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Como la mayor parte de las casas en el Burg, la de mis padres es una casa pequeña de madera, de dos pisos, construida en un espacio pequeño, y estrecha. Y como muchas casas en el Burg, la casa comparte una pared común con una casa idéntica. Mabel Markowitz posee la casa que linda con la de mis padres. Ella vive allí sola, ahora que su marido ha muerto. Mantiene sus ventanas limpias, juega al bingo dos veces por semana en el centro mayor, y exprime trece centavos de cada diez.

Aparqué en el bordillo y Diesel miró las dos casas. La casa de la Sra. Markowitz estaba pintada de un verde bilioso. Tenía una estatua de yeso de la Virgen María en su diminuto patio delantero y había puesto una vasija de [2]poinsetias rojas de plástico al lado de la Virgen. Un solitario bombillo había sido colocado en su ventana delantera. La casa de mis padres estaba pintada de amarillo y marrón y decorada con una ristra de luces de colores atravesando el frente de la casa. Un viejo y grande Santa de plástico, con su traje rojo desteñido por el sol que ya se veía rosado palido, había sido puesto en el patio delantero de mis padres, en directa competición con la Virgen de la Sra Markowitz. Mi madre tenía luces eléctricas en todas las ventanas y una guirnalda en la puerta principal.

– Mierda santa, -dijo Diesel-. Esto es estridente.

Tuve que estar de acuerdo con él. Las casas eran fascinantes en su horror. Incluso peor, eran un encanto. Se habían visto exactamente así desde que podía recordar. No podía imaginarlas viendose de otra forma. Cuando tenía catorce la Virgen de la Sra Markowitz había sido alcanzada por un golpe de béisbol y parte de su cabeza se había desconchado, pero eso no detuvo a la Virgen de bendecir la casa. Ella aguantaba el viento, la lluvia, el aguanieve y las tormentas con la cabeza desconchada. Tal como Santa, que estaba desteñido y abollado, pero volvía cada año.

La Abuela Mazur estaba detrás del vidrio de la puerta de mis padres, mirándonos hacia fuera. Ella vive con mis padres ahora que el abuelo Mazur está comiendo chicharrones y emparedados de mantequilla de maní con Elvis. La Abuela Mazur es sobre todo huesos flacos y piel floja. Mantiene sus canas con rizos apretados en su cabeza y lleva un de cañón largo.45 en su bolsa. El concepto de envejecer elegantemente nunca se ha aplicado a la Abuela.

La Abuela abrió la puerta cuando me acerqué con Diesel.

– ¿Quién es éste? -preguntó, escudriñando a Diesel-. No sabía que traías a un hombre nuevo. Mírame. Ni siquiera estoy vestida. ¿Y Joseph? ¿Qué le pasó?

– ¿Quién es Joseph? -quiso saber Diesel.

– Es su novio, -dijo la Abuela Mazur-. Joseph Morelli. Es un policía de Trenton. Se supone que viene más tarde a cenar ya que es domingo.

Diesel me sonrió abiertamente.

– No me dijiste que tenías novio.

Presenté a Diesel a mi mamá, la Abuela Mazur, y mi papá.

– ¿Qué sucede con los hombres y las colas de caballo? -dijo mi padre-. Se supone que las muchachas tienen el pelo largo. Se supone que los hombres tienen el pelo corto.

– ¿Y Jesús? -preguntó la Abuela-. Él tenía el pelo largo.

– Este tipo no es Jesús, -dijo mi padre. Él tendió su mano a Diesel-. Encantado de conocerte. ¿Qué eres, uno de esos luchadores o algo parecido?

– No señor, no soy un luchador, -dijo Diesel, sonriendo.

– Ellos son artistas deportivos, -dijo la Abuela-. Sólo algunos son en verdad buenos en la lucha libre, como Propulsora Kurt y Ciclón Lance.

– ¿Ciclón Lance? -dijo mi padre-. ¿Qué tipo de nombre es ese?

– Uno de esos nombres canadienses, -dijo la Abuela-. Él es una preciosura, también.

Diesel me miró y su sonrisa se amplió.

– Amo a tu familia.

