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– ¡Famosos por ambas cosas!

– Exactamente. Por eso viene tanta gente.

– O sea que realmente ya eres un Chino del Extranjero con éxito -dijo Chen-. Te agradezco lo que has hecho por mi madre.

– Vamos. Ella también es como mi madre. Se siente un poco sola.

– Sí. Quiero que venga a vivir conmigo, pero ella dice que está acostumbrada a aquel viejo desván.

– Quiere que tengas el apartamento de un dormitorio para ti solo.

Chen sabía adonde quería ir a parar Lu. Era inútil plantearle en presencia de la inspectora Rohn. Así que dijo:

– Me considero afortunado por tener un apartamento de una habitación para mí solo.

– ¿Sabes lo que dice Ruru? «El inspector jefe Chen pertenece a una especie en peligro.» ¿Por qué? Cualquiera de esos advenedizos le habría dado hace tiempo la reluciente llave de un apartamento de tres dormitorios a alguien de tu posición -dijo Lu riendo por lo bajo-. No te ofendas, compañero. Ella cocina una buena sopa pero no entiende que seas un policía tan íntegro. Ah, ayer vino Gu Haiguang, del Dynasty Club, y te mencionó.

– ¿De veras? ¿Crees que vino por casualidad?

– No lo sé. Ha estado aquí en otras ocasiones, pero ayer hizo preguntas sobre ti. Le dije que me ayudaste a empezar. Era como enviar carbón a un amigo pobre en lo más crudo del invierno.

– No tienes que contarle eso a la gente, Lu.

– ¿Por qué no? Ruru y yo estamos orgullosos de tener un amigo como tú. Ven cada semana. Que Pequeño Zhou te traiga en coche. Sólo está a quince minutos. La cantina de tu departamento es un insulto. ¿Hoy cobras dietas?

– No, hoy no estoy por asuntos del departamento. Catherine es amiga mía. Por eso quiero invitarla al mejor restaurante ruso de Shanghai.

– Gracias -dijo Lu-. Es una lástima que Ruru no esté aquí; os atendería como en casa. Hoy invitamos nosotros.

– No, tengo que pagarte. No querrás desprestigiarme delante de mi amiga norteamericana, ¿verdad?,

– No te preocupes, compañero. Conservarás tu prestigio. Y tendrás nuestra mejor comida.

Anna les llevó un menú bilingüe. Chen pidió costilla de ternera asada a la parrilla. Catherine eligió trucha ahumada con borsch. Lu, de pie entre ellos, siguió sugiriendo las especialidades de la casa como en un anuncio de la tele.

Cuando por fin se quedaron a solas, Catherine preguntó a Chen:

– ¿Es un chino del extranjero?

– No, es su mote.

– ¿Un chino del extranjero habla como él?

– No lo sé. Algunas de nuestras películas muestran a los chinos del extranjero muy entusiasmados por regresar a casa, de forma muy exagerada. Lu habla así sobre el tema de la comida, pero le pusieron el mote por un motivo diferente. Durante la Revolución Cultural, «Chino del Extranjero» era un término negativo, utilizado para despreciar a las personas en las que no se podía confiar políticamente con respecto al mundo occidental o a las que se asociaba con un estilo de vida burgués y despilfarrador. En el instituto, Lu se obstinó en enorgullecerse de cultivar sus gustos «decadentes»: tomar café, preparar tarta de manzana al horno, mezclar la ensalada de fruta y, por supuesto, vestir traje de estilo occidental para cenar. Por eso le pusieron ese apodo.

– ¿Usted ha adquirido de él todos sus conocimientos epicúreos? -preguntó ella.

– Se podría decir que sí. Hoy en día, «chino del extranjero» es una expresión positiva, que tiene la connotación de alguien rico, que le van bien los negocios y que mantiene relaciones con el mundo occidental. Lu se ha convertido en un empresario de éxito con restaurante propio. O sea que ahora el nombre refleja la realidad.

Ella bebió un sorbito de agua y los cubitos de hielo tintinearon en el vaso produciendo un agradable sonido.

– Le ha preguntado quién iba a pagar. ¿Por qué?

– Si estoy aquí por asuntos del departamento, con dietas, me cobrará el doble o el triple. Es una práctica común. No sólo para nuestro departamento, sino para todas las empresas estatales. Es el «gasto socialista».

