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– Gauguin hizo algo parecido -dijo ella-. Lo siento, siga, por favor.

– Fue durante la guerra contra Japón. El poeta estuvo involucrado en actividades de la resistencia. Supuestamente le mataron los japoneses. Desde entonces se ha ido creando un mito. Los críticos afirman que lo hizo todo, la chica, la tienda de arroz y su barba, como tapadera de sus actividades contra los japoneses. Mi poema fue una reacción a estas afirmaciones. La primera estrofa habla de los antecedentes. Me la salto. La segunda y tercera estrofas tratan de la vida del poeta como rico comerciante de arroz en compañía de la muchacha nativa.

«Un gigantesco libro mayor se le abría / por la mañana, las cifras / subían y bajaban en un ábaco de caoba / todo el día, hasta que el toque de queda / le encerraba en los brazos desnudos de ella, / en una pacífica bolsa de oscuridad: / el tiempo era un puñado de arroz que se le escurría / entre los dedos. Un grano de betel masticado / pegado en el mostrador. Se marchó / conteniéndose como un globo / abandonado sobre un horizonte centelleante / de colillas de cigarrillo»

«Una medianoche él despertó con las hojas / temblando, de modo inexplicable, junto a la ventana. / Ella se agarró a la mosquitera / mientras dormía. Un pez de colores saltó, / danzando furioso en el suelo. / Sin decir una palabra, la capacidad de una mujer joven / para sentir celos y / la incorregiblemente plural correspondencia / del mundo le iluminó. / Debía de haber sido otro hombre, muerto / mucho tiempo atrás, quien había dicho: / 'Los límites de su poesía / son los límites de su posibilidad'.»

– ¿Eso es todo? -ella le miró por encima de las gafas.

– No, hay otra estrofa, pero no recuerdo los versos. Dice que años más tarde, las críticas llegaron a aquella mujer nativa quien, a sus sesenta años, no podía recordar nada salvo a Daifu cuando le hacía el amor.

– Es demasiado triste -dijo ella, retorciendo en sus delgados dedos el pie de la copa-. Y muy injusto hacia ella.

– ¿Injusto para la crítica feminista?

– No, no sólo eso. Es un poco demasiado cínico. No es que no me guste su poema, me gusta -tras otro sorbito prosiguió-. Déjeme que le haga una pregunta diferente. Cuando escribió el poema, ¿en qué estado de ánimo estaba?

– No lo recuerdo. Hace mucho tiempo de ello.

– De mal humor, supongo. Las cosas iban mal. Los mensajes no calaban. La desilusión dio en el blanco. Y usted se volvió cínico… -añadió-: Lo siento, si me estoy entrometiendo.

– No, no pasa nada -dijo él, sorprendido-. Tiene razón en sentido general. Según nuestro poeta Du Fu, de la dinastía Tang, la gente no escribe bien cuando es feliz. Si estás satisfecho con la vida, simplemente quieres disfrutarla.

– El cinismo antirromántico puede ser un disfraz de la decepción personal del poeta. El poema revela otra cara de usted.

– Bueno… -estaba desconcertado-. Tiene derecho a hacer la lectura que quiera, inspectora Rohn. En su deconstrucción, cada lectura puede ser una lectura equivocada.

Su conversación se vio interrumpida por una llamada telefónica de su ayudante, Qian.

– ¿Dónde está, inspector jefe Chen?

– En el Suburbio de Moscú -dijo Chen-. El Secretario del Partido Li quiere que entretenga a nuestra invitada norteamericana. ¿Qué es lo que tiene que decirme?

– Nada en particular. Hoy estoy en el departamento. El inspector Yu puede llamar en cualquier momento y aún estoy llamando a los hoteles. Si sucede algo llámeme aquí.

– O sea que también trabaja en domingo. Bien hecho, Qian. Adiós.

Sin embargo, se sintió un poco perturbado. Era posible que Qian hubiera pretendido demostrar cuánto trabajaba, en especial después del incidente de Quingpu. Pero ¿por qué quería saber dónde estaba Chen? Quizá no debería haber revelado su paradero.

Llegó Anna para ofrecer postres en un carrito.

