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– ¿A qué viene el paralelismo entre un caballo y una belleza?

– Una amiga mía lo copió para mí.

– ¿Por qué esos dos versos? -agitó el abanico ligeramente.

– Tal vez eran sus versos favoritos.

– O un mensaje para usted.

Él se echó a reír.

Sonó su teléfono y les pilló por sorpresa.

– ¿Qué ocurre, tío Yu? -dijo, tras poner la mano sobre el aparato. Luego cogió a la inspectora Rohn por el codo y echaron a andar mientras él escuchaba.

Ella comprendió por qué tenía que reanudar su paseo. Apretado entre la gente en la pared era imposible mantener una conversación confidencial. Y el empleo de un teléfono móvil aún era raro y llamaba la atención. Entre la gran multitud algunos les miraban con envidia.

Chen no cambió de expresión mientras escuchaba. Habló poco. Al final de la conversación dijo:

– Gracias. Es muy importante, tío Yu.

– ¿Qué ocurre? -preguntó ella.

– Era el Viejo Cazador. Algo sobre Gu -dijo él, apagando el teléfono-. Le pedí que vigilara al propietario del karaoke. Ha intervenido las líneas telefónicas de Gu. Al parecer éste es miembro honorario de los Azules. Hizo varias llamadas telefónicas después de que abandonáramos el Dynasty; un par de ellas se referían a un fujianés desaparecido. Un hombre. Gu utilizó un apodo.

– Un fujianés desaparecido -repitió ella-. ¿Mencionó a Wen?

– No. Al parecer el fujianés tenía una misión, pero hablaban en el código de la tríada. El Viejo Cazador necesita investigar un poco esta noche.

– Gu sabía algo que no nos dijo -observó ella.

– Gu habló de un visitante de Hong Kong, no de Fujian. Así que ¿por qué buscan a un fujianés desaparecido…?

Por primera vez hablaban como compañeros, sin vigilar sus palabras o pensamientos; entonces se les acercó un vendedor ambulante de pelo blanco y les mostró algo que llevaba en la mano.

– Una herencia familiar. Trae buena suerte a las jóvenes parejas. Créanme. Tengo setenta años. La fábrica del Estado en la que trabajaba quebró el mes pasado. No puedo cobrar ni un solo penique de mi pensión, o no lo vendería por nada.

Era un amuleto de jade verde en forma de Qilin, el mitológico animal híbrido, en un cordón de seda roja.

– En la cultura china -dijo ella mirando a Chen-, se supone que el jade trae buena suerte a su propietario, ¿no es así?

– Sí, lo he oído decir. Pero no parece que a él le haya dado mucha suerte.

– El cordón de seda rojo es muy bonito.

A la luz de la luna el jade brillaba en un tono verde profundo y resaltaba en la blanca palma de su mano.

– ¿Cuánto? -preguntó Chen al vendedor ambulante.

– Quinientos yuanes.

– No es demasiado caro -susurró ella a Chen en inglés.

– Cincuenta yuanes -Chen le cogió el talismán de la mano y se lo devolvió al vendedor.

– Vamos, joven. Nada es demasiado caro para su guapa novia norteamericana.

– Lo toma o lo deja -dijo Chen, cogiendo a Catherine de la mano como si fueran a marcharse-. Parece plástico.

– Examínelo de cerca, joven -dijo el anciano con aire de indignación-. Tóquelo. Se nota la diferencia. Es frío al tacto, ¿no?

– Bien, ochenta.

– Ciento cincuenta. Puedo darle un recibo de quinientos yuanes de un almacén estatal.

– Cien. Olvide el recibo.

– ¡Trato hecho!

Le entregó un billete al vendedor.

Ella escuchó con interés el regateo. «Pide un precio tan alto como el cielo, pero regatea hasta bajarlo a la tierra», pensó, recordando otro antiguo proverbio chino. En una sociedad cada vez más materialista, el regateo existía en todas partes.

– No puedo por menos de maravillarme de usted, inspector jefe Chen -dijo cuando el anciano se alejó arrastrando los pies con el dinero en la mano-. Ha regateado como… como cualquier cosa menos un poeta romántico.

