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Hong y los otros se alejaron en su jeep, encabezando la comitiva. Seguía Yu con Wen en el coche que le había traído del aeropuerto. Chen iba con Catherine en el Dazhong.

La media bolsa de lichis aún estaba en el asiento. La fruta ya no tenía un aspecto tan fresco. Algunos estaban negros en lugar de rojos, o eran del mismo color, pero el estado de ánimo de Chen había cambiado.

– Lo siento -dijo ella.

– ¿El qué?

– No debería haber apoyado el deseo de Wen de hacer este viaje.

– Tampoco yo me opuse a la idea -dijo él-. Lo siento, inspectora Rohn.

– ¿El qué?

– Todo.

– ¿Cómo ha podido encontrarnos tan pronto la banda?

– Es una buena pregunta -eso fue todo lo que dijo. Era una pregunta que debería haber respondido el superintendente Hong.

– Usted llamó al Departamento de Policía de Fujian desde Suzhou -dijo ella con calma. El término de tai chi era: «Basta con tocar la mancha». No tuvo que insistir.

– Ese fue un error mío. Pero no mencioné a Wen -estaba desconcertado. Sólo la policía de Suzhou sabía que Wen estaba con ellos-. Tal vez algún aldeano ha comunicado a la banda nuestra llegada. Es la historia que ha contado el superintendente Hong.

– Tal vez.

– No sé mucho sobre la situación local -se dio cuenta de que le estaba hablando del mismo modo evasivo en que el superintendente Hong le había hablado a él. Aun así, ¿qué más podía decir?-. Quizá los gánsteres estaban esperando a Wen. Igual que «el viejo granjero espera a que el conejo se golpee a sí mismo».

– Viejos granjeros o no, los Hachas Voladoras estaban allí y la policía local no.

– Hay otro proverbio: «Un poderoso dragón no puede luchar con serpientes locales».

– Tengo otra pregunta, inspector jefe Chen. ¿Por qué estas serpientes locales vienen sólo con hachas?

– Quizá han venido en cuanto han recibido el aviso, y por eso han traído las armas que tenían más a mano.

– ¿En cuanto han recibido el aviso? No lo creo. No habrían venido tantos, ni enmascarados.

– Tiene razón -dijo él. En realidad, su pregunta llevaba a otra. ¿Por qué se habían molestado en llevar máscaras? Sus hachas les delataban. Como las heridas de hacha en el cuerpo hallado en el parque del Bund. Un crimen firmado.

– Ahora que hemos terminado nuestra misión, no tenemos que preocuparnos por esas preguntas -dijo él.

– O respuestas -ella percibió que era reacio a seguir hablando.

Parecía una sarcàstica referencia al poema leído en el jardín de Suzhou.

Él la notaba sentada muy cerca, pero muy lejos al mismo tiempo.

Chen puso la radio del coche. La emisión era en el dialecto local, del que él no entendía ni una sola palabra.

Entonces apareció a la vista el aeropuerto de Fujian.

Cuando se acercaban a la puerta de vuelos nacionales, vieron un vendedor ambulante vestido con el traje taoísta que exhibía sus artículos en un pedazo de tela blanca extendida en el suelo. Mostraba una impresionante serie de muestras de hierbas, junto con varios libros abiertos, revistas y dibujos que ilustraban los efectos beneficiosos de las hierbas locales. El ingenioso vendedor llevaba barba blanca, imagen que se asociaba con las leyendas de un solitario taoísta que cultivaba hierbas en las nubes de las montañas, meditando por encima del bullicio del mundo y disfrutando de la longevidad en armonía con la naturaleza.

Les dijo algunas palabras pero ni Catherine ni Chen le entendieron. Al ver su perplejidad, se dirigió a ellos en mandarín.

– ¡Miren! Pastel de Fulin, el famoso producto de Fujian, beneficioso para su sistema corporal -declaró el vendedor-. Contiene energía natural y muchos ingredientes esenciales para la salud.

El vendedor taoísta le recordó a Chen el adivino taoísta del templo de Suzhou. Irónicamente, la predicción del críptico poema había resultado ser cierta.

Al franquear la puerta emitieron la información del vuelo, primero en mandarín, después en fujianés y por último en inglés.

