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– Estúpida, estúpida, estúpida, -dijo Briggs.

– Escucha, imbécil, -dijo Lula-. Podría aplastarte como a un bicho si quisiera. Tienes que tener más cuidado sobre a quien le faltas el respeto.

– Es ella, -gritó uno de los elfos, señalándome con el dedo-. Ella es la que comenzó el incendio en la oficina de empleo.

– ¿Incendio? -preguntó Lula-. ¿De qué habla?

– Ella comenzó el disturbio, -gritó alguien más-. ¡Agárrenla!

Todos los elfos saltaron de sus estaciones de trabajo y se lanzaron hacia mí en sus pequeñas piernas de elfo.

– Agárrenla. ¡Agárrenla! -gritaban todos-. Atrapen a la estúpida y grande buscapleitos.

– ¡Oye! -dijo Lula-. Espera. Que…

Agarré a Lula por la parte de atrás de su chaqueta y la tiré hacia la puerta.

– ¡Corre! Y no mires hacia atrás.

5

Nos lanzamos por la puerta del taller al área de recepción, nos abrimos paso por la puerta principal, cruzamos rápidamente el estacionamiento y brincamos en el coche. Lula le puso seguro a las puertas, y los elfos enjambraron alrededor de nosotras.

– Éstos no son duendes, -dijo Lula-. Conozco a los duendes. Los duendes son lindos. Éstos son duendecillos malos. Mira sus dientes puntudos. Mira sus ojos rojos y resplandecientes.

– No sé nada acerca de los duendecillos, -dije-. Creo que el tipo con los ojos rojos es sólo una persona pequeña con dientes malos y una resaca.

– Oye, ¿qué es ese ruido? ¿Qué le están haciendo a la parte trasera de mi Firebird?

Dimos la vuelta, nos asomamos a la ventana de atrás y quedamos horrorizadas al encontrarnos con que los elfos habían sacado los árboles del maletero.

– ¡Ese es mi Árbol de Navidad! -gritó Lula-. Aléjate. Deja ese árbol en paz.

Nadie escuchaba a Lula. Los elfos estaban en un frenesí, desgarrando los árboles rama a rama, y saltando sobre ellas.

De repente hubo un elfo en el capó. Y luego un segundo elfo trepó detrás del primero.

– Mierda santa, -dijo Lula-. Esto parece una película de terror. -Metió la llave en el encendido, pisó a fondo, y salió disparada a través del estacionamiento. Un elfo salió volando al instante. El segundo elfo envolvió sus manos alrededor de los limpiaparabrisas, con su cara gruñona aplastada al cristal. Lula giró rápidamente a la derecha, uno de los limpiaparabrisas se rompió, y el elfo voló lejos como un Disco volador, con el limpiaparabrisas todavía agarrado en su pequeña mano de elfo.

– Jodeteeeee, -el elfo cantó mientras volaba.

Llevabamos una milla sobre la Ruta 1 antes de que cualquiera de nosotras dijera una palabra.

– No sé que eran esas pequeñas cosas estúpidas y desdichadas, -dijo Lula finalmente-. Pero tienen que aprender algunas habilidades personales.

– Fue algo embarazoso, -dije.

– Jodido algo.

Y yo aún no tenía Árbol de Navidad.

Era poco después de las cinco cuando agité un adiós a Lula y caminé penosamente hacia mi edificio. Mi apartamento estaba tranquilo. Ningún Diesel. Dije un silencioso agradecimiento, pero la verdad es que estaba desilusionada. Colgué mi chaqueta en un gancho en el pasillo y escuché mis mensajes.

– ¿Stephanie? Es tu madre. La Sra. Krienski me dijo que no recibió ninguna tarjeta de Navidad tuya. ¿La enviaste, no? Y, haré un rico asado para la cena esta noche si quieres venir. Y tu padre te consiguió un árbol en la gasolinera. Tenían una liquidación. Él dijo que logró un buen trato.

Oh mi Dios. Un árbol en liquidación de la gasolinera. ¿Se podría poner peor?

* * * * *

Mary Alice y Angie estaban delante de la televisión cuando llegué a la casa de mis padres. Mi padre dormía en su silla. Mi hermana estaba arriba, vomitando. Y mi mamá y abuela estaban en la cocina.

– No los extravié, -dijo la Abuela a mi madre-. Alguien los tomó.

– ¿Quién los tomaría? -preguntó mi madre-. Esto es ridículo.

