Выбрать главу

– Se necesita tiempo para ablandar a alguien como Gu. Tiempo es lo que no nos podemos permitir. Por eso he intentado otra forma de acercarme a él.

– Su actuación ha sido impresionante; hacerse amigos e intercambiar favores.

– Le contaré un secreto. Uno de mis géneros favoritos es la novela kung fu.

– Como el Oeste en la literatura norteamericana. La gente sabe que es una fantasía, pero aun así le gusta.

– Se podría decir que el mundo de la tríada actual es una pobre imitación del de la novela kung fu, que tiene más glamour. Por supuesto hay diferencias, pero comparten valores. Para empezar, el yiqi. Es un código ético de fraternidad, de lealtad, con énfasis en la obligación de devolver favores.

– ¿El yiqi es tan importante en China debido a que el sistema legal tiene muchos fallos?

– Se podría decir así -dijo él, impresionado por su aguda observación-. Pero el yiqi no es necesariamente negativo. Mi padre era un intelectual confuciano. Y aún recuerdo un viejo dicho que me enseñó: «Si alguien te ayuda con una gota de agua, debes pagarle excavando un manantial para él».

– Ha hecho usted un estudio especial -dijo ella, tomando otro sorbito de vino.

– Gu es un hombre de negocios astuto. El yiqi no sale de la nada. Si ve algún futuro beneficio, es más probable que coopere. No le haría ningún daño hablar un poco, en una habitación privada, con un inspector jefe. Ese poco es lo único que necesito.

– Oh, creo que Gu sabe más -dijo ella-. El señor Diao, el visitante de Hong Kong, tal vez no le dejó su número de teléfono, pero Gu puede encontrarle. Realmente depende de cuánto desee su aparcamiento.

– Tiene razón. Hablaré con mi antiguo secretario de Control de Tráfico.

– El visitante podía ser un Hacha Voladora. Es posible que tengan una rama en Hong Kong.

– Que yo sepa, la banda no tiene ninguna rama en Hong Kong, y el acento de Fujian sería difícil de disimular. Además, no veo por qué un visitante intentaría ocultar su identidad a Gu.

– ¿Por qué no, inspector jefe Chen?

– La banda tiene una regla: «Declarar la puerta de la montaña». Uno ha de dejar claros sus antecedentes en la organización y su rango para que otros traten con él.

– Es un argumento -dijo ella, asintiendo-. Pero si no es un Hacha Voladora, ¿quién es?

– No tengo la respuesta.

Ha mencionado a Gu el otro caso, el cuerpo hallado en el parque del Bund, con las heridas de hacha. ¿Podría existir alguna relación entre ese asesinato y la desaparición de Wen?

– Probablemente sea una coincidencia. Muchas bandas emplean hachas.

– ¿Las tríadas no utilizan armas de fuego?

– Algunas, pero en las peleas entre bandas se prefieren los cuchillos y las hachas. En China existe un control muy estricto sobre las armas de fuego.

– Sí, su gobierno me negó la solicitud de llevar arma.

El camarero se acercó a su mesa con el carrito de postres.

– En la tradición de las novelas kung fu -reanudó él en cuanto se quedaron solos-, para disculparse hay que dar un banquete. Esto no es ningún banquete, pero mis disculpas son sinceras.

– ¿Por qué se disculpa? -ella mostró su sorpresa.

– Inspectora Rohn, quiero que sepa que lamento haber reaccionado exageradamente en Qingpu. No debería haber asociado mi defensa de la política de control de la natalidad de mi gobierno con el asunto de la inmigración ilegal en Estados Unidos. No pretendía ofenderla.

– Vamos a dejarlo. Ha llevado su defensa demasiado lejos y yo también me he pasado -la realidad era que después de su discusión ella confiaba más en él. Había perdido la compostura; no estaba actuando-. Pero esta tarde ha hecho un gran trabajo con Gu. Puede ser muy importante.

– Bueno, pero de no ser porque se torció el tobillo no habríamos visitado al señor Ma, y entonces no habríamos sabido nada de Gu. Es cosa del azar, una serie de coincidencias.

– Y si el señor Ma no hubiera tenido un ejemplar de Doctor Zhivago en sus estantes años atrás, y debido a ello se hubiera hecho médico… O incluso antes, y si usted no hubiera entrado en su librería en busca de su cómic… Puede ser una cadena muy larga, sí.

