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– No, es la palabra exacta, salvo que no vivimos en una época romántica.

– El romanticismo no es algo que esté ahí fuera, inspector jefe Chen. Está en la mente de uno -dijo Liu meneando la cabeza-. Le he dicho lo que sé, como me ha pedido. ¿Qué quiere usted contarme?

– Le voy a ser franco, Liu -dijo Chen, aunque sabía que no podría-. Admiro su intención de ayudar a Wen, por tanto me gustaría decir algo personal.

– Adelante, por favor.

– Está usted jugando con fuego.

– ¿Qué quiere decir?

– Wen conoce sus sentimientos hacia ella, ¿no?

– Me gustaba… ya en el instituto. De eso hace mucho tiempo. No tengo por qué borrar el pasado.

– Pero sus sentimientos son los mismos, ya sea la reina del instituto o una mujer madura embarazada del hijo de otro hombre – dijo Chen-. Usted es el señor Billetes Grandes y muchas mujeres caerían rendidas a sus pies. Y mucho más después de lo que ha hecho por ella. No puede evitar devolverle su afecto.

– Me temo que no le entiendo, inspector jefe Chen.

– No, no lo entiende. Mientras usted pueda seguir reviviendo su sueño del instituto, tratándola a ella como parte de su recuerdo, y mientras ella se contente con ser el material de su sueño inocente, existiendo sólo en el recuerdo del pasado, las cosas pueden ir bien entre ustedes dos. Pero con el tiempo, ella se habrá recuperado lo suficiente para ser una mujer real. De carne y hueso. Por eso en una velada romántica puede arrojársele a los brazos. ¿Qué hará usted? -Chen se puso sarcàstico a pesar de sí mismo-. ¿Dirá que no? Será muy cruel. Si dice que sí, ¿qué pasa con su familia?

– Ella sabe que estoy casado. No creo que haga eso.

– ¿No lo cree? Entonces la dejará quedarse meses, años, como una ex compañera de instituto. Sí, ayudarla le hace feliz. Pero ¿ella será feliz si tiene que reprimir sus sentimientos constantemente?

– Entonces, ¿qué demonios tengo que hacer? ¿Echarla? ¿Enviarla al esposo que la violó? -replicó Liu enojado-. ¿O dejar que alguna banda la cace como un conejo?

– Esto es lo que quiero hablar con usted.

– ¿El qué?

– La amenaza de los gánsteres. En estos momentos la están buscando frenéticamente. Sea cual sea la reacción del departamento de policía a mi informe, y tengo que hacer un informe, ya lo sabe, estoy seguro de que la banda pronto se enterará de que está aquí con usted.

– ¿Cómo? -preguntó Liu-. ¿La policía les pasará la información a los gánsteres?

– No, pero las tríadas tienen conexiones dentro. Igual que se han enterado del trato que hizo Feng, les llegará el rumor del paradero de Wen. Durante los últimos días, a la inspectora Rohn y a mí nos han seguido a todas partes.

– ¿De veras, inspector jefe Chen?

– El primer día, la inspectora Rohn estuvo a punto de ser atropellada por una motocicleta. El segundo, cuando bajaba una escalera se rompió un escalón al pisarlo. El tercero, pocas horas después de visitar a una mujer embarazada de Guangxi, una banda la secuestró, confundiéndola con Wen. El inspector Yu estuvo al borde de ser envenenado en un hotel de Fujian. Por último, la víspera del día en que vinimos a Suzhou, nos salvamos por los pelos de una redada que la policía había montado para atraparnos en el mercado de Huating.

– ¿Está seguro de que todos estos incidentes son atribuibles a los gánsteres?

– No fueron coincidencias. Tienen oídos dentro de la policía, tanto en Shanghai como en Fujian. La situación es grave.

Liu asintió.

– También se están infiltrando en el mundo de los negocios. Varias compañías han contratado a gánsteres para cobrar las deudas.

– Ahora lo entiende, Liu. Según la última información que he recibido, los gánsteres no la dejarán en paz ni siquiera después del juicio, tanto si Feng colabora como si no.

– ¿Por qué? Estoy confuso.

