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La mayoría de la gente de allí no era rica y tenía que soportar los inconvenientes de un hotel barato, pero estaban satisfechos.

Se preguntó si había hecho por Wen lo que debía.

¿Wen iba a tener una buena vida con Feng en aquel lejano país? Ella sabía la respuesta; por eso había optado por quedarse en Suzhou. Perdidos ya los mejores años de su vida en la Revolución Cultural y sus secuelas, Wen trataba de aferrarse al último resto que le quedaba de sus sueños permaneciendo allí con Liu.

¿Qué había hecho? A un policía no le pagaban para ser compasivo.

Mientras miraba por la ventana acudieron a él unos versos inesperados.

– ¿En qué piensa? La inspectora Rohn se puso a su lado junto a la ventana.

– En nada -estaba alterado. Si ellos no hubieran interferido, Wen habría podido quedarse con Liu, aunque sabía que no era justo echarle la culpa a la inspectora Rohn-. Hemos hecho nuestro trabajo.

– Hemos hecho nuestro trabajo -repitió ella-. Para ser exactos, usted lo ha hecho. Un trabajo magnífico, tengo que admitirlo.

– Un trabajo magnífico en verdad -aplastó el cigarrillo en el alféizar de la ventana.

– ¿Qué le ha dicho a Liu en su estudio? -preguntó ella, rozándole la mano. Debía de haber percibido su cambio de humor-. No le habrá sido fácil hacerle cambiar de idea.

– Hay muchas perspectivas desde las que podemos mirar lo mismo. Simplemente le he proporcionado otra perspectiva.

– ¿Una perspectiva política?

– No, inspectora Rohn. Aquí no todo es político -observó que la joven pareja les miraba desde el tejado. Desde su perspectiva. ¿Qué pensarían de ellos dos, un hombre chino y una mujer norteamericana de pie junto a la ventana? Cambió de tema-. Oh, lamento haber declinado la invitación a cenar. Habría sido una cena suntuosa, imagino. Muchos brindis por la amistad entre China y Estados Unidos. No estaba de humor.

– Ha hecho bien. Así tenemos oportunidad de dar un paseo por un jardín de Suzhou.

– ¿Quiere ir a un jardín?

– Todavía no he visitado ni uno solo -dijo ella-. Si tenemos que esperar, hagámoslo en un jardín.

– Buena idea. Deje que haga otra llamada.

– De acuerdo, yo tomaré unas fotografías de la fachada del hotel.

Chen marcó el número de Gu. Ahora que estaban a punto de irse de Suzhou, llamar a Gu a Shanghai sería una medida de precaución.

– ¿Dónde está, inspector jefe Chen? -Gu parecía sinceramente preocupado-. Le he estado buscando por todas partes.

– Estoy en otra ciudad, Gu. ¿Quiere decirme algo?

– Hay unas personas que van tras de usted. Tenga cuidado.

– ¿Quiénes son esas personas? -preguntó Chen.

– Una organización internacional.

– Hábleme de ella.

– Su base está en Hong Kong. Todavía no lo he averiguado todo. En este momento no me conviene hablar, inspector jefe Chen. Lo hablaremos cuando regrese usted, ¿de acuerdo?

– De acuerdo -al menos no eran los de Seguridad Interna.

Catherine le estaba esperando delante del hotel. Quería tomarle una foto junto al león de bronce pulido, con la mano sobre su lomo. No tenía el tacto del bronce. Lo examinó más de cerca y descubrió que era de plástico cubierto de pintura dorada.

CAPÍTULO 32

Chen aún estaba malhumorado, lo que pronto demostró ser contagioso. Catherine también estaba apagada cuando entraron en el paisaje de estilo Qing del Jardín Yi.

A Chen le rondaba algo por la cabeza, lo sabía. Ella también tenía cantidad de preguntas sin respuesta en la suya. No obstante, habían encontrado a Wen.

No quería plantear esas preguntas de momento. Y se sentía incómoda por una razón diferente mientras caminaba a su lado por el jardín. En los últimos días Chen había desempeñado el papel del policía que lo controla todo; siempre tenía algo que decir: sobre modernismo, confucionismo o comunismo. Sin embargo, aquella tarde sus papeles se habían invertido. Ella había tomado la iniciativa. Se preguntaba si le había sentado mal.