A pesar de haberse reconciliado, no le invitó a su hotel. Se dieron la mano al salir del café, en la acera, que aún estaba llena de bicicletas mal aparcadas.

Él se quedó allí un minuto, observándola cruzar la calle Sichuan, abarrotada de tráfico. El bolso negro le golpeaba el costado y el largo cabello le acariciaba los hombros. Cuando su esbelta figura volvió a emerger de las olas de bicicletas, parecía estar muy lejos.

Esta vez no hubo ningún accidente.

Exhaló un suspiro de alivio.

Telefoneó a Meiling a la Oficina de Control de Tráfico Metropolitano de Shanghai.

– ¿Qué ocurre, director Chen?

– No me llame así, Meiling. Sólo fui director suplente cuando el director Wei estuvo en el hospital.

El director Wei había regresado, pero su salud era inestable. Había corrido el rumor de que Chen volvería a ocupar su puesto. Era una sugerencia a la que tenía intención de resistirse.

– Todavía le considero mi jefe -insistió Meiling-. ¿Qué puedo hacer por usted hoy?

– Hay un club de karaoke que se llama Dynasty, en la calle Shanxi. Nuestros chicos de control de tráfico han ido a ver a su propietario, Gu Haiguang, para hablar de un problema de calificación con respecto al aparcamiento que hay detrás. Si se trata de un caso que roza la legalidad, ¿podemos hacer un estudio especial?

– No hay ningún problema, si eso es lo que quiere.

– No hay prisa. Antes de que hagamos nada, quiero que se ponga en contacto con Gu y le diga que he hablado con usted, y que Control de Tráfico prestará una consideración especial al asunto. No le prometa aprobación inmediata ni nada.

– Entiendo. Le pediré al director Wei que le llame. Tiene muy buena opinión de usted.

– No, no se apresure, Meiling. Si puede llamarle mañana será más que suficiente.

– Será lo primero que haga mañana por la mañana. El señor Gu obtendrá lo que usted quiera que decidamos.

– También necesitaré la ayuda del Viejo Cazador unos cuantos días -y añadió-: estoy trabajando en un caso importante. Tengo que contar con personas de confianza, como usted y el Viejo Cazador.

– Me alegro de que me ponga al mismo nivel que él. Como consejero nuestro, no tiene que venir aquí cada día. Puede decidir llevar a cabo un estudio de campo especial. Se lo diré al director Wei.

– Gracias, Meiling. Le debo una. Cuando haya terminado el trabajo que tengo entre manos la llevaré a una sesión de karaoke en el Dynasty. Tengo una tarjeta VIP.

– Cuando le vaya bien, director Chen. Tenga cuidado.

La siguiente llamada telefónica de Chen fue al Viejo Cazador.

– Tengo que pedirle otro favor, tío Yu. Necesito que vigile de cerca el Dynasty Karaoke Club de la calle Shanxi. El propietario se llama Gu Haiguang. Intervenga su teléfono las veinticuatro horas del día, escarbe en su pasado, pero procure hacerlo sin que el departamento lo sepa.

– Nunca se sabe qué relaciones puede tener un señor Billetes Grandes dentro del departamento -dijo el Viejo Cazador-. Hace bien en tener cuidado. Esta es tarea para un viejo cazador. Aún tengo buen olfato, y también buen oído. Pero ¿y mi responsabilidad en el control del tráfico?

– He hablado con Meiling. La semana próxima no tiene que presentarse.

– Magnífico. Me apostaré delante del club todo el día y haré entrar a alguien como cliente… Espere, tengo una idea mejor: puedo entrar yo mismo. Algunos ancianos van allí a pasar el rato escuchando viejas canciones. No es necesaria ninguna habitación privada ni nada. Haré que otro policía jubilado, Yang Guozhuang, se ocupe de intervenir el teléfono. Trabajó durante muchos años en Tíbet antes de retirarse. Le ayudé a conseguir su permiso de residencia para que pudiera regresar a la ciudad. Como derechista en 1957, realmente sufrió mucho. ¿Y sabe qué…?, sólo fue debido a una entrada en su agenda.