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– Agradezco la cooperación del Departamento de Policía de Shanghai, pero hasta ahora no se ha realizado ningún progreso.

– No se preocupe, inspectora Rohn. Hacemos todo lo que podemos, tanto en Shanghai como en Fujian. Acompañará usted a Wen Liping a Estados Unidos a tiempo -Li cambió de tema de forma brusca-. Tengo entendido que es su primer viaje a Shanghai. ¿Qué impresión le ha causado la ciudad?

– Fantástica. Shanghai es más maravillosa de lo que había imaginado.

– ¿Y el hotel?

– Fabuloso. El inspector jefe Chen dijo a los empleados del hotel que me trataran como «huésped distinguida».

– Es lo que debía hacer -Li hizo fuertes gestos de asentimiento-. ¿Y qué me dice de su compañero chino?

– No podría pedir un colega mejor.

– Sí, es nuestro inspector número uno. También es un poeta romántico. Por eso se lo asigné.

– Le llama poeta romántico -dijo ella en tono de broma-, pero él se autodenomina modernista.

– ¿Ve? El modernismo no sirve para nada. La inspectora Rohn también lo dice -dijo Li a Chen-. Sea romántico; un romántico revolucionario, inspector jefe Chen.

– Romántico, romántico revolucionario -repitió Chen-. El presidente Mao empleó esta frase en 1944 en el Discurso del Forum de Yen'an.

A la inspectora Rohn le resultó evidente que el Secretario del Partido Li no sabía mucho de términos literarios. Chen parecía estar de buen humor, incluso se mostraba un poco informal hacia su jefe. ¿Era por sus relaciones especiales con el sistema del Partido?

Les acompañaron a los asientos que tenían reservados; ella se sentó entre Li y Chen. Las luces se apagaron. Empezó a sonar una orquesta de instrumentos musicales tradicionales chinos y el público estalló en aplausos.

– ¿Por qué aplauden ahora? -preguntó Catherine.

– La Ópera de Beijing es un arte de muchas facetas -dijo Chen-: cantar, posar, realizar artes marciales e interpretar música. Un maestro de un instrumento musical tradicional chino como el erhu puede tener una gran importancia. El público aplaude la música.

– No, ahora no aplauden por eso -intervino Li-. Nuestro inspector jefe Chen sabe mucho de literatura, pero la Ópera de Beijing es diferente. Pronto aparecerá en el escenario una actriz muy conocida. La gente la aplaude de antemano. Es la norma.

– Sí, nuestro Secretario del Partido es un experto en la Ópera de Beijing -dijo Chen-. Yo sólo sé lo que he leído en una guía turística.

Cuando se alzó el telón, unos címbalos precedieron a las voces cantarinas de los actores y actrices. En el escenario se desarrolló un episodio de La serpiente blanca, una romántica historia sobre el espíritu de una serpiente blanca que se convierte en una bella mujer enamorada. La Serpiente Blanca convoca a los soldados tortuga, a los guerreros cangrejo, a los caballeros carpa y a otros espíritus de animales del río para atacar un templo. A pesar de su heroica lucha para rescatar a su amante, retenido por un monje entrometido del Templo de la Montaña de Oro, ella es derrotada.

Catherine disfrutó con la actuación, impresionada por la espectacular exhibición de artes marciales, relucientes trajes y música tradicional. No era necesario entender una sola palabra de la obra para apreciarla. Después, la Dama Serpiente Blanca inició una serie de saltos mortales en el escenario.

– Esto simboliza la intensidad interior así como la exterior – explicó Chen-. Las banderas que llevan en las manos indican las olas de la batalla. Todo lo sugieren los gestos de su mano y los movimientos de su cuerpo.

Por fin bajó el telón entre los estruendosos aplausos del público.

Después, el Secretario del Partido Li se ofreció a llevar en coche a la inspectora Rohn al hotel, pero ella declinó la oferta diciendo que prefería regresar a pie por el Bund.

– Espléndido, ya conoce el camino de vuelta -Li se volvió a Chen-. Inspector jefe Chen, puede acompañar a la inspectora Rohn.

