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– Por eso quiero hacer hincapié en que debe usted proporcionar una estancia segura y satisfactoria a la inspectora Rohn. Piense en otra cosa que pueda hacer. Usted ha acompañado a occidentales. Un extranjero no puede perderse un crucero por el río. Ni una visita a la Ciudad Antigua -sugirió Li-. Voy a invitarla a la Ópera de Beijing. Se lo comunicaré en cuanto haya hecho las gestiones necesarias.

O sea que realmente el Secretario del Partido Li quería que dejara la investigación, aunque no lo había dicho de forma tan explícita.

¿Por qué? Chen estaba perplejo. Había muchos aspectos posibles sobre los que reflexionar. Como había sospechado, le habían asignado aquella misión más para aparentar que llevaba a cabo una investigación que para obtener algún resultado. Si quería hacer un trabajo de verdad, tendría que hacerlo sin que el departamento lo supiera.

Trató de despejar la mente mientras iba a casa, pero aún estaba exasperado cuando apareció a la vista el edificio de su apartamento.

Al encender la luz de su casa comparó su habitación asombrosamente fea con la de Li. Ninguna exquisita orquídea hacía gala del elegante gusto del propietario. Ningún rollo de seda mostraba la caligrafía de célebres intelectuales. "Una habitación es como una mujer, incapaz de soportar cualquier comparación", pensó.

Sacó la cinta de casete de la entrevista de Yu en la aldea. Se la había enviado a casa por correo exprés. La información proporcionada por los vecinos de Wen en realidad no era nueva. La apatía que compartían también era comprensible, considerando lo que Feng había hecho durante la Revolución Cultural. Hasta cierto punto, el inspector jefe pensó que podía comprender el aislamiento que Wen se había impuesto a sí misma. Durante los primeros años que estuvo en el departamento de policía, también él se había alejado de sus antiguos amigos que habían empezado a dar clases en universidades o a hacer de intérpretes en el Ministerio de Asuntos Exteriores. La carrera de policía no era lo que esperaba, ni sus amigos. Irónicamente, esa era una de las razones por las que en aquella época se había lanzado a traducir y escribir.

Wen debió ser una mujer orgullosa.

La cinta giraba lentamente y llegó a la entrevista con Miao, la propietaria del único teléfono particular de la aldea, y contaba que la gente de la aldea le pagaba por las llamadas que hacían al extranjero. Cuando alguien llamaba a su casa desde el extranjero, también utilizaba su teléfono. Miao explicaba: «Cuando alguien llama desde el extranjero, es posible que tengan que esperar mucho rato hasta que su familia llegue al teléfono. Como las llamadas internacionales pueden ser muy caras, algunos se ponen de acuerdo para llamar a una hora determinada. En el caso de Feng siempre era el martes a última hora de la tarde, hacia las ocho. Pero durante las dos o tres primeras semanas, llamaba con más frecuencia. Una vez Wen no estaba en casa, y en otra ocasión no quiso venir a coger el teléfono. No se llevaban muy bien, ¿sabe? Con un marido como ése no se lo reprocho. Una flor fresca clavada en un montón de excrementos de buey. Me sorprende que llame cada semana. No creo que haya hecho mucho dinero. Sólo hace unos meses que está allí…

Chen paró la grabación, rebobinó la cinta, la escuchó de nuevo, la paró, tomó una nota y volvió a ponerla en marcha.

«Bueno, antes de las ocho, el martes, Wen venía a esperar junto al teléfono. La última llamada fue una excepción. Fue un viernes. Lo recuerdo. Feng dijo que era urgente. Así que tuve que ir a toda prisa a avisarla. No sé nada del contenido de su conversación. Me pareció que después estaba alterada. Es lo único que puedo contarle, inspector Yu.»

Cuando la cinta terminó, el inspector jefe Chen encendió un cigarrillo, tratando de pensar un poco.

Cuando se buscaba a una persona desparecida, normalmente durante los dos primeros días había varias direcciones para seguir, pero una vez recorridas sin haber descubierto ninguna pista, la búsqueda llegaba a un callejón sin salida. Aun así, valía la pena analizar algunos detalles. Para empezar, ¿por qué Wen se habría negado a atender una costosa llamada internacional? Aunque su relación con Feng fuera horrible, ¿no tendría ganas de reunirse con su esposo en Estados Unidos?

