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– A partir de ahora, llámeme a casa o con mi móvil. Envíe los fax a casa. En caso de emergencia, póngase en contacto con Pequeño Zhou. Toda precaución es poca.

– Cuídese usted también.

El incidente de la intoxicación alimentaria le hizo pensar en la inspectora Rohn. Primero la moto y después el accidente en la escalera.

Quizás les hubieran seguido. Mientras estaban hablando con Zhu arriba podían haber hecho algo en los escalones. En circunstancias normales, el inspector jefe Chen habría considerado semejante idea una historia fantástica del Liaozhai, pero se estaban enfrentando con una tríada.

Cualquier cosa era posible.

La tríada podía estar actuando en dos frentes, en Shanghai y en Fujian. Tenían más recursos de los que había previsto. Y también eran más calculadores. Los intentos de ataque, si eso es lo que eran, se habían hecho de forma que parecieran accidentes y estaban orquestados de modo que no había manera de seguir la pista a los perpetradores.

Pensó avisar a la inspectora Rohn, pero se contuvo. ¿Qué le diría? La omnipresencia de gánsteres no contribuiría a que se formara una imagen positiva de la China contemporánea. Cualesquiera que fueran las circunstancias, tenía que tener presente que estaba trabajando en interés nacional. No era deseable que ella adquiriera una opinión negativa de la policía china o de China.

Consultó su reloj y decidió telefonear al Secretario del Partido Li a su casa. Li le invitó a ir a hablar con él.

La residencia de Li estaba situada en la calle Wuxing, en un complejo residencial para cuadros de alto rango construido tras unos muros. Había un soldado armado apostado en la entrada que saludó con rigidez a Chen.

El Secretario del Partido Li le aguardaba en el espacioso salón de un apartamento de tres dormitorios. La habitación estaba amueblada con modestia, pero era más grande que todo el hogar de Lihua. Chen se sentó en una silla junto a un jarrón de exquisitas orquídeas mecidas levemente por la brisa que entraba por la ventana, prestando distinción a la estancia.

En la pared había un largo rollo de seda, que mostraba dos versos en caligrafía kai\ «Un viejo caballo que descansa en el establo aún aspira / a galopar miles y miles de kilómetros». Era un verso de «Contemplando el mar» de Chao Cao, una sutil referencia a la situación del propio Li. Antes de mediados de los ochenta, los cuadros de alto rango chinos jamás se jubilaban, aguantaban en sus puestos hasta el final, pero con los cambios que se habían producido también ellos tenían que apearse a la edad de la jubilación. Al cabo de un par de años Li tendría que dejar su cargo. Chen reconoció el sello rojo de un célebre calígrafo bajo los versos.

– Lamento venir a su casa tan tarde, Secretario del Partido Li -dijo Chen.

– No pasa nada. Esta noche estoy solo. Mi esposa está en casa de nuestro hijo.

– ¿Su hijo se ha mudado?

Li tenía una hija y un hijo, ambos veinteañeros. A principios del año anterior, la hija había conseguido un apartamento gracias al rango de Li. Un cuadro de alto rango tenía derecho a una vivienda adicional porque necesitaba más espacio en el que trabajar en interés del país socialista. La gente se quejaba a sus espaldas, pero nadie se atrevía a plantear el tema en la reunión del comité de la vivienda. Era sorprendente que al hijo de Li, recién graduado de la universidad, también le hubieran asignado un apartamento.

– Se mudó el mes pasado. Esta noche mi esposa está con él, decorándole su nuevo hogar.

– ¡Enhorabuena, Secretario del Partido Li! Eso hay que celebrarlo.

– Bueno, su tío dio una entrada para un pequeño apartamento y le dejó mudarse -dijo Li-. Las reformas económicas han traído muchos cambios a nuestra ciudad.

– Entiendo -dijo Chen. O sea que era consecuencia de la rama de la vivienda. El gobierno había empezado a animar a la gente a comprar casa propia para complementar las asignaciones de sus unidades de trabajo, pero pocos podían permitirse pagar lo que valían, salvo los nuevos ricos-. A su tío deben de irle bien los negocios.

