– Ha sacado esas cifras del Peoples Daily.
– Es la realidad, si usted hubiera llevado una vida corriente en China durante más de treinta años, podría ver la situación desde una perspectiva diferente.
– ¿Cómo, camarada inspector jefe Chen? -le miró a la cara por primera vez desde que habían vuelto a entrar en el coche.
– Habría visto por sí misma unas cuantas cosas. Tres generaciones apretujadas bajo el mismo techo, y en una sola habitación, autobuses abarrotados con la gente como sardinas en lata, y parejas recién casadas obligadas a dormir en sus escritorios de la oficina como protesta ante el comité de la vivienda. El inspector Yu, por ejemplo, no tiene una habitación propia; la que ahora utiliza su familia para vivir era el comedor del Viejo Cazador. El hijo de nueve años, Yu, Qinqin, aún duerme en la misma habitación que sus padres. ¿Por qué? Debido al exceso de población. No hay suficientes viviendas ni espacio para la gente. ¿Cómo puede permitirse el gobierno no hacer nada al respecto?
– Por muchas excusas que tenga, los derechos humanos básicos no se pueden negar.
– ¿Como por ejemplo el derecho de la gente a buscar la felicidad? -notó que se estaba acalorando.
– Sí -dijo ella-. Si no reconoce eso, no podemos hablar de nada.
– Estupendo, ¿qué me dice de la inmigración ilegal? Según su Constitución, no hay nada malo en que la gente busque una vida mejor. Norteamérica debería recibir a todos los inmigrantes con los brazos abiertos. Entonces, ¿por qué sigue esta investigación? ¿Por qué la gente tiene que pagar para entrar ilegalmente a escondidas en su país?
– Es distinto. Ha de haber leyes y un orden internacional.
– Es exactamente lo que quiero decir. No hay principios absolutos. El tiempo y las circunstancias los modifican siempre. Hace doscientos o trescientos años nadie se quejaba de la inmigración ilegal a Norteamérica.
– ¿Cuándo se ha vuelto historiador?
– No lo soy -se esforzó por controlarse mientras torcía por una carretera flanqueada por edificios industriales nuevos.
Ella trató de ocultar el sarcasmo en su voz al decir:
– Quizá eso es lo que quiere ser usted, un famoso portavoz del Peoples Daily. Aun así, no puede negar el hecho de que a esas pobres mujeres se les priva de su derecho a tener hijos.
– No digo que los cuadros locales tuvieran que ir tan lejos, pero China debe hacer algo con la superpoblación.
– No me sorprende oírle esta brillante defensa. Dado el puesto que ocupa, inspector jefe Chen, ha de identificarse con el sistema.
– Tal vez tenga razón -dijo él con aire sombrío-. No puedo evitarlo, igual que usted no puede evitar ver las cosas de aquí desde una perspectiva formada por su sistema.
– Bueno, ya basta de discursos políticos -sus ojos azules eran profundos como el océano, insondables, antagonistas.
Eso molestaba a Chen, que aún la veía muy atractiva a pesar de mostrarse tan crítica con China.
Acudió a su mente un verso anónimo de la dinastía Han Occidental.
«El caballo tártaro goza en el viento del norte.
El pájaro de Yueh anida en la rama del sur.»
Diferentes apegos. Diferentes lugares. Quizá el Secretario del Partido Li tenía razón. No servía de nada que se desviviera por llevar a cabo esta investigación.
Dos mil años atrás, lo que ahora se llamaba Estados Unidos de América podía haberse llamado la Tierra de los Tártaros.
CAPÍTULO 14
Nunca llueve, sino que diluvia.
El teléfono del inspector jefe Chen sonó. Era el señor Ma.
– ¿Dónde está, inspector jefe Chen?
– En la carretera de vuelta de Qingpu.
– ¿Está solo?
– No, con Catherine Rohn.
– ¿Cómo está ella?
– Mucho mejor. Su pasta es milagrosa. Gracias.
– Le llamo por la información que ayer quería usted.
– Adelante, señor Ma.
– Tengo un hombre para usted. Puede que sepa algo de la mujer que está buscando.
– ¿Quién es?
