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– No podrán -dijo Qian, hablando por primera vez, como un eco.

– Lo siento, Liu -dijo Wen entre sollozos, apretando la mano de Liu-. No pensé. Preferiría morir que meterte en problemas.

– Déjame decirte algo sobre los años que pasé en Heilongjiang -dijo Liu-. Mi vida era un largo túnel sin luz al final. Pensar en ti era lo único que importaba. Pensar en ti cogiendo conmigo el carácter de la lealtad rojo en el andén de la estación. Un milagro. Si aquello era posible, cualquier cosa sería posible. Así seguí adelante. Y en 1976, al finalizar la Revolución Cultural, todo cambió para mí. Créeme: las cosas también cambiarán para ti.

– Como le prometí en Suzhou -dijo Chen-, no le ocurrirá nada a Liu siempre que usted colabore con los norteamericanos. Ahora, en presencia del camarada Secretario del Partido Li, le hago la misma promesa.

– El inspector jefe Chen tiene razón -dijo Li con toda sinceridad-. Como viejo bolchevique con cuarenta años en el Partido, yo también le doy mi palabra. Si actúa debidamente, nada le ocurrirá a Liu.

– Aquí tiene un diccionario de inglés -Yu se sacó del bolsillo de los pantalones un libro muy manoseado.-. Mi esposa y yo fuimos jóvenes educados. En Yunan, jamás soñé que algún día sería policía en Shanghai y que estaría hablando con una agente norteamericana. Las cosas cambian. Liu tiene razón. Llévese el diccionario. Allí tendrá que hablar inglés.

– Gracias, inspector Yu -Liu lo aceptó por Wen-. Será sumamente útil.

– Aquí hay otra cosa -Chen sacó un sobre, que contenía la fotografía de Wen cuando partía de Shanghai como joven educada, la fotografía aparecida en el Wenhui Daily.

Catherine la cogió por Wen, que aún tenía la cara hundida en las manos y sollozaba de modo inconsolable.

Veinte años antes, en la estación de ferrocarril, se encontraba en un momento decisivo… Catherine contempló la fotografía, y después miró a Wen. Ahora, en el aeropuerto, vivía otro momento decisivo en su vida. Pero Wen ya no era la joven y animada bailarina del carácter de la lealtad de la Guardia Roja que miraba hacia el futuro con alegría.

– Otra cosa sobre el programa de protección de testigos -dijo Catherine con calma-. La gente puede dejarlo por su cuenta y riesgo. Nosotros no lo recomendamos. Aun así, las cosas pueden cambiar. Dentro de unos años, cuando las tríadas hayan sido eliminadas, puedo hablar con el inspector jefe Chen para cambiar el acuerdo.

Wen levantó la mirada con los ojos anegados de lágrimas, pero no dijo nada. Lo que hizo fue hurgar en su bolso y sacar un paquetito, que entregó a Catherine.

– Esto es lo que los Hachas Voladoras me dieron. No tiene que decir nada más, inspectora Rohn.

– Gracias -dijeron Chen y Yu al unísono.

– Ahora que ella ha prometido plena cooperación con ustedes -dijo Liu, lanzando una mirada a la pequeña sala de al lado-, ¿nos permiten estar un rato solos?

– Desde luego -dijo Catherine sin vacilar-. Esperaremos aquí.

CAPÍTULO 37

Cuando Wen y Liu se hubieron retirado, Catherine Rohn se volvió a Chen, que hizo un gesto de disculpa a los demás.

– Bueno, es hora de que nos cuente la historia, inspector jefe Chen -dijo ella con sequedad. El último acontecimiento la había sorprendido, aunque probablemente menos que a sus colegas chinos. Durante los últimos días en más de una ocasión había percibido que le ocurría algo al enigmático inspector jefe.

– Ha sido una investigación extraordinaria, Secretario del Partido Li -dijo Chen-. He tenido que tomar decisiones sin poder consultar con usted o mis colegas, he tenido que actuar bajo mi propia responsabilidad. Y me he guardado alguna información porque no estaba seguro de su importancia. Por eso si oyen algo que no sabían, les ruego que tengan paciencia y dejen que me explique.

Li dijo calurosamente:

– Tuvo que tomar esas decisiones por las circunstancias. Todos lo entendemos.

