Выбрать главу

– El hecho de que se quede aquí con Liu también requiere alguna explicación -prosiguió Chen-. Si la gente no lo entiende, Liu se las cargará. Y usted no quiere que le ocurra nada a él, ¿verdad?

– ¿De qué le pueden acusar a él? La decisión es sólo mía -Wen se atragantó y volvió a hundir el rostro bañado en lágrimas en sus manos.

– Pueden hacerlo. Como inspector jefe, sé lo desagradables que pueden ponerse las cosas para él. Esta investigación la realizan conjuntamente China y Norteamérica. No sólo es por su interés, sino también por el de Liu, por lo que tiene que hablar con nosotros.

– ¿Qué quiere que diga?

– Bueno, empiece por la época en que se graduó del instituto -dijo-, para darme una panorámica general.

– ¿De verdad quiere saber lo que he sufrido todos estos años… -Wen apenas podía continuar, tan abundantes eran las lágrimas que brotaban de sus ojos- con ese monstruo?

– Puede que le resulte doloroso hablar de ello, lo comprendemos, pero es importante -Catherine le sirvió un vaso de agua, y Wen le dio las gracias con un gesto de la cabeza.

Las dos parecían llevarse bien, observó Chen. No sabía de qué habían hablado. La anterior hostilidad de Wen hacia Catherine había desaparecido. Catherine llevaba una tirita en el dedo. Sin duda había estado ayudando en la cocina.

Entonces Wen empezó a narrar con voz mecánica, como si estuviera contando la historia de otra persona, con semblante inexpresivo, la mirada perdida, convulso de vez en cuando su cuerpo por los sollozos contenidos.

En 1970, cuando el movimiento de jóvenes educados recorrió todo el país, Wen sólo tenía quince años. Sin embargo, al llegar a Changle Village, en Fujian, le resultó imposible meterse en la pequeña cabaña con las tres generaciones de su familia. Como era la única joven educada de la aldea, el comité Revolucionario de la Comuna del Pueblo de Changle, dirigido por Feng, le asignó un almacén de herramientas que no se utilizaba, contiguo al granero de la aldea. No tenía electricidad ni agua, ni mueble alguno salvo una cama, pero ella creía en la llamada de Mao a los jóvenes para reformarse a través de las penalidades. Feng, sin embargo, resultó que no era el campesino pobre y de clase media-baja de la teoría de Mao.

Feng empezó por pedirle que hablaran en el despacho de él. Como cuadro del Partido número uno, estaba en situación de dar charlas políticas, supuestamente en un esfuerzo por reeducar a los jóvenes. Tenía que verle tres o cuatro veces por semana, con la puerta cerrada con llave, Feng sentado como un mono con ropa humana, manoseándola por encima del ejemplar de tapas rojas de Citas del Presidente Mao. Y lo que ella temía ocurrió una noche. Feng irrumpió en su habitación. Ella forcejeó, pero él era más fuerte. Después, fue casi cada noche. Nadie se atrevía a decir nada al respecto en la aldea. Él no tenía intención de casarse con ella, pero al enterarse de que estaba embarazada cambió de idea. No tenía hijos de su primera esposa. Wen estaba desesperada. Pensó en abortar; la clínica de la comuna estaba bajo el control de él. Pensó en huir. En aquella época no había transporte. Los aldeanos tenían que recorrer kilómetros en un tractor de la comuna para llegar a la parada de autobús más próxima. Pensó en suicidarse, pero no podía reunir el valor necesario para hacerlo cuando notaba las patadas del bebé en su vientre.

De manera que se casaron bajo un retrato del presidente Mao. «Una boda revolucionaria», como informó una emisora de radio local. A Feng no le importaba tener certificado de matrimonio. Durante los primeros meses ella era tentadora, joven, educada, de la gran ciudad, algo que a él le satisfacía sexualmente. Pronto perdió interés. Cuando nació el bebé, empezó a maltratarla.