– Tengo que pedirle una cosa, inspector jefe Chen.
– ¿Cuál?
– Si consigue lo que necesita, ¿le dejará en paz?
– Le doy mi palabra. Y jamás mencionaré el nombre de usted.
– No quiero ser un soplón. Va contra mis principios proporcionar información al gobierno -dijo el señor Ma con seriedad- Se llama Gu Haiguang, un señor Billetes Grandes, propietario del Dynasty Karaoke Club de la calle Shanxi. Tiene conexiones en el mundo de la tríada, pero no creo que sea miembro. Dado el negocio que tiene, ha de estar en buenas relaciones con ellos.
– Se ha tomado muchas molestias por mí. Se lo agradezco, señor Ma.
Apagó el teléfono. Chen no quería comentar la información de Ma con Catherine inmediatamente, aunque sabía que ella debía de haber oído algo de la conversación. Respiró hondo.
– Paremos aquí, inspectora Rohn. Tengo sed. ¿Y usted?
– Me apetecería un zumo de fruta.
Chen paró ante un local de comidas preparadas, donde compró unas bebidas, junto con una bolsa de mini bollos fritos. Cuando entró, otro coche pasó por su lado despacio, luego dio media vuelta y entró en el solar.
– Sírvase, por favor -dijo él cuando regresó, ofreciéndole los bollos cubiertos de cebolla verde triturada, vistosa pero grasienta.
Ella cogió sólo la bebida.
– La llamada era del señor Ma -abrió su lata de cola produciendo un chasquido-. Ha preguntado por usted.
– Es muy amable por su parte. Le he oído darle las gracias un par de veces.
– Hay más. Ha encontrado a alguien relacionado con la banda que hablará con nosotros.
– ¿Un miembro de los Hachas Voladoras?
– No, probablemente no, pero deberíamos entrevistarle, si ya no está enfadada.
– Claro que le entrevistaremos. Es nuestro trabajo.
– Ese es el espíritu, inspectora Rohn. Por favor, coma un bollo. No sé cuánto tardaremos. Después la invitaré a una comida mejor, una comida adecuada para una distinguida invitada norteamericana.
– Ya está otra vez -cogió un bollo con una servilleta de papel.
– Diga lo que diga durante la entrevista, inspectora Rohn, le ruego que no se apresure a sacar conclusiones.
– ¿Qué quiere decir?
– Para empezar, el soplo ha venido del señor Ma. No quiero causarle ningún problema.
– Entiendo. Debe proteger a su fuente -se metió un bollito en la boca-. No tengo nada que objetar a eso. Le debo un favor. ¿Quién es este hombre misterioso al que vamos a ver? ¿Y cuál será mi papel?
– Es el propietario del Dynasty Karaoke Club. Es un lugar de diversión para gente joven. Cantan, bailan. Usted no tendrá que hacer nada. Sólo relajarse y disfrutar del lugar como invitada norteamericana nuestra.
Salieron a la carretera. Chen miraba por el retrovisor de vez en cuando. Media hora más tarde llegaron al cruce de las calles Shanxi y Julu. Allí, giró a la derecha y se paró ante la verja entreabierta de una mansión rodeada de un muro. Un letrero vertical blanco decía: asociación de escritores de Shanghai. El portero reconoció a Chen y acabó de abrir la verja.
– ¿Hoy nos trae una invitada norteamericana?
– Sí, de visita.
Ella le miró con asombro mientras el coche seguía el sendero hasta que se detuvo al lado de un coche aparcado.
– ¿Quiere enseñarme primero la Asociación de Escritores?
– Cerca del Dynasty no hay sitio para aparcar. Dejaremos el coche aquí y tomaremos un atajo por la parte trasera. Está a dos o tres minutos.
Este era sólo uno de los motivos para dejar el coche en la Asociación. Chen no quería aparcar un coche con placa del departamento delante del club. Podrían reconocerlo. Y no podía quitarse de encima la sensación de que le habían estado siguiendo, aunque se preguntaba cómo una banda de Fujian podía tener tantos recursos tan lejos de su territorio. Mientras conducía había ido mirando por el retrovisor, pero con el tráfico tan denso le resultaba difícil estar seguro.