– ¿Alguna pista respecto a su identidad? -preguntó.
– Ninguna.
– Asesinato de la Tríada, me temo -dijo Yu.
– ¿Por qué lo cree?
– Mire las heridas. Heridas de hacha. Diecisiete o dieciocho. No son necesarias tantas. El número puede tener un significado específico. Es una práctica corriente entre los gánsteres. El golpe en el cráneo habría sido más que suficiente -Yu se puso en pie y se guardó la cinta métrica en el bolsillo-. La longitud media de las heridas es de seis o siete centímetros. Esto indica una mano firme con mucha fuerza. No es un trabajo de aficionados.
– Buenas observaciones -señaló Chen asintiendo-. ¿Dónde cree que tuvo lugar el asesinato?
– En cualquier lugar menos aquí. El tipo aún va en pijama. El asesino debió de traer el cuerpo como aviso especial. Es otra señal de un asesinato de la Tríada; para enviar un mensaje.
– ¿A quién?
– Tal vez a alguien en el parque -dijo Yu-, o a alguien que se enterará enseguida. Para que la noticia se difunda rápida y extensamente no hay mejor lugar que el parque.
– Entonces ¿cree que dejaron el cadáver aquí para que lo encontraran?
– Sí, eso creo.
– ¿Y cómo vamos a empezar?
Yu hizo una pregunta en lugar de responder.
– Jefe, ¿tenemos que ocuparnos del caso? No estoy diciendo que el departamento no deba hacerse cargo de él, pero si no recuerdo mal, nuestra brigada de casos especiales sólo se ocupa de casos políticos.
Chen comprendía las reservas de su ayudante. Normalmente su brigada no tenía que ocuparse de un caso hasta que el departamento lo declaraba «especial», por razones políticas señaladas o no señaladas. En otras palabras, «especial» era la etiqueta que se ponía cuando el departamento tenía que adaptar su enfoque para satisfacer necesidades políticas.
– Bien, se ha hablado de montar una nueva brigada… una brigada de la Tríada, pero este podría clasificarse como caso especial. Y no estamos seguros todavía de que sea un asesinato de la Tríada.
– Pero si lo es, será una patata caliente. Una patata que nos quemará las manos.
– Tiene razón -dijo Chen, consciente de a dónde quería ir a parar Yu. No demasiados policías podían tener interés por un caso relacionado con esas bandas.
– Esta mañana no he dejado de tener un tic en el párpado izquierdo. No es un buen presagio, jefe.
– Vamos, inspector Yu -el inspector jefe Chen no era un hombre supersticioso, a diferencia de algunos de sus colegas que consultarían el I Ching antes de aceptar un caso. Sin embargo, si la superstición no entraba en juego, realmente había una razón que le empujaba a hacerse cargo del caso. En aquel parque su suerte había dado un vuelco para mejorar.
– En la escuela primaria aprendí que Chiang Kai-shek subió al poder con ayuda de las bandas de Shanghai. Varios ministros de su gobierno eran miembros de la Tríada Azul -Yu se interrumpió, y prosiguió-. Después de 1949, los gánsteres fueron eliminados, pero reaparecieron en los años ochenta.
– Sí, lo sé -le sorprendió la inusual elocuencia de su ayudante. En general Yu hablaba sin citar libros ni historia.
– Esos gánsteres pueden ser mucho más poderosos de lo que imaginamos. Tienen ramificaciones en Hong Kong, Taiwan, Canadá, Estados Unidos y en todas las partes del mundo. Por no mencionar su conexión con algunos altos funcionarios de aquí.
– He leído informes sobre la situación -dijo Chen-. Al fin y al cabo, ¿para qué estamos los policías?
– Bueno, un amigo mío estuvo empleado cobrando deudas para una compañía dirigida por el Estado en la provincia de Anhui. Según decía, él depende totalmente del método sucio, el método de las tríadas. Actualmente no hay demasiada gente que crea en la policía.
