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Cuando regresaron al hotel eran casi las seis. Ella le oyó decir a Pequeño Zhou que se marchara.

– No me espere. Tomaré un taxi para ir a casa.

En su habitación, la camarera lo había preparado todo para pasar la noche. La cama estaba abierta, la ventana cerrada y la cortina corrida. Había un paquete de Virginia Slims junto a un cenicero de cristal sobre la mesilla de noche, un lujo importado acorde con la posición que ella ocupaba allí. Todo había sido preparado para una invitada distinguida. Mientras la ayudaba a sentarse en el diván, ella dijo:

– Gracias, inspector jefe Chen, por todo lo que ha hecho por mí.

– No hay de qué. ¿Cómo se encuentra?

– Mucho mejor. El señor Ma es un buen médico -le hizo seña de que se sentara en el sofá-. ¿Por qué le llama doctor Zhivago?

– Es una larga historia.

– Hemos terminado por hoy, ¿no? Cuénteme la historia, por favor.

– Probablemente no le interesará.

– Me especialicé en estudios chinos. No hay nada más interesante para mí que una historia sobre el doctor Zhivago en China.

– Debería descansar, inspectora Rohn.

– Según su Secretario del Partido Li, se supone que tiene que ocuparse de que mi estancia sea satisfactoria, inspector jefe Chen.

– Pero si mañana se levanta enferma, el Secretario del Partido Li me hará responsable.

– No puedo dar mi paseo vespertino por el Bund -suplicó ella con falsa seriedad, pero se sentía un poco vulnerable, también, mientras hablaba-. Estoy sola, en esta habitación de hotel. Seguro que podría animarme.

Quizá él se dio cuenta de cómo se sentía, con el tobillo torcido, el sistema yin-yang desequilibrado, en una solitaria habitación de hotel, en una ciudad extraña en la que no tenía a nadie con quien hablar… excepto él.

Dijo:

– De acuerdo, pero tiene que tumbarse y ponerse cómoda.

Así que se quitó los zapatos, se reclinó en el diván y puso los pies sobre un cojín que el colocó debajo. Su postura era recatada, pensó ella, con el vestido por encima de las rodillas.

– Oh, he olvidado todas las instrucciones del señor Ma -dijo el-. Déjeme echar un vistazo a su tobillo.

– Ahora está mejor.

– Tiene que quitarse la pasta.

Cuando le apartó la venda se quedó atónita al ver que su tobillo se había vuelto de color negro y azul.

– En el despacho del señor Ma no se veía el cardenal.

– Esta pasta amarillenta se llama Huangzhizhi. Tiene el poder de hacer salir a la superficie el daño interno, para que se pueda curar más deprisa.

Fue al cuarto de baño y volvió con un par de toallas mojadas.

– Ahora la pasta ya no sirve para nada -se arrodilló junto al diván para limpiarle los restos de pasta y frotarle el tobillo-. ¿Todavía le duele?

– No -hizo gestos de negación con la cabeza, observando a Chen examinar la magulladura para asegurarse de que no quedaba pasta.

– Mañana podrá volver a correr como un antílope.

– Gracias -dijo ella-. Bueno, es la hora del cuento.

– ¿Le gustaría tomar una copa?

– Una copa de vino blanco sería perfecto. ¿Y usted?

– Lo mismo.

Ella le observó abrir el frigorífico, sacar una botella y regresar con los vasos.

– Está usted convirtiendo esto en una velada especial -se incorporó un poco apoyándose en un codo y tomó un sorbo de vino.

