Yu captó el asomo de sarcasmo en la voz de Zhao.
– Vamos, sargento Zhao, no es necesario que diga eso. No sé nada del caso. En realidad, no sé por qué estoy aquí. Ha sido una orden del Ministerio.
La verdad era que Yu no esperaba conseguir nada. O la misión era pura fachada o Wen había sido secuestrada por cómplices de Jia en Fujian. En este último caso, buscar a Wen sería como pescar en el bosque, a menos que la policía local estuviera decidida a tomar duras medidas contra los gánsteres.
– Bien, «el monje de un templo lejano puede recitar las escrituras en voz más alta» -dijo Zhao, alisándose el reluciente pelo con la mano.
– Si es en el dialecto de Fujian, no sé ni una palabra. Ni siquiera puedo pedir instrucciones -dijo Yu-. Así que tendrá que llevarme a Changle Village.
– ¿Por qué tanta prisa, inspector Yu? Deje que antes le acompañe al hotel, el Abundance Hotel. La noche habrá sido larga en el tren. Descanse un poco, almuerce conmigo y luego vaya a nuestro departamento de policía del condado. Allí podremos hablar a nuestras anchas y habrá una cena de bienvenida…
– Bueno -Yu estaba asombrado por la falta de urgencia de su compañero-. He dormido bien en el tren. El inspector jefe Chen estará esperando las cintas de mi entrevista.
Partieron hacia Changle Village. Mientras conducía por una carretera llena de baches, Zhao logró hacer un breve informe sobre la banda conocida como los Hachas Voladoras.
Esta sociedad había sido fundada durante la dinastía Qing en la zona de Fujian como una hermandad secreta, con una amplia serie de «prácticas comerciales» que incluían la distribución ilegal de sal, tráfico de drogas, recaudación de préstamos, protección, juego y prostitución. Estas actividades se expandieron a pesar de los diversos esfuerzos que el gobierno hacía para contenerlas, aunque la Tríada seguía siendo local. La banda fue suprimida después de 1949 bajo el gobierno comunista y algunos de sus miembros destacados fueron ejecutados por sus conexiones con los Nacionalistas. Sin embargo, en los últimos años, la banda había reaparecido. El negocio del tráfico de personas estaba dirigido por cabezas de serpiente de Taiwan como JiaXinzhi, pero el papel de la Tríada de Fujian era esencial. Un inmigrante ilegal prometía pagar a plazos a los traficantes. Al principio, el papel de los Hachas Voladoras era asegurarse de que los pagos se efectuaban a su debido tiempo. Luego se implicaron en otros aspectos de la operación, como reclutar gente para marcharse al extranjero.
Yu preguntó:
– ¿Puede contarme algo más sobre la desaparición de Wen?
Así que Zhao pasó a hablarle a Yu del trabajo que hasta el momento había hecho la policía de Fujian.
La mañana del seis de abril, Zhao fue a visitar a Wen para comprobar su solicitud de pasaporte. La policía de Fujian había sido informada de que una agente norteamericana iba a ir a recoger a Wen, así que estaban intentando acelerar las cosas. Wen no estaba en casa.
Tampoco estaba en la fábrica de la comuna. Zhao fue allí de nuevo por la tarde, pero tampoco tuvo suerte. A la mañana siguiente fue a Changle con otro policía. La puerta de la casa estaba cerrada con llave. Según los vecinos, Wen nunca hasta entonces había estado fuera un día entero. Tenía que trabajar en la fábrica, ocuparse de la parcela familiar y alimentar a las gallinas y los cerdos. Miraron en la pocilga, y al ver que los hambrientos animales apenas podían sostenerse en pie, decidieron entrar en la casa tras comprobar si había señales de haber forzado la puerta. No había ninguna, ni señales de lucha en el interior. Empezaron a peinar la aldea, llamando a todas las puertas. Habían visto a Wen por última vez hacia las 10.45 de la noche el cinco de abril, cuando iba a buscar agua al pozo de la aldea. El siete de abril por la tarde estaban seguros de que le había ocurrido algo.
La policía local había registrado las aldeas vecinas, así como los hoteles en un radio de kilómetro y medio. Preguntaron en la estación de autobuses. Aquella noche sólo había pasado por la aldea un autobús. Hasta el momento, todos sus esfuerzos habían sido inútiles.
