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– Fue después de la Ópera de Beijihg. Siguiendo su sugerencia acompañé a pie a la inspectora Rohn al hotel. En el Bund un vendedor ambulante intentó venderle una chuchería. Algunos vendedores insisten en estafar a los turistas extranjeros, según los periódicos, así que regateé por un collar para ella en su lugar, y me pidió que se lo pusiera.

No mencionó que lo había pagado. Como no esperaba pedir que el departamento se lo rembolsara, no importaba en lo que se refería a su informe de gastos.

– Sí, los norteamericanos pueden ser tan… diferentes.

– Como representante de la policía china, creo que lo correcto es demostrar hospitalidad. Se me escapa quién demonios… -habría querido decir muchas más cosas, pero vio la expresión que cruzó el rostro de Li. No era el momento de desahogarse puesto que estaba implicada Seguridad Interna.

No era la primera vez que le ocurría al inspector jefe Chen.

Que Seguridad Interna estuviera implicada podría ser comprensible en el caso de la modelo nacional, en el que estaba en juego la siempre gloriosa imagen del Partido. Pero en esta investigación, el inspector jefe Chen no había hecho nada que pudiera poner en peligro los intereses del Partido.

A menos que alguien quisiera poner fin a su investigación. No en interés del Partido, sino en el de las tríadas.

– No piense demasiado en ello -dijo Li-. Se lo he dejado claro al informador: Se trata de un caso muy especial. Cualquier cosa que haga el inspector jefe Chen lo hace en interés de la nación.

– Se lo agradezco, Secretario del Partido Li.

– No me dé las gracias. Usted no es un cuadro corriente. Tiene un largo camino por delante -Li se puso en pie-. No es un trabajo fácil. Exige mucha tensión, lo entiendo. He hablado con el Superintendente Zhao. Le conseguiremos unas vacaciones para el mes próximo. Tómese una semana libre y vaya a Beijing, a ver la Gran Muralla, la Ciudad Prohibida y el Palacio de Verano. El departamento pagará los gastos.

– Sería magnífico -dijo Chen levantándose-. Ahora tengo que volver al trabajo. Por cierto, ¿cómo se enteró usted del secuestro en Qingpu, Secretario del Partido Li?

– Su hombre Qian Jun me llamó anoche para darme la Información.

– Entiendo.

Li acompañó a Chen a la puerta y dijo, con la mano apoyada en el marco de la puerta.

– Hace aproximadamente una semana llamé por error a su antiguo número de teléfono, y mantuve una larga conversación con su madre; los ancianos compartimos preocupaciones comunes.

– ¿En serio? No me ha dicho nada -Chen se maravilló de la capacidad que Li tenía en ocasiones de añadir un toque humano a la política del Partido.

– Ella cree que es hora de que usted eche raíces, que forme una familia, ya sabe a lo que se refiere. Usted es quien ha de decidir, pero creo que tiene razón.

– Gracias, Secretario del Partido Li -Chen vio adonde quería ir a parar Li. Las vacaciones a Beijing que le proponía formaban parte de ello. Con Ling de fondo. Tal vez el Secretario del Partido Li había hecho esos comentarios con buena intención, pero el momento elegido para hacerlos era un mal presagio.

¿Por qué Li había sacado el tema aquel día?

Tras abandonar la oficina de Li, Chen sacó un cigarrillo, pero volvió a guardárselo en el bolsillo. Había una fuente de agua al final del pasillo. Bebió un poco, aplastó el vaso de plástico y lo tiró a una papelera.

CAPÍTULO 20

En cuanto regresó a su despacho, Chen telefoneó a Qian Jun.

– Oh, anoche le llamé varias veces, inspector jefe Chen, pero no le encontré. Perdí el número de su móvil. Lo siento muchísimo. Así que llamé al Secretario del Partido Li.

– ¿Que perdió el número de mi móvil? -no creía la explicación de Qian. Habría podido dejar un mensaje en casa. Era comprensible que un joven policía ambicioso tratara de complacer al jefe número uno del Partido, pero, ¿saltarse a su superior inmediato? Empezó a preguntarse por qué Li había insistido en asignarle a Qian.

