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El calor que emanaba de su cuerpo parecía extenderse por su piel, haciéndola desear inclinarse hacia él. Posó la mirada en su boca. ¿Cómo sería Tanner cuando estaba con una mujer? ¿Duro? ¿Tierno? ¿Intenso?

Tanner se levantó de pronto y hundió las manos en los bolsillos.

– Quiero entrar mañana por la noche en su casa.

– ¿Tienes toda la información que necesitas?

– Sí, los últimos detalles me los darán mañana por la mañana.

– Iré contigo.

– No.

– Conozco la casa y sé dónde está la caja fuerte. Además, es mi vida la que estamos intentando proteger.

– Eres una aficionada, además del objetivo de Hilliard. Tienes que permanecer a salvo, y eso significa que tendrás que quedarte aquí. Y estoy hablando en serio, Madison.

– Esa decisión no puedes tomarla tú. Pienso ir. Además, me lo debes.

Tanner no movió un solo músculo, pero Madison sintió el cambio sutil que se produjo en su interior. Y en ese momento supo que había ganado.

– No quiero que te maten -dijo Tanner con rotundidad.

– Y yo tampoco, pero sigo queriendo ir.

Tanner sacudió la cabeza como si estuviera lamentando su decisión al tiempo que la tomaba.

Capítulo 12

Madison se vistió de negro a petición de Tanner. Le gustaba sentirse como un extra en una película de James Bond y hacía todo lo que podía para concentrarse en su papel en vez de en los nervios que se acumulaban en su estómago. En cualquier caso, quería participar en aquella operación, principalmente para demostrarse a sí misma que no iba a dejarse vencer por el miedo.

No había terminado de formular aquel pensamiento cuando Tanner ya estaba llamando a la puerta de su dormitorio.

– Está abierta -contestó ella, mientras agarraba unos zapatos negros.

– ¿Estás lista? -le preguntó Tanner en cuanto entró.

– Ahora mismo me siento casi invisible -se puso los zapatos.

– Estupendo. Toma -le dio una gorra negra.

Madison inspeccionó la parte delantera de la gorra, como si esperara encontrar algún logotipo, pero la gorra no tenía ningún dibujo.

– No, no tenemos mascota -comentó Tanner secamente.

– Deberías buscar una -contestó Madison con una sonrisa-. Un gato negro, o un murciélago, quizá.

– No somos vampiros.

– Me alegro de saberlo.

Tanner se quedó mirándola fijamente.

– Imaginaba que estarías nerviosa.

– Y lo estoy pero lo disimulo con el buen humor. Inteligente, ¿verdad?

– Brillante. Ángel aparecerá en cualquier momento, repasaremos el plan y saldremos. Por cierto, ¿cuánto café has tomado?

Ya eran casi las doce. Tanner le había advertido que el plan era entrar en casa de Christopher alrededor de las dos de la madrugada y Madison había estado muy preocupada porque temía no estar suficientemente despierta para entonces.

– Cinco tazas desde las ocho de la noche -le dijo, sintiendo la cafeína corriendo por sus venas.

– Genial. Así que estás completamente alerta.

– Y preparada para la acción.

– Cuando se te pase el efecto de la cafeína, te vas a venir abajo.

– Lo sé, pero de momento me ayudará a entrar en la casa.

Tanner continuaba sin parecer muy convencido, pero no se quejó.

– Vamos, te presentaré a Ángel -dijo de pronto.

– ¿Ya está aquí?

Justo en ese momento, llamaron a la puerta. Madison se puso la gorra y siguió a Tanner al pasillo.

– ¿Cómo has hecho eso? ¿Cómo sabías que ya estaba aquí?

– Por experiencia.

Físicamente, Ángel era más atractivo que Tanner, pero el color gris de sus ojos le resultó a Madison aterrador. Advirtió que tenía una cicatriz en el cuello y se preguntó quién habría intentado matarlo y qué le habría ocurrido después de haber fracasado. Dudaba que estuviera vivo para contarlo.

– Madison -dijo Tanner, haciéndole un gesto para que se acercara-, éste es Ángel.

