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Decidió ir a casa de su madre durante el descanso para almorzar.

No estaba lejos, pero hizo que Pequeño Zhou le acompañara en el Mercedes. En el camino se detuvo junto a un mercado de comida, donde regateó unos minutos con un vendedor de fruta antes de comprar una cestita de bambú de fruta deshidratada. Recordó el comentario de la inspectora Rohn sobre su habilidad para regatear.

Ver el conocido antiguo edificio en la calle Jiujiang pareció prometer el breve respiro de la política que necesitaba. Algunos de sus ex vecinos le saludaron cuando bajó del Mercedes que estaba utilizando por su madre. Ella nunca había aprobado que eligiera esa carrera, pero en un barrio cada vez más materialista, su posición de cuadro, con un chófer que le abría la puerta, podría ayudar a la de ella.

El fregadero de cemento común junto a la puerta delantera aún estaba húmedo. Vio que brotaba moho verde oscuro en abundancia, como un gran mapa, cerca del grifo. Las paredes agrietadas necesitaban una reparación urgente. Aún estaban los agujeros al pie de la pared lateral, desde los que los grillos de su infancia saltaban. La escalera era oscura y mohosa, y los rellanos estaban llenos de cajas de cartón apiladas y cestas de mimbre.

Desde que se había hecho cargo del caso de Wen no había visitado a su madre. Allí, en la misma pequeña habitación del desván, le sorprendió ver una variopinta colección de panes, salchichas y platos de aspecto exótico colocados sobre la mesa en envases de plástico de usar y tirar.

– Todo es del Suburbio de Moscú -explicó su madre.

– ¡Ese chino del extranjero de Lu! A veces es irresistible.

– Me llama «mamá» y habla de ti como si fueras su verdadero hermano en la necesidad.

– Todo este tiempo ha estado con la misma historia.

– «Un amigo en la necesidad es un amigo de verdad.» He estado leyendo escritos budistas. Las cosas buenas que se hacen en este mundo se hacen por algo. Todo lo que se hace conduce a algo, a lo que uno espera o a lo que no espera. Algunas personas lo llaman suerte, pero en realidad es karma. Otro amigo tuyo, el señor Ma, también me ha visitado.

– ¿Cuándo?

– Esta mañana. Un examen médico rutinario, así lo llama el anciano.

– Es muy considerado por su parte -dijo-. ¿Tienes algún problema, madre?

– Últimamente el estómago me ha dado problemas. El señor Ma ha insistido en venir a verme. No es fácil para un anciano subir la escalera de esta casa.

– ¿Qué te ha dicho?

– Que no es nada grave. El desequilibrio del yin y el yang y todo eso. Ha hecho que me trajeran la medicina -dijo-. Como Lu, el señor Ma se muere por recompensarte, o no está tranquilo. Es un hombre de yiqi.

– El anciano ha sufrido mucho. Diez años por un ejemplar de Doctor Zhivago. Lo que hice no fue nada.

– Wang Feng escribió el artículo sobre él, ¿verdad?

– Sí, fue idea suya.

– ¿Cómo le va en Japón?

– Hace mucho tiempo que no sé nada.

– ¿Alguna noticia de Beijing?

– Bueno, el Secretario del Partido Li habla de conseguirme unas vacaciones en Beijing -dijo, evasivo.

Su madre no aprobaba su relación con Ling, y él lo sabía. A la anciana le preocupaba que «Muy en lo alto, en el palacio de jade de la luna, / puede hacer demasiado frío». Lo que había preocupado a Su Dongpo miles de años antes le preocupaba a ella, pero lo que más le preocupaba era la realidad de que su hijo ya se acercaba a los treinta y cinco años y aún era soltero. Como decía el proverbio: «Cualquier cosa que esté en una cesta de verduras tiene que considerarse una verdura».

– Eso está bien -dijo ella con una sonrisa.

– No estoy seguro de que pueda hacerlas.

– Entonces, ¿no estás seguro…? -su madre no terminó la frase-. Bueno, el señor Ma me ha dicho que fuiste a su tienda con una chica norteamericana.

– Es mi compañera por un tiempo.

– El señor Ma dijo que parecías ocuparte mucho de ella.