Por fin, Chen se dio cuenta de algo.

Había un error terrible.

– ¡Maldita sea! -maldijo, consultando su reloj. Era demasiado tarde.

– ¿Qué, inspector jefe Chen?

– Nada -dijo.

CAPÍTULO 35

La invitación a cenar fue idea del inspector Yu. Sin embargo, para ser exactos, la idea se la había dado el inspector jefe Chen. Chen había mencionado el interés de la inspectora Rohn por visitar un hogar chino, añadiendo que no sería cómodo invitarla a casa de un soltero como él. Chen no tuvo que decir nada más a su ayudante.

En cuanto regresó, Yu planteó el plan de la cena a Peiqin.

– La inspectora Rohn se va mañana por la tarde. Así que sólo dispone de esta noche.

– Acabas de llegar -Peiqin le entregó una toalla caliente que sacó de una palangana de plástico verde-. Con tan poco tiempo no puedo preparar nada. Especialmente para una norteamericana.

– Pero ya la he invitado.

– Podrías haberme llamado antes -Peiqin le sirvió una taza de té de jazmín-. Nuestra habitación es muy pequeña. Una norteamericana apenas podrá darse la vuelta.

La habitación de Yu estaba en el extremo sur del ala oriental, en un apartamento que había sido asignado a su padre, Viejo Cazador, a principios de los años cincuenta. Ahora, cuarenta años más tarde, las cuatro habitaciones alojaban a cuatro familias. Como consecuencia de ello cada habitación servía de dormitorio, comedor, sala de estar y cuarto de baño. La habitación de Yu, que en otro tiempo había sido un comedor, resultaba particularmente incómoda para recibir invitados. La habitación de al lado, la del Viejo Cazador, en un principio era la sala de estar y tenía la única puerta que daba al vestíbulo. Las visitas tenían que pasar por la habitación del Viejo Cazador para llegar a la suya.

Yu dijo:

– Bueno, puede que no importe tanto. Ella estudió chino. Y además… puede que haya algo entre la inspectora Rohn y el inspector jefe Chen.

– ¿En serio? -La voz de Peiqin demostró interés al instante-. Pero Chen tiene una novia Hija de un Cuadro de Alto Rango en Beijing, ¿no?

– No estoy seguro… después del caso de Baoshen. ¿Recuerdas el viaje que hizo Chen a las Montañas Amarillas?

– No me has contado eso. ¿Lo suyo se ha terminado?

– Es complicado. Política. La conclusión de aquel caso no fue del agrado del padre de ella. La relación de Chen con ella es tensa, según he oído decir. Por no mencionar el hecho de que viven en ciudades diferentes.

– Eso no es bueno. Tú has estado fuera una semana, y ha sido muy duro para mí. No creo que puedan mantener una relación así, separados -Peiqin cogió la toalla que él había utilizado y le tocó la barbilla sin afeitar-. ¿Por qué no han trasladado a Chen a Beijing?

– Aveces es muy terco. Sobre la influencia de los Hijos de Cuadros de Alto Rango.

– No sé qué decir de tu jefe, pero tener relación con una Hija de un Cuadro de Alto Rango y todo lo que eso conlleva puede que no sea bueno para él -dijo ella con calma-. ¿Crees que la inspectora Rohn siente algo por él? Es hora de que eche raíces.

– Vamos, Peiqin. ¿Una norteamericana? Es como en las películas de Hollywood. Una aventura de una semana en China. No, el inspector jefe Chen puede formar una familia con cualquiera menos con ella.

– Nunca se sabe, Guangming. Bien, ¿qué vamos a tomar esta noche?

– Una comida china corriente estará muy bien -dijo Yu-. Según Chen, la inspectora Rohn siente pasión por todo lo chino. ¿Qué te parece una cena a base de rollitos?

– Buena idea. Estamos en la temporada de brotes de bambú. Haré rollitos con tres rellenos frescos: brotes de bambú, carne y camarones. Freiré unos rollitos, coceré al vapor otros y serviré el resto en una sopa de pato viejo con setas orejas de madera negras. Saldré del trabajo temprano y traeré algún plato especial del restaurante. Nuestra habitación puede que sea pequeña como un trozo de tofu seco, pero no podemos quedar mal ante una invitada norteamericana.