– De acuerdo.
– ¿Sobre qué período quiere preguntar, el presente o el futuro?
– El presente.
– ¿Qué quiere saber?
– Sobre una persona.
– En ese caso, la respuesta es evidente -el taoísta esbozó una atenta sonrisa-. Lo que está buscando está ahí mismo por usted. Los dos primeros versos sugieren un cambio brusco en un momento en que las cosas parece que no tienen solución.
– ¿Qué más dice el poema?
– Puede tener algo que ver con una relación romántica. Los dos segundos versos lo dejan claro.
– Estoy confundida -dijo ella, volviéndose a Chen-. Usted es el único que está aquí por mí.
– Es ambiguo adrede -a Chen le divertía-. Estoy aquí, o sea que ¿a quién ha de buscar? O podría referirse a Wen, que sepamos.
Echaron a andar por el templo, examinando los ídolos de barro colocados sobre piedras en forma de cojín: las deidades de la religión taoísta. Cuando estuvieron fuera del alcance del oído de los taoístas, ella reanudó su interrogatorio-. Usted es poeta, Chen. Por favor, explíqueme esos versos.
– El significado de un poema y el significado de una predicción del futuro pueden ser totalmente diferentes. Usted ha pagado para que le predijeran el futuro, así que tiene que contentarse con su interpretación.
– ¿Qué es la belleza del rubor de una oca salvaje?
– En la antigua China había cuatro bellezas legendarias, tan bellas que todo lo demás reaccionaba con vergüenza: las aves se ruborizaban, los peces se zambullían, la luna se escondía y la flor se cerraba. Posteriormente, la gente empleaba esta metáfora para describir una belleza.
Luego salieron al patio del templo. Ella se puso a tomar fotografías, como una turista norteamericana, pensó él. Parecía estar disfrutando cada instante, disparando la cámara desde muchos ángulos diferentes.
Paró a una mujer de edad madura.
– ¿Podría sacarnos una foto? -preguntó. Se acercó a él. El pelo le relucía sobre el hombro de Chen; dirigió la mirada hacia la cámara con el antiguo templo al fondo.
El bazar de delante del templo era un hervidero de gente. Pasó varios minutos buscando recuerdos exóticos pero baratos. Además de varias cestas de hierbas, que llenaban el aire de un agradable aroma, regateó con una vieja campesina que exhibía pequeñísimos huevos de ave, bolsas de plástico de hojas de té de Suzhou y paquetes de setas secas. En una cabina de juguetes populares, agitó una serpiente de papel que resbalaba en un palo de bambú, un recuerdo de su infancia.
Eligieron una mesa bajo la sombra de un gran parasol. Él pidió rollitos al estilo de Suzhou, camarones pelados con hojas de té tiernas y sopa de pollo y sangre de pato. Entre bocado y bocado ella siguió preguntando por el poema que predecía el futuro.
– Los dos primeros versos son de Lu You, un poeta de la dinastía Song, pero de dos poemas diferentes -explicó él-. El primero se cita a menudo para describir un cambio repentino. En cuanto a los dos segundos, tienen una trágica historia detrás. A sus setenta años, cuando Lu revisitó el lugar donde había visto por primera vez a Shen, una mujer a la que amó toda su vida, escribió esos versos, contemplando las verdes aguas que pasaban por debajo del puente.
– Una historia romántica -dijo ella, tragando una cucharada de la sopa de pollo y sangre de pato.
CAPÍTULO 27
Llegaron al hotel al anochecer.
El inspector jefe Chen telefoneó desde la habitación de Catherine al inspector Yu. Como éste sabía que ella estaba presente, no dijo gran cosa al teléfono, salvo que le entregarían a Chen una nueva cinta con una entrevista.
Luego ella dijo que quería telefonear a su supervisor.
Él se excusó y salió al pasillo a fumar un cigarrillo.
Fue una conversación breve. Ella salió antes de que se hubiera acabado de fumar el cigarrillo. Contemplando la antigua ciudad al anochecer, dijo que su jefe le había sugerido que regresara. Ella no parecía impaciente por obedecerle.
– Puede que mañana hagamos algún progreso -dijo ella.
