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– Mi padre. Cuando nací, mi padre tuvo que darse cuenta -intentó alargar la mano hacia Tanner, pero advirtió que no podía mover el brazo-. Está enfadado, lo veo. Y lo siento, lo siento mucho.

Tanner maldijo para sí y desvió la mirada hacia la jeringuilla que había dejado encima de la mesa. Le había inyectado una dosis mayor de la que planeaba. O quizá no. Quizá al enterarse de la muerte de Kelly había querido que también ella corriera algún riesgo.

– Hábleme de Christopher. Lo conoció en una fiesta, ¿verdad?

– Lo trajo mi padre. Era un encanto. Y muy divertido. Estuvo haciéndome cumplidos por lo bien que había elegido el catering. Normalmente la gente felicita a la anfitriona por la comida, pero yo nunca cocinaba y me hizo gracia su ironía. Hilliard pasó mucho tiempo conmigo. Y me hacía sentirme… fuerte.

Era curioso que alguien se enamorara por ese motivo, pensó Tanner.

– ¿Solía enfadarse? ¿Tenía mucho genio?

– Al principio, no. Empezó a mostrar su genio cuando nos casamos. No le gustó mi manera de hablar con una camarera durante nuestra luna de miel, le pareció que me estaba mostrando demasiado amistosa. No le gustaba que confraternizara con los empleados. Decía que no daba buena imagen.

– ¿Y qué ocurrió?

– Se puso a gritar -el dolor oscureció sus ojos-. No me pegó pero, en cierto sentido, fue peor. Me dijo que era una inútil y que se arrepentía de haberse casado conmigo, pero que lo soportaría porque era lo que debía hacer. Y ya nunca volví a sentirme fuerte.

Tanner sentía que iba cediendo su enfado.

– ¿Estaba enamorada de él?

– No -susurró, como si temiera que Christopher pudiera oírla-. Al principio pensé que sí, pero no me duró mucho tiempo. Me asustaba. Yo intentaba que no se diera cuenta, pero supongo que se lo imaginaba. Al cabo de un tiempo, decidí ignorarlo y vivir mi propia vida.

– ¿Y fue entonces cuando empezó a trabajar con los niños?

Asomó a sus labios una sonrisa.

– Sí, fue con ellos.

– ¿Se alegró de divorciarse?

– Sí -contestó con fiereza-. Me arrepiento de haberme casado con él y de haberme creído sus mentiras. Ya no lo odio. Odiarlo supone demasiada energía y esfuerzos y me niego a perder el tiempo con él. Sencillamente, quiero que salga para siempre de mi vida.

– ¿Le ha escrito alguna vez a Christopher pidiéndole que le permita volver a su lado?

– No.

Contestó sin vacilar pero, en realidad, Tanner ya sabía la verdad. Quizá siempre la hubiera sabido. Su reacción a aquellas cartas había sido visceral, como si alguien a quien quisiera lo hubiera traicionado. Y había sido lo inesperado de aquel sentimiento lo que le había hecho reaccionar.

– Lo siento -se disculpó.

– No tiene por qué. Me ha salvado la vida. Él iba a matarme, ¿sabe? Creo que lleva mucho tiempo queriendo hacerlo. Jamás me ha perdonado lo de esa familia.

– ¿Qué familia?

– La que llevé a casa -sacudió la cabeza y sonrió-. La familia Middlewood. Recuerdo que pensé que era un nombre muy británico, pero en realidad era una familia de Mississippi. Jenny había nacido sin algunos huesos en la cara y yo conseguí que la citaran para una operación. Pero surgió un problema con el alojamiento, era un fin de semana de vacaciones y no tenían dónde ir, así que me los llevé a mi casa. Christopher se puso furioso. Empezó a gritar de tal manera que agarré a toda la familia y al final nos alojamos en un hotel de San Bernardino. Pensé que iba a matarnos.

Se quedó mirándolo fijamente.

– Entonces comprendí que todo había terminado. Que nuestro matrimonio estaba muerto y que si no me iba, terminaría muriendo yo también. Entonces no pensaba que pudiera matarme físicamente, pero sabía que me iría debilitando hasta hacerme desaparecer. Yo no escribí esas cartas.

– Lo sé.