– Pero ¿cómo… quiero decir, el doble o el triple?

– En China, la mayoría de la gente trabaja para empresas estatales. El sistema exige una especie de promedio. Teóricamente, un director general y un portero deberían ganar el mismo sueldo. Por eso el primero emplea dinero de la empresa en su beneficio, para cenas y diversiones: «gasto socialista», aunque esté invitando a su familia o amigos.

La camarera trajo una botella de vino en una cesta y dos platillos de caviar en una bandeja de plata.

– Regalo de la casa.

Observaron a la camarera realizar la ceremonia de descorchar la botella, servir un poco en la copa de Chen y aguardar expectante. Él se la pasó a Catherine.

Ella lo probó.

– Bien.

Cuando la camarera se retiró, alzaron sus copas y brindaron.

– Me alegro de que le haya dicho a su amigo que soy amiga suya -dijo-. Pero vamos a pagar a medias.

– No. Paga el departamento. Le he dicho que pagaba yo porque no quería que la cuenta subiera demasiado. Para un chino no pagar en compañía de su novia, y mucho más si se trata de una guapa novia norteamericana, significa un grave desprestigio.

– ¿Una guapa «novia» norteamericana?

– No, a él no le he dicho eso, pero probablemente es lo que imagina.

– La vida aquí es muy complicada: «gasto socialista», «pérdida de prestigio» -volvió a alzar la copa-. «¿Cree que Gu vino a propósito?

– Anoche Gu no me mencionó su visita, pero creo que tiene usted razón.

– Ah, ¿volvió a verle anoche?

– Sí, una fiesta en el karaoke. Me llevé a Meiling, la secretaria de la oficina de Control de Tráfico.

– ¿Así que llevó a otra chica? -fingió asombro.

– Para demostrarle que me tomo en serio lo del aparcamiento, inspectora Rohn.

– A cambio de información, entiendo. ¿Se enteró de algo nuevo, inspector jefe Chen?

– Sobre Wen no, pero me prometió que lo intentaría -apuró su vino, recordando el Mao Tai mezclado con la sangre de serpiente, y optó por no hablar con detalle de la fiesta en el karaoke-. La fiesta no terminó hasta las dos, con toda la comida exótica que se pueda imaginar, más dos botellas de Mao Tai y un dolor de cabeza espantoso para mí esta mañana.

– Oh, pobre camarada inspector jefe Chen.

Llegó el primer plato. La comida era excelente, el vino suave y su compañera encantadora; la resaca de Chen casi había desaparecido. La luz de la tarde entraba a raudales por la ventana. Al fondo se oía una canción popular rusa titulada «El capullo de baya roja».

Por un momento, pensó que el encargo del día no estaba tan mal. Tomó otro sorbo. Acudieron a su mente fragmentos de versos.

Bajo el ardiente sol dorado,

No podemos recoger el día

Del antiguo jardín

Y ponerlo en un álbum de antaño.

Vivamos el momento

O el tiempo no perdonará…

Se quedó momentáneamente confuso. Estos no eran exactamente sus versos. ¿Aún estaba borracho? Li Bai afirmaba que cuando escribía mejor era cuando estaba embriagado. Chen nunca lo había experimentado.

– ¿En qué piensa? -preguntó ella, trinchando su pescado.

– En unos versos. No míos. No todos.

– Vamos, es usted un poeta célebre. La bibliotecaria de la Biblioteca de Shanghai le conoce. ¿Por qué no me recita alguno de sus poemas?

– Bueno… -se sintió tentado. El Secretario del Partido Li le había dicho que la entretuviera-. El año pasado escribí un poema sobre Daifu, un poeta chino moderno. ¿Recuerda los dos versos que había en mi abanico plegable?

– ¿Sobre fustigar al caballo y a la belleza por igual? -dijo ella con una sonrisa.

– A principios de los años cuarenta, se vio atrapado en el tifón de un tabloide por su divorcio. Se marchó a una isla filipina, donde inició una nueva vida, en el anonimato. Como alguien en su programa de protección de testigos. Cambió de nombre, se dejó crecer la barba, abrió una tienda de arroz y compró una chica nativa «intacta», unos treinta años menor que él, que no hablaba una sola palabra de chino.