Se quitó los zapatos, se tumbó en el sofá y cogió un ejemplar del Wenhui Daily. Había una columna que hablaba de los médicos y enfermeras que aceptaban «sobres rojos» o pequeños sobornos de los pacientes. Tal vez esa fuera otra razón por la que al señor Ma le iba tan bien su negocio. Las visitas a los hospitales estatales las cubría el seguro, pero la cantidad que hubiera en los «sobres rojos» podía ser asombrosa. Algunos lo llamaban una forma de corrupción; otros lo atribuían a la irracional distribución de la riqueza en la sociedad. Dejó el periódico a un lado, con intención de cerrar los ojos unos minutos. Sin querer se quedó adormilado.

La insistente llamada del teléfono se entrometió en su sueño. Era el Viejo Cazador.

– Lamento llamarle tan tarde -dijo el Viejo Cazador.

– No, esperaba su llamada -dijo-. Estaba en el hotel con la inspectora Rohn. Así que le ruego que me informe con detalle.

– En primer lugar, sobre el pijama de la víctima. Una parte ya se la he dicho. No hay ninguna etiqueta en el pijama, pero sí un elegante diseño tejido en la tela, en forma de V unida a un círculo elíptico. Hablé con Tang Kaiyuan, un diseñador de moda. Según Tang, el diseño es de Valentino, una marca internacional. Muy cara. En Shanghai no se encuentra en ninguna tienda, de modo que la víctima tenía que ser un hombre rico, posiblemente de otra provincia. Quizá de Hong Kong.

– Puede ser una falsificación -observó Chen.

– También lo pensé. Tang dijo que no es probable. Nunca ha visto pijamas de Valentino falsos por aquí. Las falsificaciones llegan en grandes cantidades. Nadie intentará hacer sólo una o dos piezas.

Hace un mes hubo una redada en un almacén y se encontraron más de trescientas mil camisetas baratas con el logotipo de Polo. Si hubieran salido al mercado, las auténticas camisetas Polo, que son muy caras, no se habrían vendido.

– Tang tiene razón.

– También he hablado con el doctor Xia. Por eso no he tenido tiempo de llamarle. El buen doctor está dispuesto a desviarse de su camino por usted. ¿Recuerda la droga no identificada que encontró en el cuerpo del cadáver asesinado con hacha? Cuando hablamos del hecho de que la víctima había tenido relaciones sexuales poco antes de que le mataran, al doctor se le ocurrió la idea de que la misteriosa droga podía ser alguna clase de afrodisíaco, y sacó un grueso volumen de consulta. Como era de esperar, encontró una droga con una estructura molecular similar. En la época en que se publicó el libro esa droga sólo era asequible en el Sudeste Asiático. Puede ser muy cara.

– La víctima podría pagarse lujos costosos, como esa marca de pijamas y esa droga, pero no me parece uno de esos nuevos capitalistas.

– Estoy de acuerdo -dijo el Viejo Cazador-. Mañana investigaré más.

– Gracias, tío Yu. Ni una sola palabra sobre su descubrimiento a los del departamento.

– Entiendo, inspector jefe Chen.

Eran casi las doce cuando Chen colgó el teléfono. En conjunto, el día no había terminado demasiado mal, aunque la llamada telefónica había interrumpido su sueño.

Sólo quedaba en su mente una escena fragmentada de ese sueño. Iba caminando hacia un antiguo puente sobre un foso de la dinastía Qing, solo, pisando una alfombra de hojas doradas, en algún lugar de la Ciudad Prohibida. Acudió a su mente un poema de Zhang Bi, poeta de la dinastía Tang.

El ensueño regresa lentamente al viejo lugar:

El mirador circular, la balaustrada que lo rodea.

No hay nada como la luna, reluciendo aún en los pétalos

Caídos en el patio de verano, para el solitario visitante.

El inspector jefe Chen se preparó otra taza de café, tratando de quitarse el sueño del paladar y de la mente. No era una noche para recordar poemas. Tenía que pensar.