– Yo sólo quiero vivir mi vida, sin él. Con mis niños… -volvió a sonreír-. Son geniales. Dulces, fuertes y decididos. No les preocupa la operación ni tampoco la fase de recuperación. Nunca se quejan del dolor. Lo único que quieren es ser normales y yo puedo ayudarlos a conseguirlo. Y cuanto más trabajo con esos niños, más fuerte me siento.

Sus palabras lo avergonzaron. Madison era todo lo que decía ser y él estaba demasiado concentrado en su propio dolor como para advertirlo. Había abusado de la posición que ocupaba en su vida. A su manera, no era mejor que Hilliard.

– ¿Por qué la preocupa tanto ser fuerte?

– Porque tengo que ser fuerte. Nunca he querido ser una inútil, ni frágil, ni loca.

– Usted no está loca.

– Pero siempre está ahí el miedo a volverme loca algún día. Acechando, respirando como una enorme bestia a mis espaldas. Me llama, pero yo no le hago caso. Ignoro sus susurros.

– ¿Qué susurros?

– Los que me dicen que soy como mi madre. Que yo también estoy loca.

– Su madre murió hace mucho tiempo. ¿Qué tiene que ver con todo esto?

– Era una mujer débil -susurró Madison-. Estaba loca. Desaparecía de casa durante largos períodos de tiempo. A mí me decían que se había ido a descansar. Cuando era pequeña, solía preguntarme por qué mi madre estaba siempre tan cansada y con el tiempo, comprendí que me ocultaban la verdad. Estaba encerrada en un psiquiátrico.

– No tenía por qué haberme contado eso -dijo Tanner, arrepintiéndose de haber preguntado.

– Era tan hermosa… -comentó Madison como si no lo hubiera oído-. Todo el mundo lo decía. También decían que me parezco a ella, pero no es cierto. Cuando estaba en casa y se encontraba bien, jugaba conmigo, me vestía, me peinaba… Pero cuando estaba enferma… -Madison cerró la mano en un puño-. Entonces aprendí a alejarme de ella. Estaba tan callada, tan quieta que me asustaba. Era como si estuviera intentando desaparecer -bajó la mirada hacia su regazo-. Al final de su vida, estaba más contenta de lo que la había visto nunca. Por eso fue tan horrible su muerte. Mi madre era feliz. Fuimos juntas al cine, algo que no habíamos hecho nunca. Los médicos tenían esperanzas y mi padre habló de tomarnos unas vacaciones. Pero una tarde, cuando llegué a casa al salir del instituto, lo encontré todo lleno de sangre. Mi madre había muerto. Siempre he pensado que esa era la razón por la que estaba tan contenta. Porque por fin había comprendido lo que debía hacer.

– Déjelo ya.

– Christopher solía decir que yo era como ella. Que era débil, y que con el tiempo, terminaría suicidándome. Yo le decía que no era verdad, pero a veces lo dudaba.

Tanner se levantó y la ayudó a levantarse a ella también. Madison tenía problemas para mantener el equilibrio, así que la hizo recostarse contra él y la rodeó con sus brazos.

– Lo siento -susurró contra su pelo-. Siento estar haciendo esto. Debería haberla creído desde un principio.

– Estaba enfadado -respondió Madison-. Pero ya no.

Tanner se inclinó y la levantó en brazos. Madison se relajó inmediatamente contra él.

Durante el corto trayecto a la habitación, Madison no dijo nada. Tanner la dejó en la cama y le apartó el pelo de la cara.

– Ahora debería dormir -le dijo-. Intente descansar. Dentro de un par de horas, habrá desaparecido el efecto de la droga y se sentirá mucho mejor.

Antes de que hubiera podido marcharse, Madison le agarró la mano.

– Me gustaría haber muerto yo en lugar de su amigo.

Le soltó la mano y cerró los ojos. Tanner se acercó a la puerta, donde permaneció observándola durante algunos minutos. La había rescatado y la estaba protegiendo de su marido, pero eso no justificaba lo que había hecho. Y lo peor de todo era que ni todos los arrepentimientos del mundo servían para dar marcha atrás.

Capítulo 9

Madison se despertó con la sensación de haber perdido la noción del tiempo. La habitación estaba a oscuras, de modo que sabía que había perdido la mayor parte de la tarde, pero no sabía las horas que había pasado durmiendo. Era como si tuviera un enorme agujero negro en la memoria.