El jardín estaba silencioso. Apenas había otros visitantes. Sólo se oían sus pisadas.

– Qué jardín tan bonito -dijo ella-, pero está casi desierto.

– Es por la hora.

La oscuridad empezaba a envolver el sendero del jardín; el sol se cernía sobre los aleros inclinados del antiguo pabellón de piedra como un sello. Cruzaron una puerta de piedra en forma de calabaza que daba a un puente de bambú donde vieron varias carpas doradas nadando en las aguas tranquilas y transparentes.

– Su corazón no disfruta de las vistas, inspector jefe Chen.

– No. Estoy disfrutando cada instante… en su compañía.

– No es necesario que diga eso.

– No es usted un pez -dijo él-. ¿Cómo sabe lo que siente un pez?

Llegaron a otro pequeño puente, al otro lado del cual vieron una casa de té con postes rojos y un gran carácter chino negro que significaba «Té» bordado en una bandera de seda amarilla que ondeaba en la brisa. Frente a la casa de té había unas rocas de forma extraña.

– ¿Entramos? -sugirió ella.

La casa de té en sus orígenes podía haber servido de sala de recepción de oficiales; era espaciosa, elegante, aunque lúgubre. La luz se filtraba a través de las ventanas de vidrio de color. En lo alto de la pared había una tabla horizontal con la inscripción en caracteres chinos: Regreso de la primavera. En el rincón, junto a un biombo lacado, una anciana que estaba de pie ante un mostrador de cristal les dio un termo forrado de bambú, dos tazas con hojas de té verde, una caja de tofu seco cocido con salsa de soja y una caja de pasteles de color verdoso.

– Si necesitan más agua pueden volver a llenar el termo aquí.

No había ningún otro cliente. Ni servicio, una vez que se sentaron a una mesa de caoba la anciana desapareció tras el biombo.

El té era excelente, quizá debido a las hojas de té, quizá debido al agua, o quizá por el ambiente tranquilo del lugar. El tofu seco, sabroso con una salsa marrón sazonada, también tenía buen sabor, pero el pastel verde era más apetitoso, con un sabor dulce inusual que Catherine nunca había probado.

– Esta es una cena maravillosa para mí -dijo ella con una hojita de té entre los labios.

– Para mí también -dijo él, añadiendo agua a la taza de Catherine-. En la tradición china del té, se dice que la primera taza no es la mejor. Su sabor aparece de una forma natural en la segunda o la tercera taza. Por eso la casa de té ofrece el termo, para que uno pueda disfrutar el té tranquilamente mientras contempla el jardín.

– Sí, la vista es fantástica.

– Al emperador Hui de la dinastía Song le gustaban las rocas de formas extrañas. Encargó una búsqueda de rocas por toda la nación, Huashigang, pero fue capturado por los invasores Jin antes de que las rocas elegidas fueran transportadas a la capital. Se dice que algunas se dejaron en Suzhou -dijo Chen-. Mire esta. Se llama La Puerta del Cielo.

– ¿En serio? No le veo el parecido -el nombre le parecía inapropiado. La roca tenía más forma de brote de bambú, angulosa y afilada. En modo alguno sugería una magnífica puerta que daba a los cielos.

– Tiene que verla desde la perspectiva correcta -dijo él-. Puede parecer muchas cosas: una piña oscilando al viento, o un anciano pescando en la nieve, o un perro ladrando a la luna, o una mujer abandonada aguardando el regreso de su amante. Todo depende de la perspectiva.

– Sí, todo depende del punto de vista -dijo ella, sin ver ninguno de aquellos parecidos. Le satisfizo ver que él se había recuperado lo suficiente para hacer de guía de nuevo, aunque al mismo tiempo estuviera irritado porque ella le había obligado a hacer el papel de turista.

Ver las rocas también sirvió de recordatorio de la realidad. A pesar de todos sus estudios chinos, una agente de policía norteamericana jamás vería las cosas exactamente igual que su compañero chino. Darse cuenta de esto la tranquilizó.