– Esperémoslo. Quizá el poema que predecía el futuro servirá. Iré a descansar a mi habitación; mañana será un día largo.
– Si ocurre algo, llámeme -recordó que él no tenía teléfono en la habitación-. O llame a la puerta.
– Lo haré -añadió-. Tal vez esta noche podríamos dar un paseo.
Se fue a su habitación. Cuando encendió la luz vio, para su sorpresa, que había un hombre sentado; o, para ser más exactos, dormitando con la espalda apoyada en el cabezal.
Pequeño Zhou levantó la mirada con sobresalto.
– Le he estado esperando. Lamento haberme dormido en su habitación, inspector jefe Chen.
– Debe de hacer mucho rato que esperas. ¿Qué te ha traído aquí, Pequeño Zhou?
– Algo del inspector Yu, con la indicación de que se lo entregara a usted lo antes posible.
Desde el secuestro de Qiao, Chen había insistido en ponerse en contacto con Yu a través de su teléfono móvil, y en caso de emergencia, a través de Pequeño Zhou, en quien Chen confiaba.
– No hacía falta que vinieras hasta aquí -dijo Chen-. Mañana estaré en el departamento. ¿Nadie sabe que has venido a Suzhou? -preguntó Chen.
– Nadie. Ni siquiera el Secretario del Partido Li.
– Muchísimas gracias, Pequeño Zhou. Te estás arriesgando mucho por mí.
– Ni lo mencione, inspector jefe Chen. Soy su hombre. Todo el mundo lo sabe en el departamento. Déjeme que le lleve de regreso esta noche. En Shanghai se está más seguro.
– No, no te preocupes. Tenemos algo que hacer aquí -dijo Chen-. Déjame hablar con el director del hotel. Habrá alguna otra habitación libre. Puedes regresar a Shanghai mañana por la mañana.
– No, no es necesario. Si aquí no tengo nada que hacer, me marcho. Pero antes iré al mercado nocturno a comprar algunos productos locales.
– Buena idea. Tienes que comprar camarones de río vivos, y también estofado de tofu de Suzhou -anotó su número de móvil en una tarjeta para Pequeño Zhou-. Tanto tú como Lu podéis llamarme a este número.
Salió de la habitación con Pequeño Zhou.
– Hay muchos kilómetros hasta Shanghai. Ten cuidado, Pequeño Zhou.
– Dos horas. No es mucho.
De nuevo en su habitación, Chen abrió el sobre. Contenía una cinta de casete con una breve introducción de Yu.
Inspector jefe Chen:
Después de entrevistar a Zheng me encontré con Tong Jiaqing en un salón de peluquería. Tong es una muchacha de veintipocos años, acusada de prácticas indecentes en varias ocasiones, aunque puesta en libertad pronto en cada ocasión. Lo que sigue es la entrevista que tuve con ella en una de esas habitaciones privadas. Como hizo usted en el caso de la trabajadora modelo nacional, la cité en el salón.
Yu: Así que tú eres Tong Jiaqing.
Tong: Así es. ¿Por qué lo pregunta?
Yu: Soy del Departamento de Policía de Shanghai. Mira mi tarjeta.
Tong: ¿Qué? ¿Un poli? Yo no he hecho nada malo, agente Yu. Desde que empezó el año nuevo he estado trabajando aquí como peluquera fija.
Yu: Sé lo que haces. Eso no es asunto mío. Siempre que cooperes respondiendo a mis preguntas, no te causaré problemas.
Tong: ¿Qué preguntas?
Yu: Preguntas sobre Feng Dexiang.
Tong: ¿Feng Dexiang? Mmm, antes era uno de mis clientes.
Yu: ¿En este salón de peluquería?
Tong: No, en el salón de masajes de la ciudad de Fuzhou.
Yu: ahí es donde la policía te detuvo varias veces. ¿Le veías mucho allí?
Tong: Fue hace más de un año. Él tenía alguna clase de pequeño negocio, comerciaba con brazaletes de jade falsos o vendía cangrejos cubiertos de fango. O sea que durante un tiempo, unos cuatro o cinco meses, venía al salón una o dos veces a la semana.