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– Cangrejo Marino en vino -dijo Pan.

Sólo había un par de palillos de plástico. Por fortuna, Peiqin le había metido varios pares de palillos desechables en la bolsa, de modo que Yu le ofreció un par a Pan.

Pan arrancó una pata suelta del cangrejo con los dedos.

– Me encantan los cangrejos -dijo Yu encogiéndose de hombros-, pero los como crudos.

– No se preocupe, no habrá ningún problema. El truco está en empapar el cangrejo en el fuerte licor.

– No puedo comer cangrejo crudo -no era exactamente cierto. Cuando era niño, su desayuno favorito era un cuenco de arroz acuoso con un trozo de cangrejo con sal. Peiqin le hizo dejar de comer marisco crudo. Tal vez ese era el precio de tener una mujer virtuosa-. Cómase todo el cangrejo, director Pan -ofreció Yu de mala gana.

El arroz olía bien, el cerdo tenía una textura especial y los platillos de aperitivo eran sabrosos. Yu en realidad no echó de menos el cangrejo. Siguieron hablando de Wen.

– Wen ni siquiera tenía cuenta en el banco -dijo Pan-. Feng se quedaba con todo lo que ganaba. Le sugerí que guardara un poco de dinero en la fábrica. Lo hizo.

– ¿Se lo llevó antes de desaparecer?

– No. Yo no estaba en la fábrica el día en que desapareció, pero no se llevo el dinero -dijo Pan, terminándose con deleite las doradas y digestivas glándulas del cangrejo-. Debió de tomar la decisión por impulso

– Durante todos esos años, ¿vino alguien a visitar a Wen?

– No, no lo creo. Feng es celoso hasta la locura. No la habría animado a recibir visitas -al volver del revés las tripas del cangrejo Pan tenía algo como un viejo monje sentado en la palma de su mano-. El malo, ya sabe.

– Lo sé. En la leyenda de la Serpiente Blanca, el monje entrometido tenía que esconderse en las entrañas del cangrejo… -Yu no terminó la frase pues oyó que Pan exhalaba un débil gemido.

Pan ya se había doblado de dolor.

– Maldita sea. Es como si tuviera un cuchillo clavado aquí -tenía la cara bañada en sudor y se había puesto lívido. Empezó a gemir.

– Llamaré a una ambulancia -dijo Yu poniéndose en pie de un salto.

– No. Coja la furgoneta de la fábrica -logró decir Pan.

La furgoneta estaba aparcada frente al hotel. Yu y un portero del hotel llevaron a toda prisa a Pan al vehículo. El hospital del condado estaba a varios kilómetros de distancia. Yu hizo que el portero se sentara a su lado y le diera instrucciones, sin embargo, antes de poner el motor en marcha, volvió corriendo a su habitación y cogió la cazuela con el cangrejo empapado en vino.

Tres horas más tarde, Yu se disponía a encaminarse de nuevo al hotel, solo.

Pan tuvo que quedarse en el hospital, aunque los médicos dictaminaron que se hallaba fuera de peligro. El diagnóstico fue intoxicación alimentaria.

– Dentro de una hora -dijo el médico- habría sido demasiado tarde para poder hacer nada.

El resultado de los análisis del contenido del cangrejo era sumamente sospechoso. El cangrejo contenía bacterias, muchas más de lo admisible. El cangrejo debía de llevar varios días muerto.

– Es extraño -dijo la enfermera-. Aquí la gente nunca come cangrejo muerto.

Era más que extraño, reflexionó el inspector Yu mientras caminaba pesadamente por la carretera rural. Una lechuza ululaba en algún del bosque detrás de él. Escupió un par de veces en el suelo, un esfuerzo subconsciente para alejar los espíritus malignos del día.

En cuanto llegó al hotel fue a la cocina.

– No, nosotros no le hemos enviado esa comida -dijo el chef, nervioso- No disponemos de servicio de habitaciones.

Yu buscó un folleto del hotel. No se mencionaba el servicio de habitaciones. El chef sugirió que tal vez el almuerzo lo hubiera entregado un restaurante cercano.

