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Mejor así, se dijo a sí mismo. Las mujeres como Madison sólo servían para complicarle a uno la vida.

Volvió a la sala de control y se sentó frente a su ordenador. Aunque jamás lo habría admitido, tenía que reconocer que Madison estaba empezando a gustarle. No era como la había imaginado y no tenía nada que ver con otras mujeres ricas que había conocido. Madison parecía tener valores y ser capaz de pensar en otros, además de en ella misma.

Aunque todo eso podía ser una actuación, se dijo mientras empezaba a teclear. Pero pronto lo sabría. Un vistazo rápido a su ordenador le diría si su trabajo era tan importante para ella como decía.

Stanislav no era un hombre corpulento. Apenas medía un metro setenta. Parecía un hombre del que uno podría deshacerse con un empujón. Pero Christopher había visto a aquel ruso cortándole la mano a un hombre. Primero los dedos y al final la muñeca. Y lo único que había hecho aquel tipo había sido robar unos cientos de dólares de uno de sus casinos.

En aquel momento, mientras Stanislav paseaba por el despacho de Christopher, acariciando sus esculturas y admirando sus cuadros, Christopher sentía un sudor frío descendiendo por su espalda.

– Muy bonito -dijo Stanislav con un ligero acento-. Me gusta su despacho. Es un lugar muy creativo, ¿verdad?

– Eh, sí, claro. Es magnífico. Pero sobre todo lo utilizo para recibir visitas. El verdadero trabajo lo hago en el laboratorio.

Stanislav se volvió para mirarlo. Sus ojos azul claro parecían estar hechos de hielo.

– Por «verdadero trabajo» supongo que se refiere a tomar lo que nosotros le damos, a utilizar nuestra tecnología y a fingir que la ha desarrollado usted.

Christopher tragó saliva. No sabía qué decir.

– Yo… eh…

Stanislav hizo un gesto, exigiéndole silencio.

– Ustedes los americanos -comenzó a decir mientras se acercaba a la ventana-, se creen superiores. Creen que somos un país atrasado al que le falta creatividad. Un país sin chispa. ¿Pero de dónde sale su tecnología? ¿A quién está intentando comprar su gran invento? -se volvió y fulminó a Christopher con la mirada-. A los rusos. Han sido nuestros científicos los que han desarrollado ese dispositivo que tanto le interesa. Y lo han hecho en sus pobres laboratorios. Hemos sido nosotros los que lo hemos diseñado y los que deberíamos llevarlo al mercado -frunció el ceño-. O quizá podríamos haberlo utilizado contra su país. Podríamos haber venido volando hasta aquí una noche y destrozarlo mientras dormían.

– Sí, claro que podrían -dijo Christopher, haciendo un gran esfuerzo para que no le temblara la voz.

Stanislav se acercó a él.

– Pero no lo hemos hecho -dijo, a menos de treinta centímetros de distancia de su rostro-. Y nos hemos convertido en lo que somos. En un país destrozado. Pero, para algunas cosas, es incluso mejor. Para mí es mejor, por ejemplo. En este nuevo estado de cosas, soy un hombre rico y poderoso.

Christopher asintió mientras el miedo crecía en su interior.

– Vine a verlo por su reputación -dijo Stanislav en voz baja-. Porque sabía quién era, conocía su negocio y pensaba que podríamos trabajar juntos. Confié en usted.

– Y yo se lo agradezco -contestó Christopher rápidamente-. Y haré todo lo que esté en mi mano para ser merecedor de esa confianza.

– ¿Entonces dónde está ese maldito dinero? -rugió Stanislav.

Christopher se encogió y retrocedió un paso. Al instante, dos de los tres socios de Stanislav estaban a su lado, agarrándolo.

– ¿Cree que no sé lo que vale esa tecnología? -preguntó Stanislav, dominando de nuevo su furia-. Cuando su empresa termine de producir el primer prototipo, podrá eludir todos los radares del mundo. Eso es poder. Eso es el futuro. Sólo durante el primer año su empresa ganará billones. Y a pesar de todo, está intentando engañarme.