– No me pregunte por qué. Lo único que sé es que harán lo que sea necesario para dar con ella. Como ejemplo para los demás. Y lo conseguirán. Es cuestión de tiempo. Wen simplemente se engaña pensando que las cosas se solucionarán si se queda aquí con usted.

– Como inspector jefe, ¿no puede intentar hacer algo por ella, una mujer embarazada?

– Ojalá pudiera, Liu. No crea que no me cuesta admitir lo indefenso que me encuentro… ¿un patético ejemplo de un policía? Nada me haría más feliz que poder hacer algo por ella.

En su voz asomó toda su frustración. Para un policía, admitir su indefensión era más que una simple cuestión de pérdida de prestigio, pero vio la respuesta en los ojos de Liu.

– O sea que lo tendrá en cuenta -prosiguió Chen con gravedad-, comprenderá que realmente le conviene marcharse. No hay manera de que pueda protegerla aquí durante mucho más tiempo.

– Pero ¿cómo puedo dejarla marchar, para que abusen de ella el resto de su vida?

– No, no creo que permita que Feng siga abusando de ella. Los últimos días la han hecho cambiar. Ha resucitado; es lo que ha dicho usted. Creo que ha adquirido una seguridad en sí misma que no tenía -Chen añadió-. Además, allí la inspectora Rohn se encargará de ella. Actuará en interés de Wen. Me aseguraré de ello.

– O sea que volvemos al punto de partida. Wen tiene que marcharse.

– No. Comprendemos mejor la situación. Así que trataré de explicárselo a Wen, y que ella decida por sí misma.

– De acuerdo, inspector jefe Chen -dijo Liu-. Hable con ella.

CAPÍTULO 30

El inspector jefe Chen y Liu Qing salieron del estudio y entraron en la sala de estar, donde la inspectora Rohn y Wen estaban sentadas, aguardando en silencio.

Sin embargo, Chen observó una diferencia en la mesa del comedor. Había una impresionante serie de platos, entre los que había una gigantesca carpa cocida con salsa de soja con la cabeza y la cola que sobresalían de una fuente con el estampado de un sauce. Posiblemente era la que colgaba de la mano de Liu no hacía mucho rato. No podía ser fácil preparar una carpa viva de aquel tamaño. Los otros platos también parecían tentadores. Uno de ellos, los camarones de río rosáceos sofritos con hojas de té verde parecían humear aún.

En la silla de la inspectora Rohn había un mandil de plástico. Probablemente había ayudado en la cocina.

– Lamento haberte hecho esperar tanto rato -dijo Liu a Wen-. El inspector jefe Chen quiere tener una charla contigo.

– ¿No has hablado tú con él?

– Sí, pero tienes que decidir tú. Dice que debes conocer toda la situación. Puede ser muy importante -dijo Liu-. También tiene que oír la decisión con tus propias palabras.

Eso no era lo que Wen había esperado oír. Los hombros le temblaban de un modo incontrolable, y entonces dijo sin levantar la cabeza:

– Si tú crees que es importante…

– Entonces te esperaré arriba, en el estudio.

– ¿Y tu carpa? El pescado se enfriará. Es tu plato favorito.

Era algo pequeño, y sin embargo enorme, observó Chen. Wen en aquellos momentos pensaba realmente en el plato favorito de Liu. ¿Se daba cuenta de que aquella podía ser la última comida que iba a cocinar para él?

– No te preocupes, Wen. La calentaremos después -dijo Liu-. El inspector jefe Chen me ha prometido que no te forzará a tomar ninguna decisión. Si decides quedarte, aquí siempre serás bien recibida.

– Vamos a hablar, Wen -dijo Chen.

En cuanto Liu les dejó, Wen se derrumbó.

– ¿Qué le ha dicho Liu? -su voz apenas era más que un susurro entre respiraciones hondas.

– Lo mismo que le ha dicho a usted.

– No tengo nada que añadir -dijo Wen con terquedad, tapándose la cara con las manos-. Usted puede decir lo que quiera.

– Como policía, no puedo decir lo que quiera al departamento de policía. Tengo que explicar por qué usted se niega a irse, o no dejarán correr el asunto.

– Tiene razón, Wen. Necesitamos conocer sus motivos -intervino Catherine, entregando a Wen una servilleta de papel para enjugarse las lágrimas.