– ¡Esa zorra tiene un arma! -gritó alguien fuera.
Chen en la parte delantera y Catherine en la trasera lograron detener provisionalmente a los gánsteres, pero tardaron sólo unos segundos en reanudar su ataque.
No les quedaba más que una bala.
Sin embargo, aquel par de minutos resultaron ser más cruciales de lo que había imaginado.
Oyó una sirena a lo lejos que se acercaba, luego un coche que frenaba con un chirrido. Pasos apresurados. Gritos confusos. Ladridos frenéticos.
Atacó, lanzando los dos últimos Molotov entre una lluvia de disparos. Una andanada de balas se dirigió a los gánsteres refugiados en la casa del otro lado del camino. Otra andanada de balas llovió sobre el cobertizo, que al instante estalló en nuevas llamas. Los hombres de la tríada salieron arrastrándose y huyeron.
– ¡Policía!
En cuestión de segundos sólo quedaron unos cuerpos esparcidos en el suelo. Los hombres que huían eran perseguidos por policías armados.
Para su asombro, Chen vio a Yu acercándose a ellos, blandiendo una pistola.
La batalla había terminado.
CAPÍTULO 34
– ¡Detective Yu! -Chen agarró la mano de Yu.
– Me alegro de verle, jefe -Yu estaba demasiado nervioso para decir más.
Catherine, con la cara tiznada y la blusa desgarrada en un hombro, cogió la otra mano de Yu.
– Me alegro mucho de verle aquí, detective Yu.
– Yo también, inspectora Rohn. Me alegro de conocerla.
– Creía que estaba camino de Shanghai -dijo Chen.
– Mi avión llevaba retraso. Así que comprobé una vez más mi teléfono antes de subir. Vi el mensaje que había dejado la inspectora Rohn de que nadie les había recogido en la estación.
– ¿Cuándo ha hecho esa llamada, inspectora Rohn?
– Mientras esperábamos a que volviera de alquilar un coche.
– La ausencia de la policía local en la estación no tenía sentido -dijo Yu-. Cuanto más pensaba en ello, más sospechoso me parecía. Después de todos esos accidentes…
– Sí -Chen tuvo que interrumpir a Yu. Era más que sospechoso, lo sabía. La inspectora Rohn también lo sabía. El hecho de que ella hubiera mencionado la ausencia de la policía local en su mensaje hablaba por sí mismo. Aun así, no tenían que hablar de este problema delante de ella.
– Así que he ido a la policía del aeropuerto y me han prestado un jeep. Algunos agentes me han acompañado. Tenía un presentimiento.
– Un buen presentimiento.
Mientras hablaban, Chen oyó que llegaban más coches y más gente. Al levantar la mirada no le sorprendió demasiado ver al superintendente Hong, el jefe del Departamento de Policía de Fuzhou, dirigiendo un grupo de policías armados.
– Lo lamento mucho, inspector jefe Chen -dijo Hong con voz llena de disculpas-. No hemos podido ir a la estación. Mi ayudante se confundió con la hora de llegada. Al regresar al departamento nos hemos enterado de la pelea y hemos venido a toda prisa.
– No se preocupe, superintendente Hong. Ahora todo ha terminado.
La finalidad de la tardía aparición de Hong y sus hombres era poner una nota a pie de página a un capítulo terminado.
¿Era posible que Chen intentara remediar la situación allí mismo? La respuesta era no. Como forastero, tenía que felicitarse por tener suerte. Su misión había terminado, ninguno de ellos había resultado gravemente herido y un puñado de gánsteres había sido castigado. Se limitó a decir:
– Los Hachas Voladoras están bien informadas. Apenas hemos llegado a la aldea cuando se nos han echado encima.
– Alguien de la aldea debe de haber visto a Wen y les ha informado.
– O sea que son más rápidos que la policía local -a Chen le resultaba difícil no mostrarse sarcàstico.
– Ya sabe lo difíciles que pueden ser las cosas aquí, inspector jefe Chen -dijo Hong, meneando la cabeza antes de volverse a la inspectora Rohn-. Lamento conocerla en estas circunstancias, inspectora Rohn. Le pido disculpas en nombre de mis colegas de Fujian.
