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– ¿Y dónde está el taller?

– Hay un pequeño taller detrás de la tienda. Y luego hay un taller principal. No sé exactamente donde está el taller principal. Nunca he estado allí. Estoy siempre demasiado ocupada con las galletas.

– ¿Está en Trenton? -preguntó Diesel.

Elaine pareció pensativa.

– ¿Sí? -dijo-. No sé. He conversado con Sandy sobre los juguetes y problemas de trabajo, pero no puedo recordar ni una vez que hablara del taller.

Diesel tomó una galleta para el camino, agradeció a Elaine, y nos marchamos.

– ¿Quieres un pedazo de mi galleta? -preguntó, con la galleta sujeta entre sus perfectos dientes blancos mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.

– No.

Él tenía una voz agradable. Ligeramente varonil y con una insinuación de sonrisa. Sus ojos encajan con la voz. En serio odiaba que me gustaran la voz y los ojos. Mi vida ya está embrollada con dos hombres. Uno es mi mentor y mi atormentador, un cazarrecompensas cubano americano llamado Ranger. Él estaba en este momento fuera de la ciudad. Nadie sabía donde estaba o cuando volvería. Eso era normal. El otro hombre en mi vida es un policía de Trenton llamado Joe Morelli. Cuando yo era una niña, Morelli me atrajo con engaños al garaje de su padre y me enseñó como jugar choo-choo. Yo era el túnel y Morelli el tren, si consiguen el cuadro. Cuando era una adolescente y trabaja en la Panadería Masa Sabrosa, Morelli me engatusó en el suelo fuera de horario y realizó una versión más adulta del choo-choo detrás de la vitrina de los pasteles de chocolate. Ambos hemos crecido algo desde entonces. La atracción todavía está allí. Ha crecido en afecto genuino… tal vez incluso amor. No hemos dominado totalmente la confianza y la capacidad de confiar. Y yo en realidad no necesitaba un tercer tipo virtualmente no humano en mi vida.

– Apuesto que estás preocupada por la manera en que te quedan esos vaqueros, ¿no? -preguntó Diesel-. ¿Tienes miedo de sumar las calorías de la galleta?

– ¡Falso! Mis vaqueros me calzan perfectamente bien. -Yo no quería una galleta con la saliva de Diesel. Quiero decir, ¿qué sé sobre él? Y de acuerdo, además mis vaqueros realmente estaban un poco apretados. Yeesh.

Él arrancó de un mordisco la cabeza de la galleta de jengibre

– ¿Qué sigue? ¿Tienen los Claws niños que podemos interrogar? Creo que le estoy agarrando la onda a esto.

– No hay niños. Lo comprobé y no tiene familiares en el área. Lo mismo con Elaine. Es viuda sin hijos.

– Debe ser duro para Elaine. Una mujer tiene esos instintos, sabes.

Entrecerré los ojos.

– ¿Instintos?

– Niños. Procreación. Instintos maternales.

– ¿Quién eres tú?

– Esa es una buena pregunta, -dijo Diesel-. No estoy por completo seguro de saber la respuesta. ¿Sabe realmente cualquiera de nosotros quiénes somos?

Grandioso. Ahora era un filósofo.

– ¿No tienes instintos maternales? -preguntó-. ¿No oyes el tictac del reloj biológico? Tictac, tictac, tictac, -dijo, sonriendo otra vez, divirtiendose un poco con ello.

– Tengo un hámster.

– Oye, no podrías pedir algo mejor que eso. Los hámsteres son estupendos. Personalmente, creo que los niños están sobrevalorados.

Tuve un tic en el ojo. Puse mi dedo en él para frenar el revoloteo.

– Prefiero no entrar en eso en este momento.

Diesel levantó sus manos.

– No hay problema. No quisiera incomodarte.

Sí, claro.

– De regreso a la gran persecución. ¿Tienes algún plan? -preguntó.

– Vuelvo a la tienda. No me percaté que había un taller adosado.

Veinte minutos más tarde estabamos parados en la puerta principal de la tienda, contemplando el pequeño letrero de cartón escrito a mano en la ventana. CERRADO. Diesel puso su mano en la manija y las cerraduras se abrieron.

– Bastante impresionante, ¿hunh? -dijo.

– Bastante ilegal.

Él empujó la puerta abierta.

– Eres una auténtica aguafiestas, ¿sabes?

