Выбрать главу

– ¿Jugar? No. Lo hacíamos para divertirnos, sin apostar.

– Puede explicarlo a la policía local. Además, soy testigo de su fornicación.

– Vamos, Shou y yo salimos desde hace varios años. Tengo intención de casarme con ella -dijo Zheng-. ¿Qué quiere en realidad?

– Quiero que me diga lo que sepa sobre Feng Dexiang y los Hachas Voladoras.

– Feng está en Estados Unidos. Es lo único que sé. En cuanto a los Hachas Voladoras, acabo de salir de la cárcel. No tengo nada que ver con ellos.

– Hace un par de años hizo negocios con Feng. Empiece por contarme eso. Dígame cómo le conoció; cuándo y dónde.

– Fue hace unos dos años. Nos conocimos en un pequeño hotel de la ciudad de Fuzhou. Estábamos haciendo un trato para unos cigarrillos norteamericanos enviados desde Taiwan.

– ¿Contrabando desde Taiwan? O sea que fue su cómplice en un negocio ilegal.

– Sólo por unas semanas. Después, nunca volví a trabajar con él.

– ¿Qué clase de hombre es Feng?

– Una rata apestosa. Podrido de la cabeza a los pies. Traicionaría a cualquiera por una miga de pan.

– ¿Una rata apestosa? -era la descripción utilizada por otros varios aldeanos, recordó Yu-. ¿Conoció a su esposa mientras eran socios?

– No, pero Feng me enseñó su fotografía varias veces. Tenía quince años menos. Era una mujer realmente espléndida.

– O sea que llevaba la fotografía de Wen consigo. Debía de quererla mucho.

– No, no lo creo. Quería alardear de la belleza a la que había desflorado. Hablaba de ella de una forma muy sucia. Describía en detalle cómo forcejeaba, gritando, sangrando como una cerda cuando la forzó la primera vez…

– ¡Qué hijo de puta, jactarse de una cosa así! -Yu interrumpió a Zheng.

– También se acostaba con otra media docena de chicas. Por casualidad yo conocía a una de ellas: Tong Jiaqing. ¡Era una ninfómana! Una vez varios chicos tuvieron relaciones con ella todos juntos, Feng, el Ciego Ma y el Bajito Yin…

– ¿Le habló de sus planes de ir a Estados Unidos?

– Eso era de dominio público aquí. La mayoría de hombres de esta aldea se han ido. Como todos los demás, Feng hablaba de hacerse millonario en Estados Unidos. De todos modos, aquí está políticamente acabado.

– Los dos son Hachas Voladoras -dijo Yu-. Debió de hablarle de sus planes de viaje.

– No tengo nada que ver con esas cosas. Feng se jactó delante de mí de su relación íntima con alguno de los peces gordos, es todo lo que sé.

– ¿Incluido Jia Xinzhi?

– Jia no pertenece a nuestra organización. Es más como un socio de negocios, responsable del barco. No recuerdo que Feng mencionara a Jia. Le digo la verdad, agente Yu.

Lo que Zheng había dicho hasta el momento podía ser cierto, consideró Yu; no había revelado nada crucial para la organización. En cuanto a una escoria conocida como Feng, conocer algunas cosas malas de su vida personal no cambiaría nada.

– Sé que acabas de salir, Zheng, pero puedo hacer que vuelvas a entrar si te niegas a cooperar. Necesito más de lo que me has dicho.

– De todos modos soy hombre muerto. No importa que me arrojes al agua hirviendo -dijo Zheng con expresión pétrea-. Vuelve a meterme en la cárcel si puedes.

El inspector Yu había oído hablar de la banda yiqi. Aun así, pocos preferirían ser un cerdo hervido que una rata traidora. Quizá Zheng pensaba que Yu sólo se estaba echando un farol. Una placa de Shanghai podía significar poco para un gánster local, pero Yu no tenía prisa por llamar al sargento Zhao.

El punto muerto al que habían llegado se rompió cuando entró Shou, resonando sus zapatos de madera al pisar el duro suelo también de madera. Iba vestida con un pijama a rayas azules y llevaba una tetera y dos tazas en una bandeja lacada en negro.

– Camarada agente, tómese un poco de té Olong, por favor.