– Tiene un pequeño bar.

Chen se acordó de la historia que le había contado el Viejo Cazador sobre el cuñado intocable de Li. Aquellos nuevos ricos tenían éxito no por su perspicacia comercial, sino por sus guanxi.

– ¿Té o café? -preguntó Li con una sonrisa.

– Café.

– Bien, sólo tengo instantáneo.

Chen pasó entonces a informar a Li del incidente de la intoxicación alimentaria en Fujian.

Li comentó:

– No sea demasiado receloso. Algunos de nuestros colegas de Fujian puede que no estén demasiado contentos con la presencia del inspector Yu. Es su terreno, eso lo entiendo. Pero acusarles de estar relacionados con una banda es ir demasiado lejos. No tiene ninguna prueba, inspector jefe Chen.

– No digo que todos ellos estén vinculados con la tríada, pero uno solo que esté dentro puede hacer mucho daño.

– Tómese un descanso, camarada. Tanto Yu como usted están crispados. No hay necesidad de imaginarse que está luchando en las Montañas Bagong y que todo árbol y arbusto es un soldado enemigo.

Li se refería a una batalla que tuvo lugar durante la dinastía Jin, en la que la imaginación de un general presa del pánico lo convirtió todo en el enemigo que le perseguía por las montañas. Pero Chen sospechaba que era Li quien había perdido de vista al enemigo. No había tiempo para tomarse un descanso. Como percibió un leve cambio en la actitud de Li hacia la investigación, se preguntó si había hecho algo más de lo que su jefe del Partido esperaba.

Desvió el tema hacia la cooperación de Rohn, una de las cosas que más le interesaban a Li.

– Los norteamericanos están siguiendo la investigación porque les interesa -comentó Li-. Es natural que ella coopere. Mientras sepan que estamos haciendo todo lo que podemos, no hay que preocuparse. Es lo único que tenemos que hacer.

– Sí, es lo único que tenemos que hacer -repitió Chen.

– Intentaremos encontrar a Wen, sin duda, pero puede que no sea fácil hacerlo en el plazo de tiempo previsto… el plazo que ellos han puesto. No tenemos que desvivirnos por ellos.

– No he trabajado nunca en un caso internacional tan conflictivo. Le ruego que me dé instrucciones más específicas, Secretario del Partido Li.

– Ha estado haciendo un gran trabajo. Los norteamericanos seguro que ven que hacemos todo lo que podemos. Eso es muy importante.

– Gracias -dijo Chen, quien conocía el método de Li: decir algo positivo para suavizar lo que seguiría.

– Como veterano, sólo me gustaría hacer algunas sugerencias. Su visita al Viejo Ma, por ejemplo, puede que no haya sido muy acertada. Ma es un buen médico. No lo pongo en duda. Aún recuerdo los esfuerzos que hizo usted para ayudarle.

– ¿Por qué no, Secretario del Partido Li?

– Los Ma tienen sus razones para quejarse de nuestro sistema – dijo Li con ceño-. ¿Le ha contado a la inspectora Rohn la historia del doctor Zhivago en China?

– Sí, ella me lo pidió.

– Verá, la Revolución Cultural fue un desastre nacional. Mucha gente sufrió. Semejante historia no es nada nuevo aquí, pero a un norteamericano puede resultarle algo sensacional.

– Pero sucedió antes de la Revolución Cultural.

– Bueno, es como en una investigación -dijo Li-. Ahora usted no está haciendo nada, pero lo que ya ha hecho está ahí.

Chen estaba atónito por la reprobación de Li, que no carecía del todo de importancia.

– Asimismo, me preocupa el accidente en casa de Zhu. Esas casas viejas con escaleras oscuras y podridas. Por fortuna no ha ocurrido nada grave, de lo contrario la norteamericana podría sospechar realmente.

– Bueno… -«Yo realmente sospecho», pensó Chen, aunque no lo dijo.