– Gracias -dijo Chen-. Déjelo ahí. Elegiremos nosotros mismos.

– Otra cuestión lingüística -dijo Catherine, tras elegir mousse de chocolate. -¿Sí?

– Lu llama a Anna y a otras camareras sus pequeñas hermanas. ¿Por qué?

– Son más jóvenes, pero hay otra razón. Solíamos llamar a los rusos nuestros «hermanos mayores», creyendo que estaban más avanzados y que éramos los únicos en las primeras etapas del comunismo. Ahora Rusia se considera más pobre que China. Las jóvenes rusas vienen aquí, a buscar trabajo en nuestros restaurantes y clubes nocturnos, igual que los chinos van a Estados Unidos. Lu está muy orgulloso de eso.

Ella hundió la cuchara en el mousse.

– Necesito pedirle un favor… como novia norteamericana suya, lo que su amigo imagina que soy.

– Haré lo que pueda por usted, inspectora Rohn -se dio cuenta de que se había operado un sutil cambio en ella. Su tono carecía del matiz del día anterior-. He oído hablar de una calle «de imitaciones» en Shanghai. Me gustaría pedirle que me acompañara.

– ¿Una calle de imitaciones?

– La calle Huating, así se llama. Venden toda clase de marcas falsas. Como Louis Vuitton, Gucci o Rolex.

– La calle Huating… Nunca he estado allí.

– Puedo ir sola, con un plano de Shanghai en la mano. Sólo que los vendedores me pedirán un precio mucho más elevado. No creo que mi chino sea lo bastante bueno para regatear.

– Su chino es más que adecuado -Chen dejó su copa. No era esta una actividad que las autoridades recomendarían. Semejante mercado callejero no prestigiaba a China. Si ella se lo decía a alguien, podía resultar un poco embarazoso para el gobierno de la ciudad. Pero podría hacerlo aunque él no la acompañara-. ¿Le parece una buena idea ir allí, inspectora Rohn? -preguntó.

– ¿Por qué lo pregunta?

– Puede comprar esas cosas en su país. ¿Por qué perder tiempo buscando imitaciones aquí?

– ¿Sabe cuánto vale un bolso Gucci? -dejó su copa sobre la mesa-. El que yo llevo no es de marca. No crea que todos los norteamericanos son millonarios.

– No, no lo creo -dijo Chen.

– Un compañero de clase de Wen, creo que se llama Bai, vende marcas falsas. Nadie sabe dónde está. Podemos preguntar por él. Esos vendedores de imitaciones deben de tener una red.

– No es necesario que vayamos allí para encontrarle -no creía que entrevistar a otro compañero de clase de Wen importara mucho-. Hoy nos merecemos un descanso.

– También existe la posibilidad de que encontremos un Valentino de imitación. La víctima del parque llevaba esa marca de pijama, ¿verdad?

– Sí -dijo él, admitiendo para sí que aquella mujer tenía una gran memoria para los detalles. Le había mencionado la marca de pijama sólo una vez de pasada-. Como inspector jefe no debería ir allí, pero soy responsable de usted. El Secretario del Partido Li me lo ha repetido esta mañana. Así que soy su guía turístico.

Cuando estuvieron listos para salir, el Chino del Extranjero Lu, ruborizado, se esforzó de nuevo para no dejar pagar a Chen.

– Le diré lo que haremos -dijo Chen-, la próxima vez vendré solo, pediré el plato más caro de la casa y le dejaré que me invite. ¿De acuerdo?

– Claro. No me haga esperar demasiado -Lu les acompañó a la puerta, con una cámara en la mano.

– Muchas gracias, señor Lu -dijo ella.

– Llámeme Chino del Extranjero Lu -dijo él a Catherine, inclinándose para besarle la mano cortésmente, en un gesto apropiado en un chino del extranjero del cine-. Somos privilegiados por tener a una bella invitada norteamericana como usted. Vuelva. La próxima vez, Ruru y yo prepararemos algo especial para usted.

Varios clientes que salían del restaurante les miraron con curiosidad. Lu paró a un joven con el pelo cortado al uno y que llevaba un móvil verde claro en la mano.