Resultó inesperado que Shou decidiera entrar en la habitación. Otra mujer habría permanecido en el piso de arriba llorando, demasiado avergonzada para reaparecer ante el policía que acababa de verla desnuda. Ahora, con su cuerpo tapado por el pijama, tenía un aspecto presentable, decente; no parecía la mujer lasciva que Pan había sugerido. Tenía unas facciones finas, aunque las preocupaciones habían grabado arrugas alrededor de sus ojos. Tal vez había estado escuchando detrás de la puerta.

– Gracias -Yu cogió una taza y prosiguió-. Déjame que te lo diga de otra manera, Zheng. ¿Has oído algo sobre qué puede hacer la banda a Feng o a su esposa?

– No, no he oído nada. Desde que salí, he vivido con el rabo entre las piernas.

– ¿Con el rabo entre las piernas? Lo que hacías anoche con tu rabo tieso era suficiente para volver a meterte en la cárcel durante años. Jugar al majong es una grave violación de la libertad condicional. Utiliza ese cerebro de cerdo muerto que tienes, Zheng.

– Zheng no ha hecho nada malo -intervino Shou-. Yo quise que pasara la noche aquí.

– Déjanos solos, Shou -dijo Zheng-. No tiene nada que ver contigo. Vuelve a tu habitación.

Cuando Shou salió de la habitación, mirándoles por encima del hombro, Yu dijo con calma:

– Una mujer agradable. ¿Quieres causarle problemas por tu culpa?

– Esto no tiene nada que ver con ella.

– Me temo que sí. No sólo te meteré a ti de nuevo en la cárcel, sino que también haré que cierren la casa de baños basándome en que se trata de una casa de juego y prostitución. También a ella la meterán entre rejas, pero no en la misma celda que tú, me aseguraré de eso. La policía local hará lo que yo les diga.

– Está echándose un farol, agente Yu -Zheng le miró fijamente con aire desafiante-. Conozco al sargento Zhao.

– ¿No me crees? El superintendente Hong está a cargo de la provincia. Debes de conocerle también -dijo Yu, sacando su teléfono-. Voy a llamarle ahora mismo.

Marcó el número, enseñó a Zheng la pantalla y apretó el botón del altavoz del teléfono para que los dos pudieran oír la conversación.

– Camarada superintendente Hong, soy el inspector Yu Guangming.

– ¿Cómo va todo, inspector Yu?

– No hemos adelantado nada, y el inspector jefe Chen llama cada día. Recuerde que este caso es de gran interés para el ministerio de Beijing.

– Sí, lo comprendemos. También es de alta prioridad para nosotros.

– Tenemos que ejercer más presión sobre los Hachas Voladoras.

– Estoy de acuerdo, pero como le dije, los jefes no están ahí.

– Cualquier miembro servirá. Lo he hablado con el inspector jefe Chen. Enciérreles, así como a los que están conectados con ellos. Si presionamos lo bastante se derrumbarán.

– Trazaré un plan con Zhao y volveré a llamarle.

– Ahora podemos hablar -el inspector Yu miró a Zheng a los ojos-. Que te quede claro. En estos momentos, la policía local no sabe que estoy aquí. ¿Por qué? Mi investigación es sumamente confidencial. De modo que si cooperas, nadie hablará… ni tú, ni Shou ni yo. Lo que hiciste anoche a mí no me interesa.

– En realidad no fue nada… lo de anoche -dijo Zheng con voz repentinamente ronca-. Pero ahora recuerdo una cosa. Uno de los jugadores, un tipo llamado Ding, me preguntó por Feng.

– ¿Ding es un Hacha Voladora?

– Creo que sí. Nunca le había visto.

– ¿Qué dijo?

– Me preguntó si sabía algo de Feng. No lo sabía. En realidad, me enteré del trato de Feng con los norteamericanos por Ding. Y también de la desaparición de Wen. La organización está muy alterada.

– ¿Te dijo por qué?

– No con detalle, pero puedo adivinarlo. Si Jia es condenado, resultará una pérdida enorme para nuestra operación de tráfico ilegal.

– Hay suficientes redes de tráfico ilegal de Taiwan para hacerse cargo del vacío.

– Está en juego la reputación de la organización. «Un grano de excremento de rata puede estropear todo un bote de harina blanca.» -Tras una pausa Zheng añadió-: Quizá haya más cosas. El papel de Feng en la operación es otro factor.