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– Bueno, eso es algo. ¿Qué sabes de su papel?

– Una vez concertada la hora de la partida de un barco, los jefes de la banda como Jia quieren inscribir a tantos pasajeros como sea posible. Pierden beneficios si el barco no está completo, y es responsabilidad nuestra correr la voz. Feng se ocupaba de reclutar gente. Desarrolló una red y ayudaba a los de la aldea. Podían consultarle para saber, por ejemplo, qué jefes de banda eran de fiar, si el precio era negociable, qué capitanes tenían experiencia. Así que Feng tiene en la cabeza una lista de la gente implicada; tanto de los que suministraban como de los que pedían. Si lo revela, todo el negocio sufrirá un golpe terrible.

– Puede que ya lo haya revelado -Yu no lo había oído decir. Quizá los norteamericanos se habían centrado sólo en Feng como testigo contra Jia-. ¿Ding te contó los planes que tenía la banda para su esposa?

– Maldijo como un loco. Dijo algo como: «Esa zorra ha cambiado de opinión. ¡Así que no escapará tan fácilmente!».

– ¿Qué significa eso de que cambió de opinión?

– Ella esperaba su pasaporte, pero escapó en el último momento. Creo que se refería a eso.

– Entonces, ¿qué van a hacer?

– Feng está preocupado por el bebé que ella lleva en su vientre. Si se apoderan de ella, Feng no abrirá la boca. Por eso la persiguen.

– Han transcurrido casi diez días; ya deben de estar realmente preocupados.

– Seguro que sí. Han enviado hachas de oro.

– ¿Hachas de oro?

– El fundador de los Hachas Voladoras tenía cinco pequeñas hachas con la inscripción: «Cuando ves el hacha de oro, me ves a mí». Si otra organización cumple una petición realizada a través de un hacha dorada, tienen derecho a recibir cualquier favor a cambio.

– ¿O sea que hay otras bandas implicadas en la búsqueda de Wen, fuera de Fujian?

– Ding mencionó a algunas personas de Shanghai. Harán todo lo que puedan para atrapar a Wen antes que la poli.

El inspector Yu se alarmó, tanto por el inspector jefe Chen y su compañera norteamericana como por Wen.

– ¿Qué más te dijo?

– Creo que eso es todo. Le he contado todo lo que sé. Cada palabra es absolutamente cierta, agente Yu.

– Bueno, lo averiguaremos -dijo Yu, convencido de que Zheng había revelado todo lo que sabía-. Otra cosa. Dame la dirección de esta prostituta, Tong.

Zheng anotó unas palabras en un pedazo de papel.

– ¿Nadie sabe que ha venido aquí?

– Nadie. No te preocupes por eso -Yu se levantó de la mesa de majong, añadiendo su número de móvil a la tarjeta-. Si te enteras de algo más, llámame.

Salió de la casa de baños como un cliente satisfecho, acompañado por sus anfitriones hasta la puerta.

Cuando se volvió para mirar atrás al final de la aldea, vio a Zheng que aún estaba de pie con Shou en el umbral, abrazándola por la cintura, como una pareja de cangrejos atados con una paja en el mercado. Tal vez se tenían afecto.

CAPÍTULO 23

El inspector jefe Chen tenía una resaca espantosa el domingo por la mañana, debido a la fiesta en el karaoke la noche anterior.

Recordaba vagamente una escena de su sueño que rápidamente se desvaneció. Había estado viajando en un tren exprés, dirigiéndose a alguna parte, aunque su destino no aparecía en el billete ya perforado. Era un viaje largo y aburrido. No se podía hacer nada más que mirar el mismo pasillo por el que pasaban diferentes pies: con sandalias de paja, botas relucientes, mocasines de piel, elegantes babuchas… Luego, al volverse hacia su propio reflejo en el cristal de la ventanilla, observaba una mosca que daba vueltas en torno a una mancha cerca del marco. En el instante en que él levantó la mano, irritado, la mosca se alejó con un zumbido; pero volvió de inmediato, zumbando, al mismo lugar. Él no vio qué era lo que la atraía allí. El tren seguía avanzando aunque no avanzaba.-.

