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– Claro que puede. Tiene plena autoridad, inspector jefe Chen. Yo mismo llamaré al Superintendente Hong. Toda decisión política que tome usted el ministerio la apoya firmemente.

– Gracias, Ministro Huang -hasta el momento no había tenido que tomar ninguna decisión política. Tampoco sabía qué quería decir el ministro con esa frase.

– El trabajo de policía implica un montón de problemas. Se requiere un hombre muy capaz para que haga bien el trabajo. No hay muchos jóvenes agentes como usted en la actualidad -Huang finalizó con énfasis-: el Partido cuenta con usted, camarada inspector jefe Chen.

– Entiendo. Sea lo que sea lo que el Partido quiera de mí, lo haré, aunque tenga que atravesar montañas de cuchillos y mares de fuego -pensó en dos versos de la dinastía Tang: «Obligado con vos por hacer de mí un general en el escenario dorado, / blandiendo la espada del Dragón de Jade, pelearé por vos hasta el final». El viejo ministro no sólo le había (recomendado para el trabajo, sino que también le había llamado a casa, personalmente, para hablar del caso-. No le defraudaré, Ministro Huang.

Sin embargo, cuando colgó, el inspector jefe Chen se sentía lejos de blandir la espada del Dragón de Jade.

El ministro Huang debería haber llamado al Secretario del Partido Li. La frase «un montón de problemas» no le resultaba para nada tranquilizadora. El anciano ministro había omitido algo. Chen tuvo un mal presagio. Si el Ministro Huang había quitado a propósito a Li del circuito, ¿qué consecuencias tenía eso para su propia carrera?

Veinte minutos más tarde entraba en el despacho del Secretario del Partido Li, nada distanciado, a diferencia del jugador de go japonés descrito en el periódico Ximming.

– Hoy tendré reuniones todo el día -dijo Li, respirando por encima de una taza de sopa de soja caliente-. Quiero tener una charla con usted.

El inspector jefe Chen empezó informándole de su entrevista con Qiao, la mujer embarazada de Guangxi.

– Ha trabajado usted mucho, inspector jefe Chen, pero los sujetos de sus entrevistas no estaban bien elegidos.

– ¿Por qué lo dice, Secretario del Partido Li?

– Está bien dejar que la inspectora Rohn vaya con usted cuando entrevista a algún pariente de Wen, pero llevarla a ver a Qiao, la mujer embarazada de Guangxi, no fue una decisión acertada. Los norteamericanos siempre levantan protestas por nuestra política de control de la natalidad.

Chen decidió no mencionar de momento su entrevista con Gu. Negocios sucios, relaciones con la tríada, protección policial… todo esto no presentaría una imagen ideal de la China socialista.

– No sabía que se desarrollaría así -dijo él-. Discutí con la inspectora Rohn sobre nuestra política de control de la natalidad.

– Defendió usted nuestros principios, no me cabe ninguna duda -dijo Li despacio, cogiendo el cenicero de cristal en forma de cisne, que relució como una bola de cristal en la mano de una adivina-. ¿Sabe lo que ocurrió después de que visitara a la mujer de Guangxi?

– ¿Qué?

– Fue secuestrada por un grupo de hombres desconocidos. Dos o tres horas después de su visita. Más tarde la encontraron inconsciente en un bosque no lejos de allí. Nadie sabía quién la había dejado en aquel lugar. Aunque no la habían golpeado ni violado, sufrió un aborto. La llevaron a toda prisa al hospital local.

– ¿Su vida corre peligro?

– No, pero sangró mucho, por lo que el médico tuvo que operarla. No podrá tener más hijos.

Chen se maldijo para sus adentros.

– ¿Hay alguna pista respecto a los secuestradores?

– No eran de allí. Llegaron en un jeep, afirmando que la mujer era una fugitiva del sur. De manera que nadie intentó detenerles.

– Debieron de confundirla con Wen y la soltaron cuando descubrieron la verdad.

– Es posible.

– ¡Es indignante! Secuestrar a una mujer embarazada a plena luz del día, y en Qingpu, Shanghai -los pensamientos de Chen habían empezado a darle vueltas en la cabeza como un frenético remolino. Debían de haberle seguido desde el principio y hasta Qingpu. Ahora no le cabía ninguna duda. El accidente con la moto. El escalón roto.