Ella se dio cuenta de que no servía de nada pelear. Feng en aquellos años era muy poderoso. Al principio, de vez en cuando, soñaba con que alguien acudiría a rescatarla. Pronto dejó de hacerlo. En el espejo resquebrajado veía que ya no era lo que había sido. ¿Quién se apiadaría de una campesina con el rostro cetrino y arrugado, y un bebé atado a su espalda mientras araba con un buey en el arrozal? Asumió su destino cortando toda relación con la gente de Shanghai.

En 1977, después de terminar la Revolución Cultural, apartaron a Feng de su puesto. Acostumbrado al poder de que había gozado, no quería trabajar como campesino. Ella tenía que mantener a la familia. Y lo que era peor, aquel monstruo pervertido tenía entonces todo el tiempo y energía libres para abusar de ella. Y también una razón. Entre otras cosas, le habían acusado de haberse deshecho de su primera esposa y seducir a una joven educada. Él atribuía su caída a ese hecho y descargaba su furia en ella. Cuando se dio cuenta de que tenía intención de divorciarse de él, la amenazó con matarles a ella y a su hijo. Wen sabía que era capaz de cualquier cosa, así que todo siguió como antes. A principios de los ochenta empezó a estar fuera de casa con frecuencia; «por negocios», aunque ella nunca supo qué era lo que realmente hacía. Ganaba poco. Lo único que llevaba a casa eran juguetes para su hijo. Tras la muerte del niño, las cosas fueron de mal en peor. Él tenía otra mujer y sólo iba a casa cuando estaba sin blanca.

A Wen no le sorprendió que Feng anunciara que se marchaba a Estados Unidos. En todo caso, lo sorprendente era que no se hubiera ido antes. No le habló de sus planes. Ella era un trapo gastado del que de todos modos iba a deshacerse. El pasado noviembre se había quedado en casa dos semanas. Wen descubrió que estaba embarazada. Él le hizo hacerse una prueba. Cuando vio que era cierto, cambió por completo. Le habló de su viaje y le prometió que enviaría a por ella cuando estuviera instalado en Estados Unidos. Quería que iniciara una nueva vida allí con él.

Ella comprendió este súbito cambio. Feng ya no era joven. Aquella podía ser su última oportunidad de tener un hijo. La de ella también. Así que le pidió que aplazara el viaje. Él no quiso. La llamó por teléfono a casa al llegar a Nueva York. Tras varias semanas de inexplicable silencio, él volvió a llamarla para decirle que estaba intentando que se reuniera con él. Quería que solicitara un pasaporte. Ella se quedó confusa. Las esposas que se quedaban en China solían tener que esperar años. A veces también ellas tenían que marcharse de forma ilegal. Mientras esperaba el pasaporte, recibió una llamada telefónica que la alarmó y huyó a Suzhou.

Era una historia larga y difícil de seguir, ya que de vez en cuando a Wen se le hacía un nudo en la garganta por la emoción. Aun así, prosiguió con decisión, sin ahorrarles detalles dolorosos. Chen lo comprendía. Wen se estaba agarrando a su último hilo de esperanza: que la policía la dejara quedarse después de oír un detallado relato de su desdichada vida con Feng. Chen estaba cada vez más incómodo. Podía escribir su informe para el departamento describiendo la desdicha de Wen, como había prometido, pero sabía que sería inútil.

La inspectora Rohn estaba más visiblemente alterada. Se levantó para preparar otra taza de té para Wen. Varias veces había parecido estar a punto de decir algo pero se tragó las palabras.

– Gracias, Wen, pero sigo necesitando hacerle un par de preguntas -dijo Chen-. Así que fue en enero cuando le pidió que solicitara un pasaporte.

– Sí, enero.

– No le preguntó cómo le iban las cosas en Estados Unidos, ¿verdad?

– No, no se lo pregunté.

– Entiendo -dijo él-. Porque usted no quería ir.

– ¿Cómo lo sabe? -Wen le miró fijamente.

– Él quería que usted se marchara en enero, pero según nuestros archivos, usted no empezó los trámites para el pasaporte hasta mediados de febrero. ¿Por qué cambió de idea?

– Bueno, al principio vacilaba; luego pensé en mi hijo -dijo Wen con la voz entrecortada-. Sería demasiado duro para él crecer sin padre, por eso cambié de idea e inicie los trámites en febrero. Después recibí aquella llamada de Feng.