CAPÍTULO 17

El Bund se extendía junto al río como una bufanda desplegada.

Catherine seguía inmersa en la Ópera de Beijing.

– Entonces, ¿cuál es la moraleja de la historia?

– Es ambigua -dijo Chen-. Desde la perspectiva ortodoxa, la pasión romántica entre espíritus de animales y seres humanos ha de estar prohibida. En realidad, como en la sociedad tradicional china predomina la institución del matrimonio concertado, cualquier pasión romántica prenupcial estaba prohibida. Aun así, esta historia de amor siempre ha sido popular.

Ella asintió.

– De manera que la Serpiente Blanca es una metáfora. No hay que creer en fantasmas para disfrutar con Hamlet.

– No, y la historia de amor no tiene que ser entre espíritus de animales y seres humanos. Mire a los amantes del Bund. Se pasan horas allí, como clavados. En la cima de mi período modernista, en una ocasión se me ocurrió una imagen que comparaba a esos amantes con caracoles pegados a la pared. El poema jamás se publicó – cambió de tema-. Mi instituto no está lejos, en la esquina de las calles Sichuan y Yen'an. De estudiante solía pasear con frecuencia por el Bund.

– El Bund debe de ser uno de sus lugares favoritos.

– Sí. Además, el departamento está cerca. Me gusta venir aquí antes o después de una jornada de trabajo.

Se detuvieron junto al parque del Bund. El agua lamía la orilla. Contemplaron la luz de la luna que moteaba las olas, las gaviotas que planeaban alrededor de los buques, y la luminosa orilla oriental.

– Conozco un sitio que tiene una vista mejor -dijo él, señalando.

– Usted es el guía.

Entraron en el parque, subiendo una escalera de caracol de hierro forjado que daba a un gran malecón de cedro que se adentraba en el agua. Eligieron una mesa cubierta con un mantel blanco. Él tomó una taza de café y ella una botella de zumo de naranja. La vista era espectacular.

Estaba cerca del escenario del crimen que Chen había examinado el día que le habían asignado el caso de Wen. Desde donde estaba sentado veía aquel rincón, parcialmente oculto por los arbustos, cuya parte superior parecía temblar en una brisa intermitente. Era extraño, pues las hojas de los otros árboles permanecían inmóviles. Echó otra mirada. El arbusto estaba misteriosamente vivo.

Tomó un sorbo de café y se volvió a la muchacha. Ella bebió de la botella. Una vela colocada en un cuenco sobre la mesa arrojaba una luz amarillenta sobre su rostro.

– Esta noche parece usted una elegante chica de Shanghai. Nadie imaginaría que es un agente de la justicia de ee.uu.

– ¿Eso es un cumplido?

– Mucha gente debe de haberle preguntado por qué eligió esa carrera.

– No mucha a la que me haya interesado responder -dijo ella pensativa-. Es sencillo. No pude encontrar otro trabajo para el que necesitara el chino.

– Me sorprende. Aquí hay muchas empresas conjuntas norteamericanas. Su dominio del inglés les habría resultado muy valioso.

– Muchas compañías envían gente a China, pero sólo a los que tienen una formación comercial. Les resulta más barato contratar a un traductor local. Una micro-cervecería me ofreció el puesto de encargada de la barra. Una chica norteamericana vestida con su uniforme especial de la barra para los clientes chinos: parte de arriba sin mangas y sin espalda y pantalones cortos.

– ¿Por eso solicitó un puesto en el Servicio de Agentes de la Policía?

– Tenía un tío que lo era. Guanxi, supongo. Más o menos me hizo entrar. Tuve que asistir a seminarios de formación, por descontado.

– ¿Cómo llegó a inspectora?

– Al cabo de unos años me ascendieron. Hay mucho para hacer en la oficina de St. Louis, y voy a D. C. o a Nueva York en ocasiones para tratar de asuntos relacionados con China. Desde el primer día mi supervisor me prometió que tendría alguna oportunidad de venir a China. Y por fin estoy aquí.