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Cuarto mensaje.

– Cristo, -dijo Morelli.

– Adivino que somos sólo tú y yo, -dijo Diesel, sonriendo abiertamente-. Lo bueno es que estoy aquí. Así no estarás sola.

Y la parte terrible era que él tenía razón. Tenía un pie en la cuesta escabrosa de la depresión Navidadeña. La Navidad se me escurría. Cinco días, cuatro días, tres días… y delante de mis propios ojos, la Navidad vendría y pasaría sin mí. Y tendría que esperar todo un año para poder comprar cintas, y borlas, bastones del caramelo, y ponche de Navidad.

– La Navidad no es cintas, borlas y regalos, -dije a Diesel-. La Navidad es sobre la buena voluntad, ¿no?

– Falso. La Navidad es sobre regalos. Y Árboles de Navidad. Y fiestas de oficina. Caray, no sabes mucho, ¿cierto?

– ¿En serio crees eso?

– Aparte de todo el blah, blah, blah religioso, en lo cual no entraremos… Pienso que la Navidad es lo que sea que te hace feliz. Eso es en lo que en realidad creo. Cada uno decide lo que quiere de la Navidad. Luego todo el mundo se absorbe en hacer que eso suceda.

– ¿Suponte que cada año fallas por completo? ¿Suponte que cada año fastidias la Navidad?

Él dobló su brazo alrededor de mi cuello.

– ¿Fastidias la Navidad, niña?

– Parece que no puedo ponerme a ello.

Diesel miró alrededor.

– Lo noté. Ninguna guirnalda de un verde mierda. Ni ángeles, ni [13]Rudolphs, ni [14]kerplunkers o tartoofers.

– Solía tener algunos adornos, pero mi apartamento explotó y todos se hicieron humo.

Diesel sacudió la cabeza.

– ¿No odias cuándo pasa eso?

* * * * *

Me desperté sudando. Tenía una pesadilla. Faltaban sólo dos días para Nochebuena, y yo todavía no compraba ni un solo regalo. Me di un golpe mental. Esto no era una pesadilla. Era verdad. Dos días para Navidad.

Salté de la cama y corrí a toda prisa al cuarto de baño. Me di una ducha rápida y me dejé el pelo húmedo. ¡Mierda! Lo domé con algo de gel, me vestí con mis vaqueros habituales, botas, y camiseta, y fui a la cocina.

Diesel estaba recostado contra el fregadero, con una taza de café en la mano. Había una bolsa blanca de la panadería en el mostrador, y Rex estaba despierto en su jaula, abriéndose camino sin prisa al centro de una rosquilla de jalea.

– Buenos días, bonita, -dijo Diesel.

– Faltan sólo dos días para Navidad, -dije-. ¡Dos días! Y quiero que ceses de dejarte caer en mi apartamento.

– Sí, seguro, eso va a pasar. ¿Le has dado tu lista a Santa? ¿Has sido traviesa?

Era demasiado temprano para poner los ojos en blanco, pero hice uno de todos modos. Me serví café y tomé una rosquilla.

– Fue lindo que trajeras rosquillas, -dije-. Pero Rex conseguirá una cavidad en su colmillo si se la come entera.

– Progresamos, -dijo Diesel-. No gritaste cuando me viste. Y no comprobaste el café y las rosquillas en busca de algún veneno extraterrestre.

Yo miré hacia abajo el café y me atacó el pánico.

– No pensaba, -dije.

Media hora más tarde estábamos en una calle lateral con una buena vista del edificio de apartamentos de Briggs. Briggs iba a trabajar hoy. E íbamos a seguirlo. Él nos conduciría a la fábrica de juguetes, localizaría a Sandy Claws, le pondría las esposas, y luego lograría celebrar la Navidad.

Exactamente a las ocho quince, Randy Briggs se pavoneó fuera de su edificio y entró en un coche especialmente acondicionado. Encendió el motor y salió del estacionamiento, dirigiéndose hacia la Ruta 1. Lo seguimos un par de coches atrás, manteniendo a Briggs a la vista.

– Bueno, -dije a Diesel-. Suspendiste levitación y obviamente no puedes hacer la cosa del relámpago. ¿Cuál es tu especialidad? ¿Qué instrumentos tienes en tu cinturón de uso general?

– Te lo dije, soy bueno en localizar a las personas. He desarrollado la percepción sensorial. -Me perforó con la mirada-. Apuesto que no pensaste que sabía palabras superiores como esas.

