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– No puedo esperar más, inspector jefe Chen. Decida por mí un destino. Usted es el guía.

– Visitaremos los jardines, pero ¿puede prestarme antes a su humilde guía durante medio día?

– Claro. ¿Por qué?

– La tumba de mi padre está en el condado de Gaofeng. No queda muy lejos de aquí, cerca de una hora en autobús. Hace años que no la he visitado. Me gustaría ir allí esta mañana. Precisamente acaban de celebrar el festival Qingming.

– ¿El festival Qingming?

– El festival Qingming es el cinco de abril, un día que tradicionalmente se reserva para rendir culto a las tumbas ancestrales -explicó él-. Hay un par de jardines en esta zona. El famoso jardín Yi está cerca, se puede ir a pie. Podría visitarlo esta mañana. Estaré de vuelta antes de mediodía. Después podemos tomar un almuerzo al estilo de Suzhou en el Bazar del Templo Xuanmiao. Estaré a su servicio toda la tarde.

– Debe ir. No se preocupe por mí -entonces preguntó-. ¿Por qué la tumba de su padre está en Suzhou? Es simple curiosidad.

– Shanghai está superpoblado. Así que se crearon cementerios en Suzhou. Algunas personas creen en el feng shui y quieren una tumba con vistas de montañas y ríos. Mi padre eligió él mismo el lugar. Trasladamos aquí su ataúd. Lo he visitado sólo dos o tres veces.

– Iremos al templo por la tarde, pero no quiero pasear sola por la mañana. Esta hermosa ciudad… -dijo con un impúdico destello en sus ojos azules-. «¿Con quién hablaré / de su paisaje siempre encantador?».

– ¡Ah, recuerda los versos de Liu Yong! -Chen se reprimió y no le explicó que el poeta de la dinastía Song había compuesto aquellos versos para su amante.

– Entonces, ¿puedo ir con usted?

– ¿Quiere decir al cementerio?

– Sí.

– No, no puedo pedirle eso. Es un favor demasiado grande.

– ¿Va contra las costumbres chinas el que yo vaya?

– No, no necesariamente -dijo Chen, decidiendo no decirle que sólo se llevaba a la esposa o a la prometida a la tumba del padre o la madre.

– Vamos, pues. Estaré enseguida -fue a lavarse y a cambiarse.

Mientras esperaba, Chen marcó el número de Yu, pero le salió el contestador con la voz de Yu, Dejó un mensaje y su número de móvil.

Ella salió vestida con una blusa blanca, chaqueta gris claro y falda delgada a juego. Llevaba el pelo recogido atrás.

Él sugirió que tomaran un taxi para ir al cementerio. Ella quería ir en autobús.

– Me gustaría pasar un día como una persona china corriente.

A él no le parecía que pudiera hacerlo. Tampoco le gustaba la idea de llevarla en un abarrotado autobús recibiendo golpes. Por suerte, a unas manzanas del hotel vieron un autobús con un letrero que decía CEMENTERIO EXPRESS. El billete valía el doble, pero subieron sin problema alguno. El autobús no iba tan lleno de pasajeros como de bártulos: cestas de mimbre con platos preparados, bolsas de plástico de comida instantánea, carteras de bambú probablemente llenas de dinero «fantasma» de papel, y cajas de cartón medio rotas atadas con cordeles y cuerdas para impedir que se derramara su contenido. Se apretujaron en el asiento que quedaba detrás del conductor, que les permitía disponer del pequeño espacio que quedaba debajo del asiento del conductor para estirar las piernas. Ella regaló un paquete de cigarrillos al conductor; un regalo de su condición de «huésped distinguida» del Peace Hotel. El conductor les sonrió.