– No tiene que disculparse conmigo, superintendente Hong – dijo la inspectora Rohn-. Gracias por su cooperación en nombre de la policía del Departamento de Justicia de ee.uu.
Aparecieron más agentes para despejar el campo de batalla. Había varios gánsteres heridos en el suelo. Uno de ellos tal vez estuviera muerto. Chen estaba a punto de interrogar a otro que murmuraba algo a un policía local cuando Hong preguntó:
– ¿Puede explicarme un proverbio chino, inspector jefe Chen? Mogao y ice, daogao, yizhang.
– La traducción literal es esta: el diablo mide veinticinco centímetros, y el camino, o la justicia, mide 254 centímetros. En otras palabras, por poderoso que sea el mal, prevalecerá la justicia». El proverbio original en realidad se leía al revés. El sabio chino de la antigüedad había sido más pesimista sobre el poder del diablo.
– El gobierno chino está decidido -declaró Hong con pomposidad- a aplastar a esas fuerzas del mal.
Chen asintió mientras observaba a un policía dar patadas perversamente a un gángster herido mientras soltaba maldiciones.
– ¡Maldito seas! Cierra el pico y deja de hablar ese maldito mandarín.
El gánster emitió un escalofriante chillido que interrumpió su conversación como otra hacha voladora.
– Le pido disculpas, inspectora Rohn -dijo Hong-. Esos gánsteres son la peor escoria que hay bajo el sol.
– Ya he recibido suficientes disculpas todos los días que he pasado aquí -observó con amargura el detective Yu, cruzándose de brazos-. ¡Qué experiencia, Fujian!
Pero el inspector jefe Chen sabía que era mejor no insistir en el asunto. Aparentemente, todo podía atribuirse a la casualidad. Era inútil seguir con ello mientras la inspectora Rohn y "Wen estaban esperando.
– La policía local podemos hacer poca cosa -dijo Hong, mirando a Chen a los ojos-. Usted lo sabe, inspector jefe Chen.
¿Podía ser aquello una insinuación sobre la política a un nivel más alto?
Las dudas que Chen había albergado al principio de la investigación estaban aflorando de nuevo. La desaparición de Wen podía no haber sido orquestada desde arriba, pero no estaba tan seguro de si las autoridades habían tenido tanto interés en entregarla a los norteamericanos. Lo que le quedaba por hacer a Chen tal vez no fuera más que una actuación en una obra de sombras antigua, llena de ruido y de furia, pero sin sustancia. En su impaciencia por actuar como un inspector jefe de policía chino modelo, sin embargo, había traspasado los límites del escenario.
Si era así, la batalla en la aldea verdaderamente podía haber estado fuera del alcance de la policía local, como el superintendente Hong insinuaba.
Tal vez «la orden de los actos había sido planeada y tramada» en el nivel más alto.
En realidad no quería creerlo.
Quizá nunca sabría la verdad. Quizá sería mejor que se contentara con ser uno de esos policías chinos sin cerebro que salían en las películas de Hollywood y dejar que la inspectora Rohn pensara que él era así.
Fueran cuales fueran sus sospechas, no estaba en situación de confiar en ella. De lo contrario otro informe de Seguridad Interna viajaría hasta el escritorio del Secretario del Partido Li antes incluso de que él regresara a Shanghai.
– Ahora el caso ha concluido -El superintendente Hong cambió de tema con una sonrisa fácil-. Han encontrado a Wen. Todo está bien. Deberíamos celebrarlo. La mejor cocina de Fujian, un banquete de un centenar de pescados del mar del sur.
– No, gracias, superintendente Hong -declinó Chen-. Pero necesito pedirle un favor.
– Haremos todo lo que podamos, inspector jefe Chen.
– Tenemos que volver a Shanghai ahora mismo. El tiempo apremia.
– No hay ningún problema. Vamos al aeropuerto directamente.
Hay varios vuelos a Shanghai cada día. Pueden tomar el siguiente. No es temporada alta. Creo que aún habrá asientos libres.