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– No. Puede que aún esté en la provincia de Fujian, pero es más probable que se haya marchado.

Le pareció oír un tren que silbaba al fondo.

– ¿Dónde está, inspectora Rohn?

– En la Estación de Ferrocarriles de Shanghai. ¿Puede reunirse conmigo aquí? Según el inspector Yu, el seis de abril salió un tren de Fujian a Shanghai a las dos de la madrugada. Los billetes se vendieron con mucha antelación. El vendedor de billetes recordaba que una de las personas que se acercó a él para comprar un billete de emergencia era una mujer. Yu ha sugerido que preguntáramos en las oficinas de la estación de Shanghai, por eso estoy aquí, pero no tengo autoridad para hacer preguntas.

– Voy para allá -dijo Chen.

La visita resultó prolongada. El tren de Fujian no llegó a la estación hasta media tarde. Tuvieron que esperar horas hasta poder obtener los registros del conductor. La madrugada del seis de abril habían subido al tren en la estación de Fujian tres pasajeros sin billete. A juzgar por la cantidad que pagaron, Shanghai era el destino de dos de ellos. El tercero se apeó antes de Shanghai. El vendedor recordaba que uno era una mujer porque los otros dos eran hombres de negocios que se pasaron el rato charlando. La mujer se había sentado en cuclillas, en silencio, cerca de la puerta. El vendedor no se había fijado en dónde había bajado del tren.

De manera que la «pista» no conducía a ninguna parte. Nadie sabía dónde se había apeado la mujer ni si era, en realidad, Wen.

CAPÍTULO 21

Más tarde, el inspector jefe Chen entraba en el Dynasty Karaoke Club con Meiling, su antigua secretaria en el Departamento de Control de Tráfico Metropolitano de Shanghai. Su visita al club tuvo su origen en una conversación telefónica con el señor Ma, el anciano herbolario.

Ma le había proporcionado información adicional sobre los antecedentes de Gu: había nacido en el seno de una familia de miembros del Partido de rango medio. Su padre había sido director de una gran empresa estatal de neumáticos durante más de veinte años. El estallido de la Revolución Cultural convirtió al veterano director en un hombre «con tendencias capitalistas» y llevaba un enorme letrero colgado al cuello con su nombre tachado en rojo. Le enviaron a una escuela especial de cuadros para que se reformara a través del trabajo duro y no regresó a casa hasta después de la Revolución Cultural, una tenue sombra del antiguo bolchevique, con una pierna lisiada; un absoluto extraño para Gu, que había crecido en las calles, decidido a tomar un camino diferente. Gu se marchó a Japón a través de un programa de idiomas a mediados de los ochenta, donde en lugar de estudiar desempeñó toda clase de empleos. Al cabo de tres años, regreso con cierto capital, y en la nueva economía de mercado pronto se convirtió en un empresario de éxito, la clase contra la que su padre había luchado toda la vida. Gu se metió entonces en el negocio del karaoke, y mediante una gran donación a los Azules, la tríada que controlaba esas actividades de este tipo en Shanghai, compró la condición de miembro honorario como seguro para su negocio. En el Dynasty se codeaba con diversos jefes de la tríada.

Al principio Gu se había puesto en contacto con el señor Ma por sus chicas K, que serían denunciadas a las autoridades municipales si iban a algún hospital estatal en busca de tratamiento para sus enfermedades venéreas. El señor Ma accedió a ayudarle, con tal de que Gu no permitiera que aquellas chicas enfermas prestaran servicios privados hasta que se hubieran recuperado.

– Gu no es un huevo completamente podrido. Al menos se preocupa por sus chicas. Ayer me hizo varias preguntas sobre usted. No sé por qué. Esa gente puede ser imprevisible y peligrosa. No quiero que le ocurra nada malo -dijo Ma con tristeza-. Personalmente, no creo en combatir la fuerza con la fuerza. Lo blando es más fuerte que lo duro. Hoy en día no quedan demasiados policías decentes.