¡Oh, no! El miedo se transformó en pánico.

– No, no es eso -dijo Christopher, imaginándose al hombre al que le habían cortado la mano-. No estoy intentando engañarlo. Jamás, se lo juro. Conseguiré el dinero. Tenía un plan. Un buen plan. Pero alguien se interpuso en mi camino.

– ¿Cuál era su plan?

Christopher vaciló.

– Secuestré a mi ex esposa y convencí a su padre de que pagara los quince millones que pedían de rescate.

No tenía sentido mencionar los otros cinco millones que había pedido para saldar sus deudas de juego.

El ruso no cambió de expresión. Christopher se preparó para lo peor cuando oyó que empezaba a reír a carcajadas. Pero sus socios lo soltaron. Y el alivio fue tan grande que le temblaron las piernas. Stanislav le palmeó la espalda.

– ¿A su propia esposa? Bien por usted. Parece uno de los nuestros. ¿Y qué ocurrió?

– El tipo que contraté para localizarla resultó ser demasiado bueno. Sus hombres interceptaron el dinero del rescate antes de que hubiera podido recibirlo.

La expresión de diversión desapareció inmediatamente del semblante del ruso.

– Para ser un hombre inteligente, comete muchos errores -le reprochó-. Eso no me gusta.

– Lo sé, lo siento.

Si le ponía las manos encima a Tanner, lo mataría, se prometió Christopher.

Stanislav miró a sus hombres, que volvieron a agarrar a Christopher.

– Una semana, amigo mío. Y sólo porque hemos llegado muy lejos y nos llevaría mucho tiempo encontrar otro comprador. Pero se lo advierto, no habrá más excusas. Si no tiene el dinero dentro de una semana, lo mataré. Pero antes me aseguraré de que desee estar muerto.

– Tendré el dinero -le prometió Christopher.

Stanislav se encogió de hombros, como si quisiera darle a entender que no le importaba, y se marchó.

Christopher se desplomó en la silla que tenía frente al escritorio e intentó respirar con calma. Una semana. ¿Qué podía hacer en una semana?

Lo primero que se le ocurrió fue robar un banco, y si hubiera sabido que podía encontrar en el banco la cantidad que necesitaba, habría comenzado a planear la manera de hacerlo. Pero era dudoso, así que era preferible ir hacia algo seguro. Y eso significaba Blaine Adams.

Habían estado hablando de fundir las empresas. Evidentemente, había llegado el momento de retomar aquellas conversaciones y filtrarle algo a la prensa. Eso bastaría para hacer subir el precio de sus acciones. Con las acciones que tenía de ambas compañías y sus opciones, podría acercarse a los quince millones.

Si hubiera podido quedarse con el rescate, nada de eso habría ocurrido. Y le haría pagar a Tanner Keane por lo que había pasado. ¡Y por retener a Madison, maldita fuera! Si aquella bruja estuviera allí, podría obligarla a cederle sus acciones. Y así tendría por lo menos diez millones.

Pero no estaba allí. Había conseguido convencer a Keane de que ella era la parte inocente, de que no podía confiar en Christopher.

¿Y de qué manera podría convencerla él de que no correría ningún peligro volviendo a casa? Y en el caso de que no lo consiguiera, ¿cómo podía conseguir que saliera de su escondite? Tenía que encontrar la forma de hacerlo.

Capítulo 7

Tanner revisó los ficheros del ordenador de Madison y descubrió que le había dicho la verdad sobre su trabajo. Era cierto que se dedicaba a ayudar a niños con deformidades faciales. En sus archivos había carpetas con los informes de cada uno de los niños con los que trataba. Los más antiguos contenían copias de las solicitudes para el viaje, las cartas y los correos electrónicos que se habían enviado. También incluían anotaciones médicas, informes de seguimiento y su propio diario sobre la estancia de los niños en Los Ángeles.