– ¿Sabe lo que le ocurrió a la mujer de Guangxi, inspector jefe Chen?

– Sí, el Secretario del Partido Li me lo ha contado. ¿Cómo se enteró usted?

– Después de hablar con usted, me puse en contacto con la policía de Qingpu. Me llamaron por la noche.

– ¿Alguna novedad?

– No. La policía de Qingpu aún está tratando de encontrar el jeep en el que los hombres huyeron. Tenía una matrícula del ejército.

– Dígales que se pongan en contacto conmigo en cuanto tengan alguna pista. Ellos son los responsables de lo que ocurrió en su zona -dijo Chen-. ¿Alguna información sobre el cadáver del parque del Bund?

– No. Nada salvo el informe de la autopsia oficial del doctor Xia. No contiene nada nuevo. Tampoco hemos conseguido ninguna respuesta de ningún hotel ni de los comités de barrio. He entrevistado a varios directores de hotel. Más de veinte; ninguno me ha dado ninguna pista.

– Dudo que tengan agallas para hablar. Los gánsteres jamás les dejarían en paz si lo hicieran.

– Es cierto. Hace varios meses, un café denunció a la policía a un traficante de drogas, y a la semana siguiente lo destrozaron completamente.

– ¿Qué más piensa hacer?

– Seguiré llamando a los hoteles y comités de barrio. Por favor, dígame qué más puedo hacer, inspector jefe Chen.

– Puede hacer una cosa -dijo Chen a modo de prueba-. Vaya al hospital. Pida a los médicos que hagan todo lo que puedan por Qiao. Si necesita dinero, sáquelo de nuestro presupuesto especial.

– Iré allí, jefe, pero el presupuesto especial…

– ¡No me ponga ningún «pero»! Es lo mínimo que podemos hacer -espetó Chen, colgando el teléfono con furia.

Quizá estaba demasiado alterado para ser justo con el joven policía. Se sentía enormemente responsable por lo que le había ocurrido a Qiao, que había pasado tantas penalidades por su hijo y al final lo había perdido. Y lo que era peor, jamás podría volver a quedarse embarazada. Había sido un duro golpe para la pobre mujer.

Chen partió un lápiz, como un antiguo soldado que partiera una flecha en una promesa. Tenía que encontrar a Wen, y pronto. Sería su forma de vengarse del tráfico de personas, de Jia Xinzhi, y del mal de las tríadas.

Reflexionó sobre la mala suerte de Qiao al encontrar trabajo en Qingpu. «La fortuna trae mala fortuna, y la mala fortuna trae fortuna», como había dicho Lao-Tse miles de años antes. Había afluido tanta gente a Shanghai que no podían encontrar trabajo ni con la ayuda de una nueva institución creada en la economía de mercado, la Agencia de Empleo Metropolitana de Shanghai.

Se dio cuenta de que tenía que llamar a otra oficina. Wen podía haber recurrido a un puesto temporal, como camarera interna o niñera.

La respuesta que recibió no fue alentadora. Sus archivos no contenían a nadie que encajara con la descripción de Wen, ni había ninguna mujer embarazada considerada posible candidata en el mercado de trabajo del momento. Sin embargo, el director de la agencia le prometió que le llamaría si aparecía alguna información importante.

Después Chen telefoneó al Peace Hotel. Aún era responsabilidad suya acompañar a Catherine Rohn, cualesquiera que fueran las críticas que eso implicara. No estaba allí. Dejó un mensaje. No era el momento oportuno para ir al hotel con un ramo de flores. No después de que Seguridad Interna hubiera informado de que le había puesto una chuchería al cuello y el Secretario del Partido Li hubiera decidido sacar a relucir el tema.

Sólo había trabajado con ella un par de días. Era una compañera que le habían asignado temporalmente. Sin embargo, podría ser una de las razones no expresadas para que el Secretario del Partido Li le propusiera unas vacaciones en Beijing. Un oportuno recordatorio. Todo era política, y Li tenía que sacar provecho de todo.