A pesar de las ventanas abiertas, el aire en el autobús era sofocante, y la imitación de cuero de los asientos daba mucho calor. Se percibía una mezcla de olores de sudor de cuerpos humanos, pescado salado, carne macerada en vino y cualquier otra ofrenda imaginable. No obstante, Catherine parecía animada y se puso a charlar con una mujer de edad madura que estaba al otro lado del pasillo y a examinar las ofrendas de los demás pasajeros con gran interés. Por encima de la cacofonía de voz se oía una canción emitida por unos altavoces invisibles. El cantante, popular en Hong Kong, gorjeaba con voz estridente. Chen reconoció la letra: un poema ci escrito por Su Dongpo. Era una elegía a la esposa de Su, pero se podía interpretar de un modo más general. ¿Por qué el conductor del autobús que iba al cementerio había elegido aquel ci concreto para el viaje? La economía de mercado funcionaba en todas partes. También la poesía se había convertido en un producto.

El inspector jefe Chen no creía que hubiera vida después de la vida, pero, bajo la influencia de la música, deseó que la hubiera. ¿Le reconocería su padre?, se preguntó. Después de tantos años…

Pronto vieron el cementerio. Varias ancianas se dirigían hacia allí desde el pie de la colina. Llevaban capuchas de toalla de color blanco e iban vestidas con ropa oscura hecha en casa, más oscura aún que los cuervos que se veían a lo lejos. Era una escena que había presenciado en su última visita.

Le cogió la mano a la inspectora Rohn.

– Vamos deprisa.

Pero a ella le costaba hacerlo. La tumba del padre de Chen se encontraba aproximadamente a media colina. El camino estaba lleno de alta maleza. La pintura de los letreros que indicaban la dirección había desaparecido. Había varios escalones en mal estado. Tuvo que reducir la marcha, abriéndose paso a través de las ramas bajas de los pinos y las zarzas. Ella estuvo a punto de tropezar.

– ¿Por qué algunos caracteres que hay en las lápidas son rojos y otros son negros? -preguntó, pisando con mucho cuidado entre las piedras.

– Los nombres que están en negro corresponden a los que ya han muerto, y los nombres que están en rojo a los que aún viven.

– ¿Eso no trae mala suerte a los vivos?

– En China se supone que marido y mujer serán enterrados juntos bajo la misma lápida. Por esto después de morir uno el otro hará erigir la lápida con el nombre de los dos grabado en ella: uno en negro y el otro en rojo. Cuando los dos hayan muerto, sus hijos pondrán juntos sus féretros o urnas cinerarias y repintarán todos los caracteres en negro.

– Debe de ser una costumbre muy antigua.

– Sí, y está desapareciendo. La estructura familiar ya no es tan estable. La gente se divorcia o se vuelve a casar. Sólo algunos ancianos aún siguen esta tradición.

Su conversación se vio interrumpida cuando las ancianas vestidas de negro les alcanzaron. Debían de tener más de setenta años, aunque arrastraban sus pies vendados con firmeza. Chen quedó atónito: aquellas ancianas, caminando con tanta dificultad por un camino de montaña tan peligroso. Las mujeres llevaban velas, incienso, dinero de papel «fantasma», flores y artículos de limpieza.

Una de ellas se tambaleó sobre sus pies vendados y le tendió un modelo de papel de una casa «fantasma».

– ¡Que tus antepasados te protejan!

– ¡Oh, qué guapa esposa norteamericana! -exclamó otra-. Tus antepasados, bajo tierra, sonríen de oreja a oreja.

– ¡Que tus antepasados te bendigan! -rogó la tercera.

– ¡Tenéis un maravilloso futuro juntos! -predijo la cuarta.

– No -él negaba con la cabeza al coro que hablaba en dialecto de Suzhou, que Catherine, por fortuna, no entendía.

– ¿Qué dicen?

– Bueno, palabras para dar suerte para complacernos, para que les compremos sus ofrendas o les demos dinero -compró un ramo de flores a una anciana. Las flores no tenían un aspecto muy lozano. Posiblemente las había cogido de la tumba de alguien. No dijo nada. Catherine compró un poco de incienso.

Cuando por fin localizó la tumba de su padre, las ancianas que llevaban escobas y estropajos se precipitaron a limpiar la tumba. Una de ellas sacó un pincel y dos latitas de pintura y se puso a repasar los caracteres con pintura roja y negra. Esto era un servicio que se prestaba, por el que tuvo que pagar. En parte era por Catherine, pensó. Aquellas ancianas debían de haber supuesto que él era inmensamente rico, con una esposa norteamericana.