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Madison jamás había hecho nada parecido y le producía una extraña sensación de irrealidad estar haciendo algo así en la casa en la que antes vivía.

Tanner se agachó al lado de las puertas que daban a la casa. Ángel se acercó a su lado. Y Madison acababa de unirse a ellos cuando las puertas se abrieron. Accedieron al interior. Como habían desconectado la alarma, el vigilante jamás sabría que habían entrado. Buen truco, pensó Madison con cierto humor antes de mirar a su alrededor.

Todo estaba exactamente como lo recordaba. No había cambiado nada desde que ella se había marchado.

– ¿Dónde está su despacho? -musitó Tanner.

Madison señaló con la cabeza la dirección. Cruzaron el salón y entraron en el estudio. Ángel y Tanner se acercaron hasta el cuadro que había detrás del escritorio y presionaron un botón. El cuadro se deslizó lentamente. Madison se acercó hasta la caja fuerte y sintió que el corazón se le caía a los pies.

– No es la misma -imaginaba que eso era lo único que Tanner había cambiado en toda la casa-. ¿Ahora no la podremos abrir?

Tanner sonrió de oreja a oreja.

– Eso depende. ¿Te importa que no seamos muy sutiles?

– No, pero…

Antes de que pudiera preguntarle a qué se refería exactamente, sacó un cilindro del cinturón y apuntó con él hacia la cerradura de la caja. Echó un chorro de un líquido que desprendía un olor intenso y un segundo después, lo que antes era una cerradura infranqueable se había convertido en una masa pegajosa de metal líquido. Ángel abrió la puerta de la caja y sacó el ordenador.

Madison se puso de puntillas para mirar hacia el interior de la caja por detrás de Ángel.

– ¿Hay alguna joya? He echado de menos unos pendientes de diamantes que eran de mi abuela.

Ángel volvió a meter la mano en la caja después de contar con el asentimiento de Tanner y buscó entre los papeles hasta dar con una cajita de terciopelo que le tendió inmediatamente a Madison.

Madison abrió la cajita y encontró dentro los pendientes en cuestión.

– ¡Genial! Me dijo que los debía de haber perdido yo. ¡Qué canalla!

– Supongo que eres consciente de que de esa forma sabrá que tú has participado en esto. No pensábamos llevarnos de aquí ni documentos ni dinero.

– Podemos llevárnoslos también, aunque sólo sea para despistar.

– No creo que tenga ninguna duda sobre quién ha hecho esto, pero si quieres llevarte algo, adelante.

Madison negó con la cabeza. No quería nada de Christopher, excepto lo que le pertenecía legítimamente.

Tanner se colocó la mochila a la espalda.

– Vamos.

Madison retrocedió para dejarlos pasar, pero al hacerlo, golpeó el cuadro que escondía la caja fuerte. El cuadro comenzó a moverse. Madison contuvo la respiración. Ángel y Tanner se lanzaron hacia el marco, pero ya era demasiado tarde. El marco golpeó la puerta de la caja fuerte, que comenzó a cerrarse.

Hubo un segundo de silencio, seguido por el ensordecedor sonido de una alarma. Tanner gritó algo, la agarró del brazo y la sacó del estudio. Se encendieron las luces del piso de arriba.

Madison estaba horrorizada. No quería que la atraparan, pero tampoco quería que les ocurriera nada a Tanner o a Ángel. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida?

Ángel fue el primero en alcanzar la puerta de la calle y la mantuvo abierta. En vez de correr hacia la furgoneta, giró hacia una esquina. Tanner continuaba arrastrándola a ella.

El aullido de la alarma los seguía por toda la calle. Iban encendiéndose las luces de las casas cercanas. En cuanto se acercaron a la furgoneta, Tanner presionó el control remoto, las puertas se abrieron y el motor se puso en marcha.

– ¡Móntate detrás! -le gritó a Madison.

Madison obedeció y en cuanto estuvo en el interior, se asomó a la ventanilla. Vio salir al guardia de seguridad desde la parte de atrás de la casa; el guardia cruzó corriendo el jardín y de pronto se desplomó. Ángel apareció desde detrás de un arbusto y comenzó a correr en paralelo a la furgoneta.

