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– ¿Él le dio alguna otra explicación en esa última llamada?

– No. Sólo me dijo que alguien iba a por mí.

– ¿Sabía usted quién era ese «alguien»?

– No. Pero supuse que debía de haber tenido alguna pelea por dinero con la banda. Los que se marchan en ese barco tienen que pagar una suma muy elevada a esos matones; es un secreto público en la aldea. Nuestro vecino Xiong no envió el dinero debido a un accidente de coche que sufrió en Nueva York, y su esposa tuvo que esconderse porque no podía pagar sus deudas. Los gánsteres la cogieron enseguida. La obligaron a prostituirse para pagarles.

– ¿La policía de Fujian no hizo nada? -preguntó Catherine.

– La policía local lleva los mismos pantalones que los Hachas Voladoras. Por eso yo tenía que huir lejos, muy lejos. Pero ¿adonde iba a ir? No quería regresar a Shanghai. La banda podría seguirme la pista hasta allí. No debía causar problemas a mi gente.

– ¿Cómo decidió venir a Suzhou?

– Al principio no tenía pensado ningún lugar específico. Mientras trataba de recoger algunas cosas, tropecé con la antología con la tarjeta de visita de Liu. Me pareció que no había posibilidad alguna de que llegaran hasta él. No habíamos estado en contacto desde la época del instituto. Nadie podría adivinar que acudiría a él en busca de ayuda.

– Sí, tiene sentido -dijo Catherine-. ¿La primera vez que volvió a verle fue cuando él visitó la fábrica?

– Ni siquiera le reconocí durante su visita. No me había causado una gran impresión en el instituto. Era muy callado. No recuerdo que me hablara nunca. Tampoco la danza del carácter de la lealtad que describe en el poema. Pero en cuanto al poema que me envió, no habría imaginado que hubiera significado tanto para él.

– Así fue -dijo Chen-. Debió de darse cuenta usted de la identidad del visitante cuando recibió la antología.

– Sí. Todos aquellos años acudieron a mí como un torrente. Por la reseña biográfica me enteré de que era poeta y periodista. Me alegré por él, pero no me hice ilusiones respecto a mí. No era más que un objeto patético para su imaginación poética, lo sabía. Guardé el libro con la tarjeta dentro como recuerdo de mis años perdidos. Nunca pensé en ponerme en contacto con él -dijo, retorciéndose los dedos-. Preferiría morir antes que suplicar a nadie si no fuera por el bebé.

– «La gente del este del río» -murmuró él.

– Nunca esperé que me ayudara tanto. Es un hombre muy ocupado, pero se tomó un día libre para acompañarme al hospital.

Insistió en comprarme cosas, incluso cosas para el bebé. Y también me prometió que podía quedarme todo el tiempo que quisiera.

– Lo entiendo -tras una pausa Chen repitió-, entiendo la relación entre ustedes, pero ¿qué pensarán los demás?

– Liu dice que no le importa lo que piensen los demás -dijo Wen con la cabeza tan baja que parecía que se le hubiera roto el cuello-. ¿Debería importarme a mí?

– Entonces, ¿ha decidido quedarse aquí con Liu?

– ¿Qué quiere decir, inspector jefe Chen?

– Bueno, ¿cuáles son sus planes para el futuro?

– Quiero criar a mi hijo sola.

– ¿Dónde? La esposa de Liu todavía no conoce su presencia aquí, ¿verdad? Está muy cerca de Shanghai. Puede venir cualquier día. ¿Qué pensará ella de esta situación?

– No, no me quedaré mucho tiempo aquí. Liu me alquilará un apartamento para los próximos meses. Tengo intención de marcharme en cuanto el niño nazca.

– Mientras los gánsteres la estén buscando, no veo cómo estará a salvo en ningún sitio. Cualquier movimiento que haga, ya sea volver a Fujian o a Shanghai, puede llevarles hasta usted.

– No me iré lejos, me quedaré en la zona. Liu puede encontrarme trabajo -dijo Wen-. Liu tiene muchos amigos en Suzhou. Saldrá bien, inspector jefe Chen.

