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– Como inspector jefe quiero hacer un buen trabajo -Chen tomó un sorbo de café con aire ocioso-, pero sería difícil sin ayuda de la gente.

– En nuestro negocio ocurre lo mismo. Como dice uno de nuestros antiguos proverbios: «En casa dependes de tus padres, y fuera en el mundo cuentas con tus amigos». Estoy tan satisfecho de que nos hayamos conocido. Su ayuda nos será muy valiosa.

– Ahora que somos amigos, director general Gu, me gustaría hacerle un par de preguntas.

– Con mucho gusto le diré lo que sepa -Gu era todo sonrisas.

– ¿Se ha puesto en contacto con usted una banda llamada los Hachas Voladoras?

– ¿Hachas Voladoras? No, inspector jefe Chen -dijo Gu, cuyos ojos de pronto se mostraron alerta-. Soy un hombre de negocios decente. Pero un club de karaoke recibe visitas de todas clases. De vez en cuando vienen también esas sociedades secretas. Vienen como otros clientes. A cantar, a bailar, a divertirse.

– Oh, sí, aquí hay muchas habitaciones privadas -Chen removió lentamente su café con la cucharilla-. Usted es un hombre listo, director general Gu. Podemos hablar francamente. Lo que me diga como amigo será confidencial.

– Me siento muy honrado de que me considere un amigo -Gu daba la impresión de estar dando largas-. De veras. Estoy abrumado.

– Déjeme decirle algo, director general Gu. Lu Tonghao, el propietario del Suburbio de Moscú, es un buen amigo mío. Cuando montó su negocio le conseguí un préstamo.

– ¡El Suburbio de Moscú! Sí, he estado allí. En la sociedad de hoy en día, para prosperar hay que contar con los amigos. En especial con amigos como usted. No me extraña que ese restaurante goce de tanto éxito.

El inspector jefe Chen era consciente de la gran atención que la inspectora Rohn prestaba a la conversación; aun así, prosiguió.

– Lu tiene un grupo de chicas rusas rondando por ahí en mini combinación. Nadie le causa problemas. Es muy fácil que la gente tenga problemas con un restaurante o un negocio de karaoke.

– Es cierto. Por fortuna, nosotros no tenemos problemas con el nuestro -dijo Gu más despacio-. Bueno, salvo por el aparcamiento de detrás de nuestro edificio.

– ¿Aparcamiento?

– Hay un solar detrás de nuestro edificio. Para nosotros es una auténtica bendición. Resulta muy práctico para que los clientes aparquen. Los de Control de Tráfico Metropolitano de Shanghai han venido a vernos varias veces, para decirnos que ese solar no ha sido calificado como aparcamiento para el club.

– Si se trata de un problema de calificación, puedo hacerles una llamada. Tal vez no sepa usted que el año pasado fui director suplente de Control de Tráfico.

– ¿De veras, director Chen?

– Ahora, hablemos de la banda… de Fujian -Chen dejó la taza y miró a Gu a los ojos-. ¿Le suena de algo?

– Una tríada de Fujian. No sé… ah, ahora recuerdo algo. Ayer vino alguien a verme. No era de Fujian, sino de Hong Kong, un tal señor Diao, y me preguntó si había contratado a alguien de Fujian. Una mujer de unos treinta y cinco años, embarazada de tres o cuatro meses. Es muy improbable. La mayoría de chicas que trabajan aquí tienen menos de veinticinco, y piden trabajo más mujeres jóvenes guapas de las que podemos contratar; menos probabilidades aún tiene una embarazada.

– ¿El señor Diao le dio alguna descripción de la mujer a la que estaba buscando?

– Déjeme pensar -dijo Gu-. No particularmente bonita. Cetrina, arrugada, mucha tristeza en sus ojos. Una mujer con aspecto de granjera de Fujian.

– ¿Está seguro de que el señor Diao no es un gánster?

– No lo creo. Habría indicado su organización y rango cuando se presentó -Gu añadió, como si lo hubiera pensado mejor-. Y no habría acudido a mí si fuera un gánster.

– No es probable encontrar a una mujer así en un lugar como su club. El señor Diao debería haberlo sabido -dijo Chen-. ¿Por qué vino?