2

Mi hermana Valerie entró de la cocina. Valerie está recientemente divorciada y sin dinero y se ha trasladado a sí misma y a sus dos niñas a mi viejo dormitorio. Antes del divorcio y regresar a Jersey, Valerie vivía en California del sur donde había limitado el éxito a hacerse un clon de Meg Ryan. Valerie todavía tenía las mechas rubias. El espíritu alegre lo dejó caer en algún sitio sobre Kansas en el vuelo a casa.

– Diablos, -dijo Valerie, divisando a Diesel.

La Abuela estuvo de acuerdo.

– Es una pepita, ¿verdad? -dijo-. Es verdaderamente guapo.

Diesel me dio un codazo en el costado.

– ¿Ves? Les gusto.

Arrastré a Diesel a la sala de estar.

– Piensan que tienes un bonito trasero. Eso es diferente de gustarles tú. Siéntate delante de la televisión. Mira los dibujos animados. Trata de encontrar un partido de béisbol. No hables con nadie.

Mi madre, la abuela y mi hermana me esperaban en la cocina.

– ¿Quién es? -quiso saber Valerie-. Es magnífico.

– Sí, y puedo decir que él es todo un seductor, -dijo la Abuela-. Tiene esa mirada en sus ojos. Y apuesto que tiene un buen paquete.

– Él no es nadie, -dije, tratando de apartar mis pensamientos del paquete de Diesel-. Se mudó al edificio, y no conoce a nadie, por eso más o menos lo he adoptado. Es un caso de caridad.

Valerie se puso seria.

– ¿Está casado?

– Creo que no, pero no te gustaría. No es normal.

– Parece normal.

– Confía en mí. No es tu tipo normal.

– Es gay, ¿no?

– Sí. Eso es. Creo que es gay. -Mejor que revelarle a Valerie que Diesel era un sobrenatural dolor en el culo.

– Los atractivos siempre son gays, -dijo Valerie suspirando-. Es un patrón.

La Abuela tenía un puñado grande de masa de galletas en la mesa. La estiró y luego me dio un cortador de galletas en forma de estrella.

– Tú has las galletas de azúcar, -dijo la Abuela-. Haré que Valerie se ocupe de las de caramelo.

Si me llevo cualquier cosa conmigo cuando muera será la manera como huele la cocina de mi madre. El del café preparado por la mañana, la col morada y el asado cociéndose en la olla y llenando de vapor las ventanas de la cocina durante un día frío en febrero, un pastel de manzana caliente en el mostrador en septiembre. Parece melodramático pensar en ello, pero los olores son verdaderos y tan parte de mí como mi pulgar y mi corazón. Juro que lo primero que olí fue el pastel de piña cuando estaba en el útero.

Hoy el aire en la cocina de mi madre estaba pesado con el horneado de las galletas de mantequilla. Mi mamá usaba mantequilla y vainilla auténtica, y el olor de la vainilla se me pegaba a la piel y al pelo. La cocina estaba tibia, llena de mujeres, y yo estaba emocionada con las galletas de mantequilla. Éste sería un momento perfecto, si sólo no hubiera un extranterrestre sentado en la sala de estar, mirando la televisión con mi papá.

Saqué la cabeza por la puerta de la cocina y miré hacia el comedor a Diesel y a mi papá en la sala de estar. Diesel estaba delante del escuálido árbol de Navidad, de metro y medio, que parecía iba a deshacerse, con un desvencijado soporte. Cuatro días antes de Navidad y ya el árbol dejaba caer agujas. Mi padre había colocado una estrella de metal verde y plateada en la cúspide parcialmente calva del árbol. El resto del árbol estaba cubierto con luces de colores intermitentes y decorado con un surtido de adornos coleccionados a lo largo de la vida matrimonial de mis padres. El soporte estaba envuelto en rollos de algodón blanco que se suponía parecía nieve. Un pueblo de casas viejas de cartón habían sido montadas en los rollos de algodón.

Las niñas de Valerie, Angie de nueve años y Mary Alice de siete, habían completado el árbol con grandes cantidades de cintas de color brillante. Angie es la niña perfecta y a menudo es confundida con una bajita mujer de cuarenta. Mary Alice ha tenido desde hace mucho tiempo un evidente problema de identidad y usualmente está convencida de que es un caballo.

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[2] Poinsetias: También llamada “Flor de Navidad”, es una planta americana tropical, con hojas parecidas a un pétalo por lo general escarlatas que rodean pequeñas flores amarillas. (N. de la T.)