Ambos bizqueamos en la oscuridad. Las únicas ventanas eran los pequeños cristales en la puerta. La tienda era del tamaño de un garaje de dos coches. Diesel cerró la puerta detrás de nosotros y tiró un interruptor. Dos tubos fluorescentes en el techo zumbaron y lanzaron una luz débil, palpitando a través del interior.

– Muchacho, esto es alegre, -dijo Diesel-. Me haría desear comprar juguetes. Inmediatamente después de sacarme el ojo y cortarme la garganta.

Las paredes estaban cubiertas de estantes, pero los estantes estaban vacíos, y juegos de tren, de mesa, muñecas, figuras de acción, y animales rellenos estaban todos revueltos en el suelo.

– Esto es extraño, -dije-. ¿Por qué están los juguetes en el suelo?

Diesel miró alrededor del cuarto.

– Tal vez alguien tuvo una rabieta. -Una caja registradora antigua estaba ubicada en un pequeño mostrador. Diesel presionó una tecla y la caja se abrió-. Siete dólares y cincuenta centavos, -dijo-. No creo que Sandy haga muchos negocios. -Atravesó la tienda y probó la puerta trasera. La puerta estaba sin llave. La abrió y ambos echamos una ojeada en el cuarto trasero-. No hay mucho que ver aquí, tampoco, -dijo Diesel.

Había un par de mesas plegables largas, y metálicas y varias sillas plegables metálicas. Curiosos juguetes de madera en varias etapas de terminación llenaban las mesas. La mayoría eran animales y hasta trenes toscamente tallados. Los vagones del tren estaban conectados por ganchos grandes y fanales.

– Mira a ver si encuentras algo que pudiera tener la dirección del otro taller, -dije-. Podría estar impreso en una etiqueta de envío o caja. O tal vez hay un pedazo de papel con un número de teléfono.

Trabajamos en ambos cuartos, pero no encontramos una dirección o número teléfonico. El único artículo en la basura era una bolsa arrugada de la panadería Baldanno. Sandy Claws era goloso. La tienda no tenía teléfono. Ninguno había sido puesto en el acuerdo de fianza y no vimos ninguno en el lugar. El acuerdo de fianza tampoco registraba un teléfono celular. Eso no garantizaba que no existiera uno.

Abandonamos la tienda, cerrando la puerta detrás de nosotros. Nos paramos al lado de mi CRV en el estacionamiento y miramos hacia atrás.

– ¿Notas algo raro sobre esta tienda? -Pregunté a Diesel.

– No tiene nombre, -dijo-. Hay sólo una puerta con un pequeño dibujo de un soldado de madera.

– ¿Qué tipo de juguetería no tiene nombre?

– Si miras más de cerca puede ver donde fue arrancado el letrero, -dijo Diesel-. Colgaba encima de la puerta.

– Probablemente es una fachada para una operación fraudulenta.

Diesel sacudió la cabeza.

– Tendría teléfonos. Posiblemente una computadora. Habría ceniceros y colillas.

Lo miré frunciéndole el ceño.

– Miro la televisión, -dijo él.

Bien. Como sea.

– Voy donde mis padres ahora, -le dije-. Tal vez quieras que te deje en algún lugar. Centro comercial, un billar, una casa de locos…

– Diablos, eso en verdad duele. No quieres que conozca a tus padres.

– No es como si fueramos novios.

– Mi tarea es darte una alegre Navidad, y me tomo mi trabajo muy en serio.

Lo miré disgustada.

– Tú no tomas tu trabajo en serio. Me dijiste que ni siquiera te gusta la Navidad.

– Fui cogido por sorpresa. No actuo así comúnmente. Pero comienzo a entrar en esto. ¿No puedes decirlo? ¿No parezco más alegre?

– No voy a deshacerme de ti, ¿cierto?

Él se meció hacia atrás en sus talones, con las manos en los bolsillos de su chaqueta, y una gran sonrisa firmemente en el lugar.

– No.

Ahogué un suspiro, puse el coche en marcha, y salí del lugar. No era un paseo lejos a la casa de mis padres en el Burg. El Burg es pequeño para Chambersburg, una pequeña comunidad residencial asentada al borde del Trenton apropiado. Nací y me crié en el Burg y seré una Burger de por vida. He tratado de alejarme, pero parece que no puedo apartarme lo suficiente.