– Nos sobrepasa -concluyó Zhao-. Su desaparición es un misterio.
– ¿Y la posibilidad de que los Hachas Voladoras la hayan secuestrado?
– No es probable. En la aldea no observaron nada raro. Ella habría gritado o forcejeado, y alguien lo habría oído. Lo verá por sí mismo enseguida.
Sin embargo, tardaron otros quince minutos en divisar la aldea. Existía una asombrosa diferencia entre los tipos de casas allí agrupadas. Algunas eran nuevas, modernas, importantes, como mansiones de la mejor zona de Shanghai, pero otras eran viejas, destartaladas y pequeñas.
– Es como si existieran dos mundos -observó Yu.
– Exactamente -dijo Zhao-. Hay una gran diferencia entre las casas que tienen a alguien en el extranjero y las que no lo tienen. Todas esas casas nuevas se han construido con dinero procedente del extranjero.
– Es asombroso. En Shanghai esas casas nuevas valdrían millones.
– Permítame que le dé algunas cifras, inspector Yu. Los ingresos anuales de un campesino aquí son de unos tres mil yuanes, y dependen del tiempo que haga. En Nueva York esa suma se puede ganar en una semana, viviendo, comiendo, durmiendo en un restaurante y cobrando en efectivo. Los ahorros de un año allí son suficientes para pagar una casa de dos pisos aquí, amueblada y completa, también. ¿Cómo pueden competir las familias que no tienen a nadie en el extranjero? Tienen que quedarse encerrados en esas antiguas chozas, a la sombra de los nuevos ricos.
– Sí, no se puede conseguir todo con dinero -dijo Yu, repitiendo una frase de una nueva película-, pero no se puede hacer nada sin él.
– La única manera que tienen los pobres de cambiar su situación es marcharse al extranjero también. De lo contrario se les considerará tontos, perezosos o incompetentes. Es un círculo vicioso. De manera que cada vez se marcha más gente.
– ¿Feng se marchó por la misma razón?
– Debió de ser una de sus razones.
Llegaron a casa de Wen. Era vieja, probablemente construida a principios de siglo, aunque no era pequeña; tenía un patio delantero, un patio trasero y una pocilga. Parecía extremadamente destartalada en comparación con el nivel de las viviendas de la aldea. La puerta estaba cerrada por fuera con un candado de latón. Zhao lo abrió insertando una navaja en la cerradura. En el desierto patio delantero, Yu vio en un rincón dos cestas de botellas de vino vacías.
– Feng bebía mucho -dijo Zhao-. Wen recogía las botellas para venderlas.
Examinaron los muros del patio, cuyas partes altas estaban cubiertas de polvo, pero no encontraron indicios de que nadie hubiera trepado por ellos y saltado.
– ¿Han encontrado algo sospechoso entre las cosas que dejó? – Preguntó Yu mientras estaban dentro.
– Bueno, no dejó gran cosa.
– No gran cosa en cuanto a muebles -observó Yu, sacando su bloc de notas-. La sala de estar tenía un aspecto desoladoramente desnudo. Lo único que vio fue una desvencijada mesa con dos bancos de madera. Sin embargo, debajo de ella había una cesta con latas y envases de plástico. Uno de los envases llevaba una etiqueta de peligro: inflamable. Fuera lo que fuera, no parecía algo que la gente normalmente guardara en la sala de estar.
– ¿Qué es eso?
– El material que Wen utilizaba para su trabajo -explicó Zhao.
– ¿Qué clase de trabajo hacía en casa?
– Lo que hacía en la fábrica de la comuna era sencillo. Trabajaba con una especie de abrasivo químico. Hundía los dedos en él y frotaba las piezas de precisión hasta que estaban lisas, como una afiladora humana. Aquí la gente gana según el número de productos hechos, a tanto la pieza. Para ganar unos cuantos yuanes más, se traía los productos químicos y piezas a casa para trabajar por la noche.
Fueron al dormitorio. La cama era enorme y vieja con el cabezal tallado. También había un juego de ajedrez del mismo tipo de artesanía. La mayoría de cajones contenían harapos, ropa vieja y otras cosas que no servían para nada. Un cajón estaba repleto de ropa y zapatos de niño, probablemente de su hijo muerto. En otro, Yu encontró un álbum con algunas fotografías de Wen tomadas en la época del instituto.