– Hola, soy Madison -lo saludó con una sonrisa.

Ángel la recorrió de pies a cabeza con una mirada que la hizo sentirse desnuda y le tendió la mano.

– Encantado.

Se estrecharon la mano y Madison se escondió detrás de Tanner.

– Parece que la pongo nerviosa -comentó Ángel con una sonrisa.

– No, no me pones nerviosa -protestó Madison-, pero con todo lo que me ha pasado durante este par de semanas, tengo cierto recelo hacia los extraños.

– Yo le confiaría mi vida a Ángel -dijo Tanner-. Y tú también puedes hacerlo.

– Me alegro de saberlo.

Se acercaron a la sala de control y allí los hombres se pusieron los cinturones en los que llevaban el equipo. Madison reconoció las navajas y las linternas, pero poco más.

Habían repasado varias veces el plan, de modo que se sentía ya muy cómoda con la teoría. Era la realidad lo que la preocupaba.

Tanner se acercó al armario, sacó un chaleco y le hizo un gesto a Madison para que se acercara.

– ¿Crees que habrá un tiroteo? -le preguntó ella, repentinamente asustada.

– No, pero es mejor estar preparados.

Le sostuvo el chaleco mientras se lo ponía y la ayudó a atárselo. La prenda era sorprendentemente rígida y pesada.

– No me gustaría tener que correr con esto -comentó Madison.

– No deberíamos tener por qué hacerlo.

Tanner buscó de nuevo en el armario y le tendió una pistola.

– No puedo…

– No es una pistola normal -la interrumpió Tanner-. Esta pistola dispara un sedante de acción instantánea. Si alguien va por ti, apunta y dispara.

– De acuerdo.

Tanner le enseñó a asegurar y a amartillar la pistola y después le colocó la pistolera en las caderas. Le entregó también una linterna y un teléfono móvil del que ya habían hablado.

– En el caso de que ocurriera algo, aléjate del radio de acción y presiona la tecla que te indiqué. Inmediatamente estarás en contacto con un hombre llamado Jack. Cuéntale lo que ha pasado e irá a buscarte en menos de cinco minutos.

– Eso quiere decir que algo puede salir mal.

– Siempre hay alguna posibilidad. Yo preferiría que te quedaras aquí. ¿Prefieres quedarte?

– No, necesito hacer esto.

No sabía por qué, pero la sensación era suficientemente fuerte como para ayudarla a vencer el miedo.

Salieron los tres juntos al garaje, donde los estaba esperando la furgoneta. Tanner y Ángel se sentaron delante, con el primero de ellos al volante. Treinta minutos después, llegaron a una de las calles cercanas a la casa. Tanner apagó el motor mientras Ángel hablaba con voz queda a través de una especie de walkie-talkie. Menos de diez segundos después, Tanner se volvía hacia ella.

– Madison, si quieres puedes quedarte en la furgoneta.

– Ni lo sueñes.

Era una noche nublada y silenciosa. Madison se estremeció ligeramente al salir, pero no se quejó. No quería que Tanner tuviera ninguna excusa para obligarla a quedarse atrás.

– Alarmas desconectadas -susurró Ángel.

– A partir de ahora -le advirtió Tanner-, no hables y no te alejes de mí. Si la situación se complica, vuelve a la camioneta y si en diez segundos no hemos aparecido ni Ángel ni yo, utiliza el teléfono móvil, sal de la camioneta y dirígete hacia el sur -señaló hacia la izquierda.

– Sé dónde está el sur -lo que no sabía era si iba a ser capaz de marcharse sabiendo que podía estar ocurriéndole algo a él.

– Tendrás que marcharte -le dijo Tanner como si le hubiera leído el pensamiento-. Si no lo haces, Hilliard podrá atraparte, y ninguno de nosotros quiere que eso ocurra.

Entraron al jardín de la casa a través del de los vecinos, utilizando una puerta de la que Madison ya le había hablado. Una vez en el jardín de Christopher, se acercaron escondidos tras los arbustos hasta los guardias de seguridad y doblaron la esquina.