– No lo sé. Tal vez estaría desesperado, yendo de un lado para otro chocando como una mosca sin cabeza.

– ¿Sabe dónde se aloja?

– No me dejó su dirección ni su número de teléfono. Dijo que tal vez volvería.

– Si lo hace, averigüe dónde se le puede encontrar y llámeme -Chen había escrito su número del móvil en el reverso de su tarjeta-. Sea la hora que sea.

– Lo haré, inspector jefe Chen. ¿Alguna otra cosa?

– Bueno, sí -dijo Chen. Gu parecía estar dispuesto a colaborar ahora que había jugado la baza del aparcamiento. El inspector jefe decidió probar su suerte un poco más-. Hace unos días se halló un cadáver en el parque del Bund. Posiblemente fue un crimen de una tríada. El cuerpo tenía muchas heridas de hacha. ¿Ha oído algo de ello?

– Creo que leí algo en el Xinming Evening Newspaper.

– La víctima pudo haber sido asesinada en una habitación de hotel, o en un lugar como el suyo.

– No hablará en serio, inspector jefe Chen.

– No estoy diciendo que ocurrió aquí, director general Gu. No hago ninguna acusación. Pero usted está bien informado y se mueve en los círculos adecuados. El Dynasty es el club de karaoke número uno de Shanghai -dijo Chen, dado unas palmadas en el hombre a Gu-. Algunos clubes u otros lugares están abiertos toda la noche, y no hacen tan buen negocio como usted. La víctima iba en pijama y acababa de tener relaciones sexuales. Le estoy dando todos los detalles en confianza.

– Le agradezco que confíe en mí, inspector jefe Chen. Haré todo lo posible por averiguar algo.

– Gracias, director general Gu. Como dicen: algunas personas nunca pueden entenderse en toda su vida, ni siquiera cuando tienen el pelo blanco, pero otras lo hacen en el instante en que se quitan el sombrero. Ahora tengo que marcharme. Por favor, deme la factura.

– Si me considera un amigo, no hable de pagar. No puedo perder prestigio.

– Oh, no, no puede permitir que pierda prestigio, inspector jefe Chen -intervino Catherine.

– Aquí tienen dos tarjetas VIP -dijo Gu-. Una para usted y la otra para su guapa amiguita norteamericana. Pueden volver de nuevo.

– Claro que lo haremos. Catherine sonrió y se cogió del brazo de Chen cuando salían.

Este era un mensaje calculado con precisión para Gu: el inspector jefe Chen tenía sus debilidades. Ella no le soltó el brazo hasta que se perdieron entre la multitud. No dijeron nada hasta que estuvieron de nuevo en el coche.

Los Hachas Voladoras estaban buscando a Wen, no sólo en la zona de Fujian, sino en todas partes, desesperados.

«Yendo de un lado a otro chocando como una mosca sin cabeza…» igual que ellos. Sin embargo, si el veinticuatro de abril los gánsteres no habían encontrado a Wen se apuntarían un éxito

CAPÍTULO 15

Hasta que vislumbraron el hotel no se acordó.

– ¡Ah!, la cena que le he prometido. Lo había olvidado por completo, inspectora Rohn.

– Sólo son las cinco. Aún no tengo hambre.

– ¿Qué le parece Deda? Está cerca del hotel. Podemos hablar allí.

Deda era un restaurante de dos pisos situado en la esquina de las calles Nanjing y Sichuan. Su fachada de estilo europeo marcaba un fuerte contraste con el Mercado Central que estaba al lado.

– Durante la Revolución Cultural se llamaba Restaurante de los Trabajadores, Campesinos y Soldados -explicó el inspector jefe Chen-. Ahora ha recuperado su nombre original, Deda, que significa «Gran Alemán».

En el primer piso había un gran número de gente joven, fumando, charlando, removiendo deseos o recuerdos en sus tazas de café. Chen la condujo al segundo piso, donde servían comida. Eligieron una mesa junto a una ventana que daba a la calle Nanjing. Ella pidió una copa de vino blanco, y él café y una porción de tarta de limón. A recomendación suya también pidió una especialidad del Deda: una ración de pastel de crema de castaña.

– Tiene una razón para todo, inspector jefe Chen. En el Dynasty estaba como pez en el agua hablando de la tríada.