Y se preguntó mientras la luz entraba a través de las persianas: «¿Es el inspector jefe Chen que sueña con ser una mosca, o es la mosca que sueña con ser policía?»

Algunos detalles de la fiesta de la noche anterior acudieron a él. ¿En qué se diferenciaba de aquellos depravados agentes del caso Baoshen? Por descontado que había visitado el club por cuestiones de trabajo, razonó.

Había jurado que haría todo lo que estuviera en su poder para aplastar a los gánsteres, sin embargo no había supuesto que también él tendría que rebajarse a semejante artería, brindar por la amistad con un Azul honorario.

Y estaba la conexión de Li. Era posible que Li no se lo hubiera contado todo sobre la investigación. En realidad, el hecho de que el ministro Huang le recomendara para el trabajo y le llamara a su casa sugería algo. El inspector jefe Chen podía asimismo necesitar tener una carta para jugar contra el poderoso Secretario del Partido.

Fue entonces, a las ocho y media, cuando llegó la llamada telefónica del Secretario del Partido Li, que no proporcionó muchas esperanzas de alivio de su dolor de cabeza.

– Es domingo, inspector jefe Chen. Entretenga a la inspectora Rohn lo mejor que pueda, para que no haga preguntas problemáticas.

Chen meneó la cabeza. No se podía discutir con Li, en especial cuando Seguridad Interna acechaba. Corrían rumores de la posibilidad de que él sucediera al Secretario del Partido Li pero ahora se preguntaba si era un puesto deseable.

A la inspectora Rohn no pareció defraudarla demasiado el plan propuesto para el día. Quizá también se daba cuenta de que realizar más entrevistas en Shanghai era inútil. Él sugirió que se reunieran para almorzar en el Suburbio de Moscú.

– ¿Un restaurante ruso?

– Quiero enseñarle los rápidos cambios que se están produciendo en Shanghai -dijo él. También quería dar un poco de negocio a su amigo Lu.

Había planeado reunirse con el Viejo Cazador antes de almorzar, pero no lo hizo. Cuando colgó el teléfono, recibió un paquete exprés. La cinta de casete del inspector Yu llevaba una etiqueta que decía: «Entrevista con el director Pan». Escucharla era prioritario. Tras aplicarse una toalla mojada a la frente, se sentó en el sofá y puso la cinta. Cuando finalizó, volvió a poner la parte en la que el director Pan le hablaba de cuando se enteró del trato de Feng en Estados Unidos. Al escucharla una vez más tomó una rápida nota, preguntándose si Yu habría reparado en el detalle.

Echó una ojeada a su reloj y se dio cuenta de que no tenía tiempo de preguntárselo a Yu. Tenía que darse prisa.

Lu, el propietario del restaurante, comunicativo y vestido con un traje gris marengo de tres piezas y corbata roja sujeta con una aguja de diamantes, les esperaba fuera del suburbio de Moscú.

– Camarada, hace siglos que no vienes por aquí. ¿Qué buen viento te trae hoy?

– Te presento a Catherine Rohn, mi amiga norteamericana. Catherine, éste es el Chino del Extranjero Lu.

– Encantada de conocerle, señor Lu -dijo ella en chino.

– Bienvenida. La amiga del inspector jefe Chen es amiga mía -declaró Lu-. Les tengo reservado un comedor privado.

Necesitaban el tratamiento especial. El comedor general estaba abarrotado. Numerosos extranjeros que hablaban en inglés estaban comiendo. Una azafata rusa les condujo a una sala decorada de forma exquisita, contoneando su esbelta cintura como un álamo mecido por la brisa. El mantel era blanco como la nieve, los vasos resplandecían bajo bruñidos candelabros y la exquisita cubertería podía haber sido del Palacio de Invierno. La camarera se situó detrás de la mesa, inmóvil.

Lu le hizo seña de que se marchara.

– Vuelve dentro de un rato, Anna. Hace mucho tiempo que no hablo con mi amigo.

– ¿Cómo va el negocio? -preguntó Chen.

– No va mal -dijo Lu radiante-. Tenemos fama de auténtica cocina rusa y auténticas chicas rusas.