Chen creía que Gu se había callado información. Si le apretaba un poco más fuerte le podría sacar más. El puesto de Meiling en la Oficina de Control de Tráfico podía tener importancia. Ella accedió a acompañarle sin hacer una sola pregunta; era una secretaria verdaderamente comprensiva. De modo que se reunió con Meiling en la puerta trasera de la Asociación de Escritores de Shanghai y se encaminaron hacia el club espléndidamente iluminado.

Le satisfizo ver que ella llevaba lentillas para pasar la velada. Sin sus gafas con montura plateada tenía un aspecto más femenino. También lucía un vestido nuevo, bien apretado en la cintura, lo que realzaba su fina figura. El antiguo dicho tenía razón: «Una imagen de Buda de arcilla debe estar magníficamente dorada, y una mujer debe ir bellamente vestida». Se fundió en la elegante multitud sin esfuerzo alguno, a diferencia de la secretaria de primera normal y corriente, pero llevaba sus tarjetas de trabajo y entregó una a Gu cuando les presentaron.

– Oh, me abruma -exclamó Gu-. No creía que esta noche vendrían los dos.

– Meiling siempre está muy ocupada -explicó Chen. No era el momento de preocuparse por lo que Gu pudiera pensar de él por llevar primero a una muchacha norteamericana y ahora a su antigua secretaria china al club. En realidad, esto podría ayudar a convencer a Gu de que el inspector jefe era alguien con quien podía hacer amistad-. Daba la casualidad de que tenía esta noche libre, así que la he traído conmigo para que le conociera.

– El director Chen está prestando una atención personal a su aparcamiento -dijo Meiling.

– Lo agradezco sinceramente, inspector jefe Chen.

Cuando llegaron a una suntuosa habitación del quinto piso, apareció una hilera de chicas K en bragas y zapatillas negras, que dieron la bienvenida a Chen como las doncellas imperiales a la entrada de un palacio. Sus blancos hombros relucían en contraste con las paredes de color azafrán.

Al parecer a Gu ya no le importaba que Chen viera la otra cara de su negocio. La gran sala de karaoke estaba amueblada con más elegancia que la que Chen había visitado el día anterior y tenía un dormitorio de matrimonio contiguo.

– La suite no es para los negocios, sino para los amigos -dijo Gu-. Llámeme en cualquier momento y esta suite se reservará para usted. Venga con su amiga o solo.

Era una insinuación. Chen se fijó en que en los labios de Meiling asomaba una picara sonrisa. Ella comprendió, aunque se sentó con recato en el enorme sofá desmontable.

Tras una señal que hizo Gu con la cabeza entró una esbelta muchacha.

– Empecemos con un entrante -dijo Gu-. Se llama Nube Blanca. Es la mejor cantante de nuestro club. Y estudiante de la

Universidad de Fudan. Actúa sólo para los clientes más especiales. Elija cualquier canción que le gustaría oír, inspector jefe Chen.

Nube Blanca llevaba una pieza de seda negra como un dudou, no más grande que un pañuelo, que le envolvía los pechos, atada a la espalda con unas finísimas tiras. Sus pantalones de gasa eran semitransparentes. Con el micrófono en la mano se inclinó ante Chen.

Chen eligió una canción titulada «Ritmo del mar».

Nube Blanca poseía una bonita voz, enriquecida por un singular efecto nasal. Se quitó las zapatillas de una patada y empezó a bailar al ritmo de la canción, contoneándose voluptuosamente siguiendo los altibajos de la música. Al comenzar la segunda canción, «Arena llorosa», le tendió las manos a Chen. Como él titubeó, se inclinó hacia delante para que se levantara.

– ¿No quiere bailar conmigo?

– Oh, es un honor…

Ella le cogió la mano, llevándole hacia el centro de la habitación. Él había tomado las clases de baile precisas en el departamento, pero había tenido poco tiempo para practicar. Se quedó perplejo al ver la facilidad con que ella le guiaba. Bailaba con una gracia sensual, sin esfuerzo, deslizando sus pies desnudos por el suelo de madera.

«Tu ropa es como una nube y tu rostro es como una flor.» Intentó hacerle un cumplido, pero lo lamentó en cuanto lo hubo pronunciado. Tenía una mano en su espalda desnuda -«suave como el jade»- otra cita, pero cualquier referencia a su ropa sonaba a broma.