Tanner cambió de marcha y cuando giraron, Madison vio a Christopher salir de la casa. Tanner se inclinó, abrió la puerta para que subiera Ángel y salieron de allí a toda velocidad.

Capítulo 13

Hicieron el trayecto de vuelta en completo silencio. Cuando llegaron a la casa de seguridad, Ángel desapareció sin decir nada. Madison siguió a Tanner al interior y esperó a que comenzara a gritarle.

Se sentía fatal. Por su culpa podían haberlos atrapado a los tres.

Una vez en la sala de control, Tanner le quitó el equipo sin decir una sola palabra. Madison se quitó el chaleco y se lo tendió. Percibía la tensión que irradiaba de Tanner y se preguntaba si estaría muy enfadado.

Tanner se quitó el chaleco, agarró el brazalete de seguridad y se lo pasó. Madison se lo puso y esperó, pero no hubo ni acusaciones ni gritos. Sólo un terrible silencio que la hacía sentirse pequeña y estúpida. Incapaz de aguantar más, le espetó:

– De acuerdo, lo he estropeado todo. Ahora grítame y regáñame.

Tanner se sentó frente a su escritorio.

– No voy a gritarte. No has hecho nada mal.

– He golpeado el cuadro.

– No ha sido culpa tuya. Eso podría haberle pasado a cualquiera.

– Sé que estás enfadado.

– Estoy bien.

– No es verdad.

– Madison, te prometo que no estoy enfadado contigo. Tenemos lo que necesitábamos y hemos conseguido salir sanos y salvos. Eso es lo único que importa -volvió a prestar atención a su ordenador.

– ¡Maldita sea, Tanner, no me hagas esto! No me trates como si fuera una estúpida. Sé que no estás bien, sé que estás furioso.

Tanner continuó con la mirada fija en la pantalla durante varios segundos antes de levantarse y fulminarla con la mirada.

– No creo que quieras tener esta conversación conmigo.

– Por supuesto que quiero. Soy capaz de enfrentarme a ella.

– No, no eres capaz -se volvió y se acercó a la ventana-. Vete a la cama.

No le habría hecho más daño si la hubiera abofeteado.

– Tienes unas reglas muy estrictas -le dijo con amargura-. Deberías habérmelo dicho antes para que estuviera preparada. Un error y ya estás fuera para siempre. Me sorprende que te quede algún amigo.

– No es eso -repuso Tanner con voz queda cuando Madison se estaba volviendo para marcharse.

– ¿Entonces qué es? -le preguntó.

– Cometí un error fundamental y ahora lo sé. He cometido un error que podría habernos matado a todos esta noche, y todo para impresionarte.

– ¿Qué acabas de decir? -preguntó Madison vacilante.

– Considéralo una estupidez, pero el caso es que querías ir y yo quería… -soltó una maldición-. Pensé que te impresionaría ver lo que hacía. Lo siento.

Madison no sabía qué decir. No sabía qué pensar. ¿Por qué demonios iba a importarle a Tanner lo que pensara de él?

– Pero si ni siquiera te gusto.

– Eso no es verdad.

Madison dio un paso hacia él.

– No puedo gustarte. A lo mejor no me odias, o ya no crees que soy una inútil pero, ¿gustarte? No, eso no es posible.

– ¿De verdad tenemos que hablar de esto?

– ¡Oh, claro que sí! Vamos a hablar hasta que de verdad lo comprenda.

– ¿Por qué te sorprende tanto?

– Porque sí -se acercó un poco más-. ¿Cuánto te gusto?

– Lo suficiente.

– ¿Y cuánto es lo suficiente? ¿Mucho? ¿Más de lo que te gustan los helados?

– Sí, más de lo que me gustan los helados -contestó él con una media sonrisa.

– ¿Y más que una pistola de rayos?

– No tengo una pistola de rayos.

– Pero si pudieras conseguir la única pistola de rayos del universo, ¿yo te gustaría más?

Tanner pareció considerar la pregunta y negó con la cabeza.