– La historia se remonta a principios de los años sesenta -empezó Chen; se sentó en la silla que había acercado al diván y se quedó contemplando el vino-, cuando yo aún era un alumno de la escuela elemental…

A principios de los años sesenta, los Ma eran propietarios de una tienda de libros usados, un negocio familiar. De niño, Chen compraba cómics allí. De repente, el gobierno local declaró que la librería era «un centro clandestino de actividad antisocialista». La acusación se basaba en la prueba de que había un ejemplar en inglés de Doctor Zhivago en las estanterías. Encerraron en la cárcel al señor Ma, adonde sólo le permitieron llevarse, de todos sus libros, un diccionario médico. Hacia finales de los años ochenta, le soltaron y fue rehabilitado. La anciana pareja no quiso volver a abrir la librería. Al señor Ma se le ocurrió abrir una herboristería con los conocimientos que había adquirido en la cárcel. Su solicitud de la licencia para abrir una tienda fue de un escritorio de burócrata a otro, sin avanzar.

Chen en aquella época era un policía de nivel básico, no el que estaba a cargo de la «rectificación de casos equivocados». Sin embargo, cuando se enteró de la situación del señor Ma, se las arregló para enviar un mensaje a través del Secretario del partido Li y obtener la licencia para el anciano.

Después, Chen habló por casualidad con una periodista del Wenhui, insistiendo en la ironía de que el señor Ma se había hecho médico gracias a Doctor Zhivago. Para su sorpresa, ella escribió un artículo para el periódico titulado «Gracias a Doctor Zhivago». Su publicación aumentó la popularidad de la práctica médica del señor Ma.

– Por eso la anciana pareja le está tan agradecida -dijo ella.

– Yo hice poca cosa, si tenemos en cuenta lo que ellos pasaron en aquellos años.

– ¿Se siente usted más responsable ahora que es inspector jefe?

– Bueno, la gente se queja de los problemas que tiene nuestro sistema, pero es importante hacer algo… para la gente como los Ma.

– Con los contactos que tiene usted… -se interrumpió para tomar un sorbo de vino-, incluida una periodista que escribe para el Wenhui Daily…

– Incluida -dijo él, apurando su copa de un trago-. Ahora está en Japón.

– Ah.

Sonó el móvil de Chen.

– ¡Ah, Viejo Cazador! ¿Qué ocurre? -escuchó varios minutos sin hablar y luego dijo- O sea que debe de ser algo importante. Le llamaré más tarde, tío Yu.

Colgó y dijo:

– Es el Viejo Cazador, el padre del inspector Yu.

– ¿Su padre también trabaja para usted?

– No, está jubilado. Me ayuda en otro caso -dijo, poniéndose en pie-. Bueno, es hora de que me marche.

No podía quedarse más tiempo. No sabía nada de su otro caso. Y no se lo comentaría a ella. No era asunto suyo.

Cuando intentó levantarse, él le puso una mano en el hombro.

– Tranquila, inspectora Rohn. Mañana tenemos mucho trabajo. Buenas noches.

Cerró la puerta al salir de la habitación.

Se oyó el ruido del ascensor que se paraba y luego, cuando empezó a descender lentamente, el eco de sus pisadas fue desapareciendo en el pasillo. A pesar de las reservas que la inspectora Rohn pudiera tener sobre su compañero chino, y su posible implicación en una tapadera, le estaba agradecida por aquella velada.

CAPÍTULO 11

Chen no logró ponerse en contacto con el Viejo Cazador. Había olvidado preguntarle al anciano desde dónde le llamaba. Había estado demasiado preocupado contándole la historia del doctor Zhivago en China a un atento público norteamericano formado por una sola persona. Así que decidió ir a pie a casa. Quizá antes de llegar allí su teléfono volvería a sonar.

Sonó en la esquina de la calle Sichuan, pero era el inspector Yu.

– Estamos en el buen camino, jefe.

– ¿Qué?

Yu le contó el incidente de la intoxicación alimentaria en el hotel y concluyó:

– La banda tiene conexiones con la policía de Fujian.

– Puede que tenga razón -dijo Chen, sin añadir su opinión: «No sólo con la policía de Fujian»-. Esta investigación es una operación conjunta, pero no tenemos que informar a la policía local en todo fomento. No se preocupe por su reacción. Me responsabilizaré de ello.

– Entiendo, inspector jefe Chen.