Yo sabía que iba a lamentar preguntar, pero no podía evitarlo.

– ¿Qué se perdió?

– Mis dientes, -dijo la Abuela-. Alguien tomó mis dientes. Los tenía metidos en un vaso con una de esas pastillas blanqueadoras y más tarde ya no estaban.

– ¿Cómo fue tu día? -me preguntó mi madre.

– Regular. Fui atacada por segunda vez por una horda de elfos enfurecidos, pero aparte de eso fue bien.

– Qué interesante, -dijo mi madre-. ¿Podrías revolver la salsa?

Valerie entró y se llevó una mano a la boca al ver el asado colocado en una fuente.

– ¿Qué hay de nuevo? -Pregunté a Valerie.

– He decidido que voy a tener al bebé. Y no me caso de inmediato.

Mi madre hizo la señal de la cruz, y sus ojos fueron tristemente al armario donde guardaba su Four Rose. El momento pasó, y llevó la carne asada al comedor.

– Vamos a comer, -dijo.

– ¿Cómo se supone que voy a comerme el asado sin dientes? -dijo la Abuela-. Si esos dientes no son devueltos para mañana por la mañana, llamo a la policía. Conseguí una cita para Nochebuena. Invité a mi nuevo novio a cenar.

Nos congelamos. El studmuffin venía a la cena de Nochebuena.

– Cristo, -dijo mi padre.

Después de la cena mi madre me dio una bolsa llena de comida.

– Sé que no tienes tiempo para cocinar, -dijo. Esto era parte del ritual. Y un día, si yo tenía suerte, llevaría la tradición a una nueva generación. Excepto que la bolsa para mi hija probablemente estaría llena de comida para llevar.

Mi padre estaba fuera, atando el árbol a mi CRV. Lo ataba a la rejilla del techo, y cada vez que apretaba la cuerda caía una lluvia de agujas de pino.

– Quizás está un poco seco, -dijo-. Tal vez deberías echarle agua cuando llegues a casa.

A mitad de camino a casa vi las luces atrás mío. Luces bajas de coche deportivo. Comprobé el retrovisor. Difícil ver por la noche, pero estaba bastante segura que era un Jag negro. Me detuve, y Diesel se estacionó a mi lado. Ambos salimos y miramos el árbol. No había luz de luna, gracias a Dios.

– Apenas puedo verlo en la oscuridad, -dijo Diesel.

– Así es mejor.

– ¿Cómo fue la vigilancia?

– Como dijiste… tranquila.

Diesel sonrió cuando le dije que la vigilancia había sido tranquila.

– Sospecho que sabes sobre la vigilancia, -dije con un suspiro.

– Sí.

– ¿Cómo?

– Lo sé todo.

– No.

– Sí.

– ¡No!

Hubo una acometida de viento, el aire chisporroteó, y Diesel me agarró y me lanzó al suelo, cubriéndome con su cuerpo. La luz destelló y el calor se rizó arriba mío por un momento. Oí que que Diesel juraba y rodaba alejándose. Cuando miré hacia lo alto me percaté que el árbol se estaba incendiando. Las chispas saltaban contra el negro cielo y el fuego se extendía al coche.

Diesel me levantó, y retrocedimos de las llamas. Estaba deprimida por el coche, pero no tan triste por librarme del árbol.

– Entonces, ¿qué crees? -Pregunté a Diesel-. ¿Un meteorito?

– Lo siento, bonita. Se suponía que era para mí.

Yo estaba parada frente a mi coche, y detrás mío podía oír las ventanas abriéndose en mi edificio de apartamentos. Estaba Lorraine en su camisón de dormir y Mo con su gorra. Ellos acababan de plantar sus cerebros para una larga siesta de invierno delante de la televisión. Cuando fuera en el estacionamiento surgió tal estrépito, saltaron de sus sillones reclinables para ver lo que sucedía. Fueron como un rayo hacia la ventana, abrieron las cortinas y se inclinaron sobre el marco. Y qué apareció antes sus ojos confusos, sino Stephanie Plum y otro de sus coches quemándose en la parte posterior.

– Oye, -gritó Mo Kleinschmidt-. ¿Estás bien?

Agité una mano hacia él.

– Bonito toque con el árbol, -gritó él-. Nunca antes incendiaste uno.

Lancé un vistazo de lado a Diesel.

– Esta no es la primera vez que uno de mis coches ha estallado, ha sido quemado, o bombardeado.