– No creo que sea de plástico -dijo él-. Quizá alguna clase de piedra dura sin ningún valor auténtico.

– Es jade. Estoy segura.

– Para usted -le puso el talismán en la mano, imitando el tono del anciano-. Para una guapa amiga norteamericana.

– Muchísimas gracias.

Caminaron acariciados por la brisa nocturna.

El Peace Hotel apareció a la vista, antes de lo que ella esperaba.

Cuando llegaron a la puerta se volvió a Chen.

– Déjeme invitarle a una copa en el hotel.

– Gracias, pero no puedo. Tengo que llamar al inspector Yu.

– Ha sido una noche deliciosa. Gracias.

– El placer ha sido mío.

Ella sacó el talismán de jade del bolsillo.

– ¿Le importa ponérmelo?

Se dio la vuelta sin esperar respuesta.

Se encontraban frente al hotel, con el portero de uniforme y gorra rojos junto a la puerta, sonriendo respetuosamente como siempre.

Notó que lis suaves zarcillos de su pelo se agitaban movidos por el aliento de Chen cuando los dedos de éste le cerraron el collar rojo al cuello, entreteniéndose un instante en su nuca.

CAPÍTULO 19

Chen se despertó a primera hora de la mañana con una ligera sombra de dolor de cabeza y se frotó los ojos mientras leía las últimas noticias sobre el torneo de go entre China y Japón que aparecían en el periódico de la tarde del día anterior. Era una forma de evasión que hacía días que no se permitía.

Aquella mañana creía que tenía una excusa. Era la final entre los campeones de los dos países. Se decía que el japonés también era maestro de Zen, capaz de permanecer distanciado en una partida intensa. Paradójico. Un jugador de go, por definición, debe estar absorto en la partida para ganar, igual que un policía debe resolver un caso. Y el resultado de la partida se consideraba políticamente simbólico, como el caso que tenía entre manos. Sin embargo, sonó el teléfono e impidió que siguiera la línea de pensamiento de la batalla que tenía lugar en el tablero de juego. Era el Secretario de Partido Li.

– Venga a mi oficina, inspector jefe Chen.

– ¿Alguna noticia sobre el caso de Wen?

– Hablaremos cuando llegue.

– Iré en cuanto haya desayunado.

Era temprano, aún no eran las siete y media. Debía de ser urgente. Normalmente, Li no llegaba a su oficina hasta las nueve y media.

Chen abrió su pequeño frigorífico. Sólo había un bollo medio cocido de la cantina del departamento, de hacía dos o tres días y duro como una piedra. Lo puso en un cuenco con agua caliente. Le quedaba poco del sueldo del mes. No todos los gastos en que incurría en compañía de la inspectora Rohn le podrían ser rembolsados. Como la compra de la chuchería de jade. Mantener la imagen de un policía chino tenía un precio.

Volvió a sonar el teléfono. Esta vez era el Ministro Huang desde Beijing. El ministro, que nunca le había llamado a casa, parecía muy preocupado por los progresos realizados en el caso de Wen.

– Es un caso especial -dijo Huang-, importante para la relación entre los dos países. Unos buenos resultados en nuestra cooperación con los norteamericanos ayudarán a reducir la tensión después del incidente de Tiananmen.

– Comprendo, Ministro Huang. Hacemos todo lo que podemos, pero es difícil encontrar a alguien en tan poco tiempo.

– Los norteamericanos comprenden que están haciendo un trabajo concienzudo. Sólo están ansiosos por adelantar algo. Nos han llamado varias veces.

Chen no sabía si debía compartir con el ministro sus sospechas, en especial de los vínculos de la banda con la policía de Fujian. Decidió no hacerlo. Al menos, no directamente. La política que hubiera detrás de esta relación podía ser complicada. La investigación sería más difícil si el ministro decidía apoyar a la policía local.

– El inspector Yu tiene dificultades en Fujian. La policía local no le da ninguna pista. Al parecer tienen demasiadas cosas entre manos. Yu no puede tratar solo con esos gánsteres. Y yo no puedo dictar órdenes a miles de kilómetros de distancia.