La intoxicación alimentaria. Y ahora el secuestro de Qiao-. ¡Sólo dos o tres horas después de nuestra visita! Esos gánsteres debieron de recibir el soplo de alguien de allí. En el departamento hay alguna filtración.

– ¡Bueno, no creo que haga daño a nadie ir con un poco de cuidado.

– Nos han declarado la guerra. Y después está el cadáver del Bund Park. ¡Para el departamento de Policía de Shanghai es una fuerte bofetada en la cara! Tenemos que hacer algo, Secretario del Partido Li.

– Haremos algo. Es cuestión de tiempo. También es cuestión de prioridades. En este momento, la seguridad de la inspectora Rohn tiene que ser nuestra principal preocupación. Si ahora intentamos emprender alguna acción enérgica contra las tríadas, puede que tomen represalias.

– ¿O sea que no vamos a hacer nada, sólo esperar a que vuelvan a atacar?

Li no respondió a la pregunta.

– En el curso de esta investigación es posible que se produzca algún encuentro accidental con esos gánsteres. Son capaces de cualquier cosa. Si le ocurre algo a la inspectora Rohn, será una gran responsabilidad para nosotros.

– Una gran responsabilidad -masculló Chen, pensando en «el montón de problemas» que había mencionado antes el Ministro Huang-. Somos policías, ¿no?

– No tiene que mirarlo de ese modo, inspector jefe Chen.

– Entonces, ¿de qué modo, Secretario del Partido Li?

– El inspector Yu ha estado realizando la investigación en Fujian. Si le parece necesario, puede decidir que ha de haber otra persona allí con él -dijo Li-. En cuanto a las entrevistas que realiza usted aquí, me pregunto si realmente pueden llevar a alguna parte. La inspectora Rohn no tiene que participar en ellas. Lo único que tiene que hacer usted es mantenerla informada de cualquier progreso. No creo que esos gánsteres intenten nada contra ella si da un tranquilo paseo por el Bund.

– Pero ellos deben de creer que Wen puede estar escondida aquí. O no habrían secuestrado a Qiao en Qingpu.

– Si aquí aparece alguna pista, Qian puede ocuparse de ello. No tiene que cambiar sus planes. Con que ella sepa que nuestra gente está haciendo todo lo posible es suficiente… políticamente.

– He estado pensando un poco en el caso, políticamente, Secretario del Partido Li. Para empezar, la relación entre China y Norteamérica ha sido tensa desde el verano de 1989. Si conseguimos entregar a Wen a la policía de EE UU, constituirá un gesto significativo.

Esta línea de argumentación podría funcionar con el Secretario del Partido Li. No mencionaría la llamada del Ministro Huang.

– Puede que sea cierto -dijo Li, tomando el último sorbo de su sopa de soja-. ¿O sea que está dispuesto a proseguir la investigación con la inspectora Rohn?

– Cuando me habló del caso por primera vez, citó a Yue Fei – dijo Che, aplastando el cigarrillo-. Sus últimos dos versos son mis favoritos: «Cuando pongo en orden las montañas y los ríos, / me inclino ante los Cielos».

– Entiendo, pero no todo el mundo lo hace -Li dio unos golpecitos con el dedo en la mesa un minuto antes de proseguir-. Algunas personas dicen que le ofreció un regalo a la inspectora Rohn, y que se lo dio frente al hotel.

– Esto es absurdo -protestó Chen, tratando de captar la importancia de la información. Algunas personas. Debía de ser Seguridad Interna: la policía de la policía. Una pequeña chuchería no significaba nada, pero en el informe de Seguridad Interna podía significar cualquier cosa: «El inspector jefe Chen ha perdido su espíritu de Partido y coquetea con una agente secreta norteamericana»- ¿Seguridad Interna? ¿Por qué?

– No se preocupe por quién hizo el informe, inspector jefe Chen. Si no ha hecho nada malo, no tiene que ponerse nervioso por que el diablo llame a su puerta en mitad de la noche.