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Tong: No he dicho más que la verdad.

El inspector jefe Chen apagó el aparato y encendió un cigarrillo.

Estaba deprimido. Había estado implicado en casos más sórdidos, pero en este había algo que le preocupaba. Sentado, con la cabeza apoyada en el duro cabezal, le pareció ver extraños dibujos de luz y sombra danzando en la pared de enfrente, como un bailarín con la máscara del diablo en una película.

No le gustaba su trabajo.

Lo que más le sorprendió es que la vida de Wen hubiera sido tan horrible. Ahora entendía por qué no había solicitado el pasaporte en enero. ¿Por qué iba a ir a reunirse con semejante marido? Eso le condujo de inmediato a otra pregunta. ¿Qué sería lo que había provocado su cambio de opinión? Una chica que en otro tiempo había sido animada, «la izquierdista más guapa», que llevaba con orgullo el brazal de la Guardia Roja, ¿cómo había podido elegir vivir el resto de su vida como un pedazo de carne rancia en una tabla de cortar, para ser descuartizada por un marido carnicero?

La cinta planteaba una cuestión más inquietante. De nuevo había alguien de Hong Kong en lugar de un matón local. La opinión de Tong era dudosa. Nada es demasiado bajo para un gánster, ya sea de Hong Kong o de Fujian. Pero ¿por qué los Hachas Voladoras han enviado un gánster de Hong Kong para abordar a Tong, una chica de salón en Fujian?

Y lo que es más, ¿qué era ese «algo» que preocupaba a los gánsteres y haría que no se detuvieran ante nada para encontrar a Wen?

Tal vez Tong no era una informante de fiar. No obstante, Chen tuvo un mal presentimiento.

Su anterior hipótesis podía ser terriblemente errónea. Sólo sabía que se hallaba en una coyuntura crítica. Un fallo más, y toda la partida estaría irremediablemente perdida.

En una partida de go, cambiaría su posición dejando la batalla de momento para centrarse en otra o iniciar una nueva; «Reubicación táctica». Al fin y al cabo, podía volver cuando la situación cambiara. O sea que una posible opción era cerrar la investigación. Abandonar.

Desde el punto de vista del Secretario del Partido Li, el inspector jefe Chen ya había hecho su trabajo lo suficientemente bien. Y el supervisor de Catherine Rohn también quería que ella regresara.

En cuanto a Wen Liping, por irónico que pudiera parecer, tenía que admitir que dondequiera que estuviera, probablemente no estaría mucho peor que en compañía de Feng.

El Secretario del Partido Li tenía razón en una cosa. La seguridad de la inspectora Rohn era alta prioridad, de la que Chen se sentía inmensamente responsable. El gánster había dicho «a cualquier precio»; eso le hizo estremecer. Si le ocurría algo a ella, jamás se lo perdonaría.

No simplemente por la política.

Aquel día había percibido su comprensión. En particular junto a la tumba de su padre. Nunca le había acompañado nadie allí. Aquel gesto tenía significado para él. Se dio cuenta de que a pesar de sus diferencias, la inspectora Rohn se había convertido para él en algo más que una compañera temporal.

Pero le parecía absurdo pensar en estas cosas mientras su investigación estaba atascada en un mar de preguntas sin respuestas, complicaciones inexplicables, riesgos imprevisibles y Wen Liping aún desparecida.

¿Podía realmente rendirse ahora, cuando consideraba que el interés nacional estaba en juego y existía el riesgo de que Feng no testificara contra Jia? ¿Cuando existía la posibilidad de que «dieciocho hachas» se cernieran sobre Wen… una mujer embarazada, indefensa, sin dinero ni empleo?

El cigarrillo le quemaba los dedos.

Sintió un fuerte impulso. Olvidar aquellos pensamientos contradictorios, sobre Wen, sobre la política, sobre sí mismo. Deseaba pasar una velada en el Templo de las Montañas Frías, junto al río Maple, con la luna naciente, el grito del cuervo, el abrazo del cielo escarchado, los arces de la orilla del río meciéndose, relucientes las luces de pesca y la llegada de un barco invitado al dar la medianoche… Perderse en el mundo de la poesía Tang, siquiera por un breve instante.