– No, no nos han hecho ese pedido -gimió el propietario del restaurante al teléfono.

Tal vez habían hecho la entrega por error y ahora intentaba eludir la responsabilidad. Pero no era probable: el repartidor habría pedido que le pagaran.

El inspector Yu estaba seguro de que el objetivo era él. Si hubiera estado solo en la habitación y se hubiera comido toda la comida, habría acabado en el hospital o en el depósito de cadáveres. Nadie se habría molestado en analizar los restos de una cazuela. La banda no habría tenido que preocuparse. Las intoxicaciones alimentarias por accidente ocurrían todos los días. Ni siquiera habrían llamado a la policía local. El que había urdido el plan no podía saber que Yu no comía cangrejo crudo.

De manera que estaba poniendo nervioso a alguien. Alguien quería deshacerse de él. Ahora para el inspector Yu aquello se había convertido en una batalla. Estaba decidido a pelear, aunque su enemigo tenía la ventaja de acechar en la oscuridad, observando y esperando, y saltaría a la primera oportunidad. Como el almuerzo.

De pronto observó un alarmante agujero en su teoría. Los gánsteres deberían haber visto al director Pan entrar en su habitación. No debieron intentarlo. ¿Habían recibido la información errónea de que el inspector Yu estaba solo en la habitación de su hotel?

Sólo el sargento Zhao conocía sus planes de aquel día. Había dicho a Zhao que estaría solo, y la bandeja del almuerzo era para una persona, pues sólo había un par de palillos.

CAPÍTULO 10

Al salir de casa de Zhu Xiaoying, la inspectora Rohn bajó la escalera a tientas siguiendo al inspector jefe Chen.

Siguiendo la lista de Lihua, habían entrevistado a varios compañeros de estudios de Wen: a Qiao Xiaodong en el Instituto Jingling, a Yang Hui en la tienda de comestibles Bandera Roja, y finalmente a Zhu Xiaoying en su casa. Ninguno de ellos les proporcionó ningún dato importante. La gente se podía haber emocionado en su reunión de clase, pero en su vida cotidiana estaban demasiado ocupados para preocuparse de una compañera de estudios con la que hacía tiempo que habían perdido el contacto. Zhu fue la única que había seguido enviando postales de Año Nuevo a Wen, pero tampoco sabía nada de ella desde hacía años. Si había algo nuevo era referente a por qué no había vuelto a Shanghai después de la Revolución Cultural. Zhu lo atribuía a su hermano Lihua, que se había mostrado reacio a la idea de tener que hacer espacio a Wen en la misma habitación única en la que vivía con su familia.

Al bajar la antigua escalera, Catherine levantó un pie cuando de pronto se le hundió un escalón. Se tambaleó, perdió el equilibrio y se abalanzó hacia delante. Antes de poder parar chocó con el inspector jefe Chen. Él reaccionó quedándose delante de ella y agarrándose fuerte a la barandilla. Apretada contra él intentó recuperar el equilibrio mientras él se volvía para cogerla con los brazos.

– ¿Está usted bien, inspectora Rohn? -preguntó.

– Sí, estoy bien -dijo ella, soltándose-. Quizá sufro de jet lag

Zhu se apresuró a bajar con una linterna.

– Oh, esos escalones antiguos están completamente podridos.

Una de las suelas estaba rota. Si la inspectora Rohn había tropezado primero o aquel escalón se había hundido inexplicablemente no quedaba claro.

Chen estaba a punto de decir algo, pero se contuvo. Acabó disculpándose de forma mecánica.

– Lo lamento, inspectora Rohn.

– ¿Qué es lo que lamenta, inspector jefe Chen? -dijo ella, dándose cuenta de su turbación-. De no ser por su intervención, habría podido hacerme daño.

Dio un paso y perdió el equilibrio. Él la rodeó por la cintura con el brazo. Apoyándose pesadamente en él, ella dejó que la ayudara a bajar la escalera. Abajo, cuando intentó levantar el pie dañado para examinarlo más de cerca, hizo una mueca al sentir un agudo dolor en el tobillo.