– La banda la encontrará -encendió un cigarrillo y lo apagó después de dar una calada-; es cuestión de tiempo.

– Nadie sabe nada de mí. Ni siquiera mi nombre auténtico. Liu se ha inventado una historia, diciendo que soy su prima.

Chen dijo:

– Se trata de un asunto de interés nacional. Tengo que hacer un informe al departamento de policía. Tarde o temprano la banda tendrá una copia de ese informe.

– No lo entiendo, inspector jefe Chen.

– Puede que exista alguna conexión entre la banda y la policía de Fujian, como usted sabe.

Se fijó en el asombro que asomó al rostro de Catherine Rohn. El Secretario del Partido Li había insistido en que hiciera responsables de las filtraciones a los norteamericanos. Chen se preocuparía más tarde por la reacción de Li… y de la de ella.

– ¿O sea que no pueden hacer nada por mí?

– Si he de ser sincero, tengo que decir que no podemos garantizar su seguridad. Conoce usted bien lo poderosos que son esos gánsteres. En realidad, Liu está de acuerdo con mi análisis de la situación. Es más, una vez la encuentren, seguramente Liu también tendrá problemas. Ya sabe de lo que son capaces.

– ¿Cree que debería irme por Liu, inspector jefe Chen? -preguntó Wen despacio, levantando la mirada hacia él.

– Como policía, mi respuesta es que sí. No sólo le presionarán los Hachas Voladoras, sino también el gobierno.

– Es una decisión -intervino Catherine- en interés de los dos países.

– Liu no puede ganar teniendo al gobierno y a las tríadas contra él -dijo Chen-. Y su esposa jamás le perdonaría haberlo perdido todo por otra mujer.

– No es necesario que siga -Wen se puso en pie con expresión decidida.

– Liu no quiere que se marche porque está preocupado por usted -prosiguió Chen-. Yo también lo estoy. Me mantendré en estrecho contacto con la inspectora Rohn. Feng no podrá intimidarla como antes. Si la inspectora Rohn puede hacer algo por usted, me aseguraré de que lo haga.

– Sí, haré todo lo posible por ayudarla-dijo Catherine, cogiendo la mano de Wen-. Confíe en mí.

– De acuerdo. Me iré -dijo Wen con voz ronca-. Pero quiero que me garantice, inspector jefe Chen, que no le ocurrirá nada a Liu.

– Se lo garantizo -dijo él-. El camarada Liu ha prestado un gran servicio protegiéndola. No le ocurrirá nada.

– Yo puedo hacer una cosa -dijo Catherine-. Le asignaré un apartado postal especial. No podrá escribir a nadie directamente, pero podrá escribir a este número y sus cartas se harán llegar a Liu o a quien sea. Y usted también recibirá las suyas.

– Otra cosa, inspectora Rohn e inspector jefe Chen. Debo volver a Fujian antes de abandonar China.

– ¿Por qué?

– Con las prisas dejé unos papeles. Y la antología poética.

– Haremos que el inspector Yu se los traiga a Shanghai -dijo Chen.

– También tengo que ir a la tumba de mi hijo -declaró Wen con una voz que no dejaba espacio para argumento alguno-. Para verle por última vez.

Chen vaciló.

– Puede que no tengamos suficiente tiempo, Wen.

– Quiere despedirse de su hijo -intervino Catherine-. Es humano que una madre quiera decir adiós a su hijo.

Chen no quiso parecer frío, aunque aquello le parecía demasiado sentimental. Se contuvo y no dijo nada más. La gran irracionalidad de la petición de Wen la hacía intrigante.

CAPÍTULO 31

– ¿Adonde vamos ahora? -preguntó Catherine Rohn a Chen en el taxi.

– Al departamento de policía de Suzhou. He llamado a su director. Si Wen hubiera decidido quedarse, Liu habría podido llevársela. Tenía que pedir ayuda a la policía local, para que pusiera algunos hombres fuera -añadió-, y también para su protección.

– ¿O sea que no confía ni en otro poeta?

Él no respondió.

– Será mejor que nos marchemos de Suzhou lo antes posible. ¿Conoce el proverbio «Puede haber muchos sueños en una larga noche»?