– Sí, todos lo entendemos -Catherine se vio obligada a coincidir con él, pero decidió que tomaría las riendas del interrogatorio antes de que se convirtiera en un discurso político-. ¿Cuándo sospechó de las intenciones de Wen, inspector jefe Chen?

– Al principio no pensaba en sus motivos. Suponía que iba a Estados Unidos porque Feng quería que fuera con él, era evidente. Pero me inquietaba una pregunta que usted planteó, la del retraso en solicitar el pasaporte. Así que examiné el proceso. Había sido lento, pero también existía una incoherencia con las fechas. A pesar de que Feng afirmaba que ella había iniciado los trámites a principios de enero, Wen no hizo nada hasta mediados de febrero.

– Sí, hablamos un poco de eso -dijo ella.

– Gracias al detallado informe del inspector Yu, pude ver una panorámica de la vida terrible que había llevado con Feng. Gracias a esas cintas de la entrevista también me enteré de que Feng la llamó numerosas veces a principios de enero, y de que en una ocasión Wen no quiso acudir al teléfono. Por eso supuse que en aquellos momentos Wen se negaba a marcharse.

– Pero Feng dijo que estaba ansiosa por reunirse con él.

– Feng no le dijo la verdad. Un hombre pierde demasiado prestigio si admite que su esposa es reacia a reunirse con él -dijo-. ¿Qué le hizo cambiar de idea a Wen? Visité a la policía de Fujian. Me dijeron que ellos no la habían presionado. Me lo creí, teniendo en cuenta la indiferencia que demostraron durante toda la investigación. Y luego encontré algo más en el informe del inspector Yu.

– ¿Qué más, jefe? -El inspector Yu no trató de ocultar el desconcierto en su voz.

– Algunos aldeanos parecían conocer el problema de Feng en Estados Unidos. Como la palabra que emplearon, «problema», podía referirse a cualquier cosa, al principio pensé que podían haber oído algo de la pelea de Feng en Nueva York, por la que fue arrestado. Pero entonces el director Pan empleó otra palabra, al decir que se había enterado del «trato» de Feng con los norteamericanos antes de que Wen desapareciera. «Trato» es inconfundible. Si la información era del dominio de los aldeanos, no entendía por qué los gánsteres habrían esperado con tanta paciencia hasta que la inspectora Rohn estuviera aquí. Podían haber secuestrado a Wen antes.

– Y mucho más fácilmente -añadió Yu-. Sí, eso se me pasó por alto.

– Los gánsteres tenían razones para tratar de vencernos en la carrera por encontrar a Wen. Pero como aquellos accidentes sucedían en Fujian y Shanghai, empecé a preguntarme por qué de pronto estaban tan desesperados. Debieron de utilizar muchos recursos, y a policías también. Después de lo que ocurrió el domingo pasado en el mercado de Huating empecé a sospechar de verdad.

– El domingo pasado -dijo Li- le sugerí que se tomara el día libre, ¿no?

– Sí, lo hicimos -respondió Catherine-. El inspector jefe Chen y yo fuimos de compras. Hubo una redada en el mercado callejero. No nos ocurrió nada -Se mostró evasiva, pues se dio cuenta de que el secretario del Partido Li parecía sorprendido-. O sea que usted sabía algo, inspector jefe Chen.

– No. Lo suponía, pero no tenía las cosas claras. Para ser sincero, aún hoy hay un par de cosas que no acabo de entender.

– El inspector jefe Chen no quería levantar una falsa alarma, inspectora Rohn -se apresuró a intervenir Yu.

– Entiendo -no le parecía necesario que Yu se precipitara a defender a su jefe, que había levantado alarmas válidas… no falsas-. Aun así…

– La investigación ha estado llena de recovecos, inspectora Rohn. Será mejor que intente recapitular cronológicamente. Cada uno teníamos nuestras sospechas en las diferentes etapas de la investigación, y hablamos de ellas. Sus observaciones en más de una ocasión arrojaron luz a la situación.

– Es usted muy diplomático, inspector jefe Chen.

– No, no lo soy. ¿Recuerda la conversación que tuvimos en La Aldea del Sauce Verde? Me hizo reparar en una cosa: a pesar de la petición que Feng hizo a Wen en su última llamada telefónica, ella no hizo nada para ponerse en contacto con él cuando llegó a un lugar aparentemente seguro.