– Vamos, madre. Tengo que ocuparme de ella; si le ocurre algo me harán responsable a mí.

– Lo que tú digas, hijo. Soy vieja, y espero que eches raíces, como todo el mundo.

– Estoy demasiado ocupado con mi trabajo, madre.

– No sé nada de tu trabajo; el mundo ha cambiado demasiado.

Pero no creo que un lío con una norteamericana te haga ningún bien.

– No te preocupes, madre. No se trata de eso en absoluto.

Pero estaba perturbado. Normalmente su madre se contenía y no se metía con él, salvo para citar la misma máxima de Confucio: «Hay tres cosas poco filiales en el mundo; no tener descendencia es la peor». Ahora parecía estar de acuerdo con lo que el Secretario del Partido Li había sugerido tácitamente.

«La gente no puede ver las montañas con claridad cuando está en las montañas», había escrito Su Dongpo en la pared de un templo budista de los montes Lu. Pero el inspector jefe Chen no estaba en las montañas, creía él.

No habló mucho mientras ayudaba a su madre a preparar el almuerzo. Antes de terminar de calentar los platos del Suburbio de Moscú, sonó su móvil.

– Inspector jefe Chen, soy Gu Haiguang.

– Director general Gu, ¿qué ocurre?

– Tengo algo para usted. Hace un par de días vino alguien de Fuj ian. No estoy seguro de si es un Hacha Voladora. Se puso en contacto con alguien de la organización de aquí y luego desapareció.

– ¿O sea que no era Diao, el de Hong Kong que mencionó que había ido a verle al club?

– No, no, seguro que no.

– ¿Qué hacía en Shanghai?

– Estaba buscando a alguien.

– ¿A la mujer que le describí?

– No tengo aún ningún detalle, pero haré todo lo posible por averiguarlo, inspector jefe Chen.

– ¿Cuándo fue visto por última vez ese fujianés?

– El siete de abril por la tarde. Algunas personas le vieron tomando rollitos en un snack bar de la calle Fuzhou. Un coche le estaba esperando. Un Acura plateado.

La fecha coincidía.

La información parecía alentadora. Posiblemente estaba relacionada con el caso del parque, o con el de Wen. O tal vez con los dos.

– Buen trabajo, director general Gu. ¿Cómo se llama el restaurante?

– No lo sé. Vende una clase especial de rollitos de Fuzhou. Yanpi. Está cerca de la Librería de Lenguas Extranjeras -Gu añadió-: Y por favor, llámeme Gu, inspector jefe Chen.

– Gracias, Gu. No hay muchos Acuras plateados en la ciudad. Será fácil comprobarlo a través de la Oficina de Control de Tráfico. Le agradezco de veras la información.

– No tiene importancia. Meiling, su secretaria, me ha llamado esta mañana. Puede que venga a echar un vistazo al Dynasty. Ha dicho que para un club como el nuestro sería esencial tener aparcamiento.

– Me alegro de que piense así.

– También me ha hablado mucho de usted, inspector jefe Chen.

– ¿De veras?

– Todo el mundo sabe que pronto será el director de la Oficina de Control de Tráfico. En realidad, con las relaciones al más alto nivel que tiene usted, ese puesto no significa nada.

Chen frunció el entrecejo aunque comprendía por qué Meiling había dicho esas cosas a Gu. Había funcionado. Y Gu había hecho varias llamadas para obtener información para él. Gu terminó la conversación invitándole con calidez.

– Tiene que venir otra vez, inspector jefe Chen. Ayer estuvo muy poco rato. Tenemos que brindar por nuestra amistad.

– Lo haré -prometió él.

Su madre debió notar algo.

– ¿Todo va bien?

– Todo va bien, madre. Sólo tengo que hacer otra llamada.

Llamó a Meiling y le pidió que examinara el registro de Acuras plateados. Ella le prometió que lo haría de inmediato. Luego habló con él del tema del aparcamiento. Resultaba que era un caso dudoso. Si el terreno no era calificado como zona de aparcamiento para el club, la ciudad podría obtener unos considerables ingresos extra. Tenía que investigar un poco más. Hacia el final de la conversación oyó toser a la madre de Chen e insistió en saludar a «tía Chen».