico y no se andaba por las ramas con detalles.

La entrevista no proporcionó a Yu ninguna información nueva, pero le dio una clara imagen de la vida de Wen durante los años que trabajó en la fábrica. Wen había sido una de las mejores trabajadoras. También allí se mostraba reservada. Sin embargo, a Pan le parecía que no era porque fuera forastera o porque las otras trabajadoras tuvieran prejuicios contra ella, sino porque era demasiado orgullosa.

– Eso es interesante -dijo Yu. La dificultad de reconciliar el pasado con el presente. A veces las personas se retiran a una concha-. ¿Ella intentó mejorar sus circunstancias?

– No tuvo suerte. Era muy joven cuando cayó en manos de Feng, y para cuando a Feng le llegó su perdición era demasiado tarde – dijo Pan acariciándose la barbilla-. «El cielo es demasiado alto y el emperador está demasiado lejos.» ¿A quién le importa una antigua joven educada en una aldea remota? Pero debería haberla visto cuando llegó aquí. ¡Causó sensación!

– ¿A usted le gustaba?

– No, no. Mi padre había sido terrateniente. A principios de los setenta, ni lo habría soñado.

– Sí, conozco la política de los antecedentes familiares durante la Revolución Cultural -dijo Yu, asintiendo con aire contemplativo.

Yu sabía que quizá sólo él tenía razones para agradecer aquella notoria política. Siempre había sido un estudiante corriente, un joven educado corriente y un policía corriente, pero Peiqin era distinta. Tenía talento, era bonita, como los personajes de El sueño de la cámara roja, tal vez nunca se habría cruzado en su camino de no ser por sus antecedentes familiares «negros», que la habían rebajado por así decirlo, a su nivel. En una ocasión le había planteado el tema, pero ella le cortó en seco, declarando que no habría podido pedir un esposo mejor.

»Cuando llegué al cargo de director de la fábrica en 1979 -prosiguió Pan-, Wen era literalmente una pobre campesina de clase media muy baja. No sólo por su posición, sino por su aspecto. Nadie sentía lástima por Feng. Yo la sentía por ella, y por ello le sugerí que volviera a trabajar aquí.

– O sea que sólo usted hizo algo por ella; eso está bien. ¿Le hablaba de su vida?

– No si podía evitarlo. Hay personas a las que les gusta hablar siempre de sus desgracias, como la Hermana Qiangling de la historia «Bendición» de Su Xun. A Wen no le gustaba. Ella prefería lamerse sus heridas en secreto.

– ¿Intentó hacer algo más por ella?

– No sé dónde quiere ir a parar, inspector Yu.

– No quiero ir a parar a ningún sitio. ¿Qué me dice del trabajo que se llevaba a casa?

– En teoría, no se permite que se lleven a casa las piezas y productos químicos, pero ella era tan pobre… Algunos yuanes más eran importantes para ella. Como era la mejor del taller, hacía una excepción.

– ¿Cuándo se enteró de su plan de ir a reunirse con su esposo en Estados Unidos?

– Aproximadamente hace un mes. Quería que le escribiera un informe de su situación matrimonial para la solicitud del pasaporte. Cuando le pregunté por sus planes para el futuro, se derrumbó. Entonces me enteré de que estaba embarazada -Pan dijo tras una pausa-: Yo tenía curiosidad por la eficiencia de Feng; normalmente la gente tarda años en poder iniciar el proceso de llevarse a su familia, así que pregunté a algunos aldeanos, y me enteré de que había hecho un trato allí…

Llamaron con suavidad a la puerta.

El inspector Yu se levantó para abrirla. No había nadie. Vio una bandeja de platos tapados en el suelo, con una tarjeta que decía: «Disfrute de nuestro almuerzo especial».

– ¡Qué oportunos! Este hotel no está mal. Coma conmigo, director Pan. Podemos seguir hablando mientras comemos.

De acuerdo, le debo una, entonces -dijo Pan-. Déjeme que le invite a fideos en wok de Fujian antes de que se marche.

Yu apartó el papel que tapaba la comida y apareció un gran cuenco de arroz sofrito, recién hecho y lleno de colorido, con huevos revueltos y cerdo a la parrilla china, una cazuela tapada y dos platillos, uno con cacahuetes salados y otro con tofu mezclado con aceite de sésamo y cebolla verde. Le sorprendió oler algo como licor al levantar la tapa de papel de la cazuela.