– ¿Algo más? ¿Puedes volar?

Diesel apagó un suspiro.

– No. No puedo volar.

Briggs permaneció en la Ruta 1 por poco más de una milla y luego salió. Giró a la izquierda en la esquina y entró en un pequeño complejo industrial. Pasó tres negocios antes de entrar en un estacionamiento contiguo a un edificio de un piso de ladrillo rojo de tal vez 1500 m. cuadrados. No había ningún letrero anunciando el nombre o la naturaleza del negocio. Un soldado de juguete en la puerta era la única decoración.

Dimos a Briggs media hora para entrar en el edificio e instalarse. Luego cruzamos el estacionamiento y nos abrimos paso entre las puertas de cristales dobles de la pequeña recepción. Las paredes estaban alegremente pintadas en amarillo y azul. Había varias sillas alineadas contra una pared. La mitad eran grandes y la mitad pequeñas. El límite del área de recepción estaba delimitado por un escritorio. Detrás del escritorio había un par de cubículos. Briggs estaba sentado en uno de ellos.

La mujer detrás del escritorio nos miró a Diesel y a mí y sonrió.

– ¿Puedo ayudarles?

– Buscamos a Sandy Claws, -dijo Diesel.

– El Sr. Claws no está esta mañana, -dijo la mujer-. Quizás pueda ayudarle yo.

Briggs levantó la cabeza súbitamente ante el sonido de la voz de Diesel. Nos miró y líneas de preocupación fruncieron su frente.

– ¿Lo espera más tarde hoy? -Pregunté.

– Es difícil de decir. Él mantiene su propio horario.

Dejamos el edificio, y llamé y pregunté por Briggs.

– No me llames aquí, -dijo Briggs-. Este es un trabajo estupendo. No quiero que me lo fastidies. Y no voy a ser tu informante, tampoco. -Y colgó.

– Supongo que podríamos mantener bajo vigilancia el edificio, -dije a Diesel. Quise hacer eso tanto como sacarme un ojo con un palo ardiendo.

Diesel empujó su asiento hacia atrás y estiró las piernas.

– Estoy muy cansado, -dijo-. Trabajé el turno de noche. Podrías tomar el primero.

– ¿El turno de noche?

– Sandor y Ring tienen una larga historia en Trenton. Recorrí algunos viejos lugares predilectos de Ring después de que te dejé anoche, pero no encontré nada.

Él cruzó sus brazos sobre el pecho y casi al instante pareció dormirse. A las diez treinta mi teléfono celular sonó.

– Oye, amiga, -dijo Lula-. ¿Qué estás haciendo?

Lula se encarga de los archivos en la oficina de fianzas. Fue una prostituta en una vida anterior, pero desde entonces ha enmendado su estado. Su guardarropa se ha quedado más o menos igual. Lula es una mujer grande que le gusta el reto de comprar ropas que son dos tallas demasiado pequeñas.

– No mucho, -dije-. ¿Qué haces tú?

– Voy de compras. Dos días para Navidad y no tengo nada. Voy al centro comercial Quakerbridge. ¿Quieres que te lleve?

– ¡SÍ!

Lula comprobó su espejo retrovisor para echarle una última mirada a Diesel antes de dejar el estacionamiento de la fábrica de juguetes.

– Ese hombre está perfecto. No sé donde encuentras a esos tipos, pero no es justo. Acaparaste el mercado de lo caliente.

– Él es de hecho un super héroe, o algo así.

– No sé nada de eso. Apuesto que tiene niños super héroes, también.

Lula sonaba mucho como la Abuela. No quise pensar en los niños de Diesel, así que puse la radio.

– Tengo que relevarlo a las tres, -dije.

– Diablos, -dijo Lula, entrando en Quakerbridge-. Mira este estacionamiento. Está lleno. Esta terriblemente lleno. ¿Dónde se supone que me voy a estacionar? Sólo tengo dos días para hacer compras. No puedo tratar con esta cosa del estacionamiento. ¿Y por qué todos los mejores lugares son para los minusválidos? ¿Ves algún coche de minusválido en todas esas zonas de minusválidos? ¿Cuánta gente minusválida piensan que tenemos en Jersey?

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[13] Rudolph: Reno de nariz grande y roja, que conduce el equipo que tira el trineo de Santa. (N. de la T.)

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[14] Palabras inventadas por el Dr. Seuss, del cuento "Cómo el Grinch robó la Navidad". (N. de la T.)