Cuando salió de su habitación vio que aún había luz en la de Catherine. Pero siguió hacia la escalera y bajó hasta el mostrador de recepción. Allí descolgó el teléfono y luego vaciló. Había varias personas cerca, sin hacer nada; también había otro grupo de gente sentada frente a una televisión en color. Colgó el teléfono y salió a la calle.

La ciudad de Suzhou no parecía haber cambiado mucho a pesar de la Política de Puertas Abiertas de China. De vez en cuando aparecían edificios de apartamentos nuevos entre casas de estilo antiguo, pero no consiguió encontrar una cabina de teléfono público. Llegó hasta el arco de un antiguo puente de piedra blanca, lo cruzó y de forma inesperada apareció ante él una calle profusamente iluminada con una gran variedad de tiendas. Era como una yuxtaposición de épocas diferentes.

En una esquina de la calle vio una oficina de correos abierta. En su espacioso vestíbulo varias personas esperaban junto a una hilera de cabinas de teléfono con puertas de cristal, sobre cada una de las cuales estaba escrito el nombre de la ciudad pertinente y el número de teléfono. Una mujer de edad madura alzó la mirada, abrió la puerta y levantó el auricular.

Él se puso a llenar una solicitud para llamar a Gu. Una vez más vaciló. Sería mejor que no revelara su paradero a alguien como Gu, así que marcó el número de teléfono del señor Ma. Era posible que Gu se hubiera puesto en contacto con el anciano doctor.

Al cabo de diez minutos, el número que había solicitado apareció en la pantalla. Entró en la cabina, cerró la puerta y descolgó.

– Soy yo, Chen Cao, señor Ma. ¿Gu se ha puesto en contacto con usted?

– Sí. Llamé al departamento. Me dijeron que estaba usted en Hangzhou.

– ¿Qué le contó Gu?

– Gu parecía estar realmente preocupado por usted, y dijo que algunas personas, personas con poder, están contra usted.

– ¿Quiénes son?

– Se lo pregunté, pero no me lo dijo. Sin embargo me preguntó si yo sabía algo de una tríada de Hong Kong llamada Bambú Verde.

– ¿Bambú Verde?

– Sí. Esta tarde he preguntado por ella a varias personas. Es una organización internacional que tiene su cuartel general en Hong Kong.

– ¿Sabe algo sobre su actividad en Shanghai?

– No, hasta ahora no he averiguado nada. Seguiré preguntado. Tenga cuidado, inspector jefe Chen.

– Lo haré. Usted también, señor Ma.

Cuando salió de la oficina de correos caminaba pesadamente. Había varias cosas enmarañadas como raíces de bambú bajo tierra. El Bambú Verde. El inspector jefe Chen no había oído hablar de ellos hasta entonces.

Y se extravió en la desconocida ciudad. Después de equivocarse varias veces al torcer, llegó al Jardín de la Pagoda Bausu. Compró una entrada, aunque era demasiado tarde para entrar en la pagoda.

Paseaba sin rumbo por el jardín, con la esperanza de que se le ocurriera alguna idea, cuando vio a una joven sentada en un banco de madera. No tendría más de dieciocho o diecinueve años y permanecía sentada tranquilamente con un libro en una mano, una pluma en la otra y un periódico extendido en el banco. Sus labios rozaban la reluciente punta del capuchón, y el lazo que llevaba en su cola de caballo ondeaba como una mariposa en un soplo de aire. Aquella escena le recordó sus días en el parque del Bund, años atrás.

¿Qué estaría leyendo allí? ¿Una antología poética? Dio un paso hacia el banco antes de darse cuenta de lo equivocado que estaba. Vio el título del libro: Estrategias de mercado. Durante años, los mercados bursátiles habían estado cerrados, pero ahora la «locura de la bolsa» estaba barriendo el país, incluso este rincón del antiguo jardín.

Subió una loma y se quedó en lo alto varios minutos. No muy lejos, le pareció oír el murmullo de una cascada. Vislumbró en la distancia una débil luz vacilante. En aquella noche de abril, las estrellas estaban altas, brillaban, le susurraban a través de los recuerdos…