– Ahora que esto ha ocurrido en el corazón de Shanghai, en el parque del Bund, no podemos quedarnos con los brazos cruzados -dijo Chen-. Esta mañana estaba por casualidad en el parque. Era mi destino. Así que déjeme hablar de ello con el Secretario del Partido. Al menos haremos un informe y enviaremos una nota con el retrato de la víctima. Tenemos que identificarla.
Cuando por fin los empleados de la funeraria se llevaron el cadáver, el inspector jefe y su ayudante regresaron al malecón, y se quedaron allí con los codos apoyados en la baranda. El desierto parque tenía un aspecto extraño. Chen sacó un paquete de cigarrillos Kent. Encendió uno para Yu y otro para él.
– «Sabes que no se puede hacer, pero tienes que hacerlo de todos modos.» Es una de las máximas de Confucio que recitaba mi difunto padre.
Yu dijo en tono conciliador:
– Decida lo que decida, estoy con usted.
Chen entendió el razonamiento de Yu, pero no quería hablar del suyo. El significado sentimental que el parque del Bund tenía para él era íntimo. Existía cierta justificación política para que se hiciera cargo del caso. Si estaba involucrada una banda asesina organizada, como sospechaba, podía afectar a la imagen de la ciudad. En las postales, en el cine, en los libros de texto y en sus propios poemas, el parque del Bund simbolizaba Shanghai. Como inspector jefe era responsable de preservar la imagen de la ciudad. Lo fundamental era que había que investigar el asesinato cometido en el parque, y él estaba allí.
Respondió:
– Gracias, inspector Yu. Sé que puedo confiar en usted.
Cuando salían del parque vieron a un grupo de personas que se agolpaban frente a la verja, en la que acababan de colgar un cartel que decía que el parque permanecería cerrado todo el día debido a obras de renovación.
Cuando no se podía decir la verdad, cualquier excusa era buena. A lo lejos, una blanca gaviota recortada en el horizonte sobrevolaba el agua ligeramente dorada, como si llevara el sol en sus alas.
CAPÍTULO 2
– Ha llegado muy lejos, camarada inspector jefe Chen -dijo sonriendo el Secretario del Partido Li Gauohua, del Departamento de Policía de Shanghai, recostado en el sillón giratorio de piel marrón junto a la ventana. El espacioso despacho del Secretario del Partido Li daba a la zona central de Shanghai.
El inspector jefe Chen se sentó al otro lado del escritorio de caoba, frente a él, con una taza de té verde Dragón Well en las manos, cerca de la boca, invitación especial que se habría hecho a pocas personas en el despacho del poderoso Secretario del Partido.
Como cuadro destacado con posibilidades de promoción, Chen le debía mucho a Li, su mentor en la política del departamento. Li había introducido a Chen en el Partido, no había escatimado esfuerzos para mostrarle cómo funcionaba aquello y le ascendió a su actual puesto. Policía de nivel inicial en la primera mitad de la cincuentena, Li había ascendido poco a poco hasta la cima del departamento, abriéndose paso a través de los escombros de los movimientos políticos, apostando por los ganadores en las luchas internas del Partido. De manera que la gente veía que Li había elegido a Chen como su posible sucesor por evidente interés, en especial después de que se hiciera pública en el pequeño círculo más íntimo la relación de Chen con Ling, la hija de un miembro del politburó de Beijing. Sin embargo, para ser justos con Li hay que decir que éste no se había apercibido de esta relación hasta después del ascenso de Chen.
– Gracias, Secretario del Partido Li. Como dijo nuestro sabio: «Un hombre está dispuesto a dejar su vida por quien le aprecia y una mujer se pone hermosa para quien la aprecia».
Aún no se consideraba de buen gusto político citar a Confucio, pero Chen supuso que a Li no le desagradaría.
– El Partido siempre ha tenido muy buena opinión de usted -dijo Li en un tono de voz oficial. Llevaba la chaqueta Mao abrochada hasta la barbilla a pesar de que el tiempo era cálido-. De manera que es un trabajo para usted, inspector jefe Chen, sólo para usted.