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Tanner le dirigió una sonrisa que no alcanzó en absoluto sus ojos.

– Señora Hilliard, ha sufrido una experiencia traumática. Estoy seguro de que en cuanto esté de nuevo con su padre y con su marido, se sentirá mucho mejor. Dentro de unas semanas, habrá olvidado esta desagradable experiencia.

– Espero que tenga razón. Desgraciadamente, creo que todavía hay muchas posibilidades de que acabe muerta.

Capítulo 2

Tanner contuvo un gemido. No tenía tiempo ni paciencia para enfrentarse a un drama en aquel momento. Quería que Madison Hilliard saliera de su vida para poder concentrarse en lo que era verdaderamente importante. ¡Maldita fuera! ¿Acaso aquella mujer se creía que era el centro del universo?

– ¿No cree que por esta semana ya tiene bastante con el secuestro?

– Esto no es un juego -respondió Madison-. No puede llevarme con mi familia. Lléveme a cualquier otra parte, por favor.

– ¿A una comisaría, por ejemplo?

Madison consideró esa opción.

Curiosamente, Tanner no pareció sorprendido cuando ella sacudió lentamente la cabeza. Seguramente la policía no era la clase de público que pudiera tener algún interés en ella. Ellos tampoco le seguirían el juego. Tanner la miró con los ojos entrecerrados, preguntándose si en su familia serían frecuentes los problemas mentales.

Madison dio un paso hacia él.

– Ha sido Christopher el que me ha secuestrado. Me atacaron y me drogaron estando en mi casa. No pude ver a nadie, pero reconocí su reloj antes de perder la conciencia. Es un reloj inconfundible, un modelo único.

– ¿Puede demostrarlo?

– Por supuesto que no, pero sé lo que he visto.

– ¿Y por qué cree que su marido podría querer secuestrarla?

– No lo sé, supongo que necesita dinero.

– Pero ustedes ya tienen mucho dinero.

– Christopher no tiene tanto como puede parecer. Y siempre está falto de dinero en efectivo. Ésa es la única razón que explica el exagerado rescate que pidió.

– Veinte millones es mucho dinero.

– Por favor, soy consciente de cómo suena lo que le estoy diciendo. Sé que no tiene ningún motivo para confiar en mí, pero las cosas no siempre son lo que parecen. Christopher vive al límite. Le gusta jugar y pierde mucho dinero. Es amante de los muebles caros y de las obras de arte. Créame, necesita más dinero del que tiene.

– No es nada personal, señora Hilliard, pero no la creo.

– Y tampoco le gusto -dijo Madison-. Y lo acepto. Pero eso no le da derecho a arriesgar mi vida.

– No creo que su vida corra ningún riesgo. ¿Por qué iba a contratar su marido a dos empresas diferentes si de verdad quisiera que la mataran?

– Porque para él valgo mucho más estando viva. Además, es posible que no haya contratado a otra compañía. Podría estar mintiendo.

– Sí, y también usted. Su padre y su marido me contrataron para que la rescatara y eso es lo que he hecho. Además, uno de mis mejores hombres está a punto de morir. No pienso involucrarme en los juegos que se traiga usted con su marido.

Y sin más, se volvió y se dirigió hacia la puerta.

Madison corrió hacia él.

– No estamos casados, ¿eso no se lo ha dicho? Llevamos seis meses divorciados.

Tanner la miró fijamente. ¿Divorciados? Miró su mano izquierda. No llevaba alianza ni tampoco tenía ninguna marca que indicara que la hubiera llevado recientemente. Pero ni Hilliard ni su padre le habían dicho nada del divorcio. De hecho, Hilliard había dejado muy claro que quería tener cuanto antes a su esposa a su lado.

Pero eso no cambiaba nada, se dijo a sí mismo. Divorciada o no, lo habían contratado para que hiciera un trabajo y pensaba hacerlo. Excepto… Maldijo en silencio. Había algo en la desesperación de Madison que conseguía removerle las entrañas. Y la experiencia le había enseñado a no ignorar nunca aquel sentimiento. Madison debió de advertir su renovada atención, porque comenzó a hablar rápidamente.

– Lo dejé hace casi dos años. Se pasó los seis primeros meses intentando convencerme de que volviera y el año siguiente intentando impedir que nos divorciáramos.

– ¿Por qué estaba tan interesado en conservar una mujer que quería divorciarse?

– Por dinero.

– Eso ya lo ha dicho antes, pero su ex está cargado de dinero.

– No, no tiene tanto dinero. Su forma de vida implica muchos gastos. Además, anda metido en algo grande. No sé lo que es, sólo le he oído hablar de ello con mi padre.

– ¿No se llevó una buena cantidad de dinero después del divorcio?

– No. Habíamos firmado un acuerdo prematrimonial -sonrió por primera vez-. Además, yo tampoco tengo tanto dinero. El dinero de la familia está vinculado a Adams Electronics. Mi padre es el principal accionista, no yo. Christopher se quedó con la que era nuestra casa.

– Su padre y él están trabajando juntos en algo. Lo averigüé en mi investigación.

– Sí, lo sé, pero no he hablado mucho con mi padre al respecto. Intenté convencerlo de que dejara de hacer negocios con Christopher, pero no me hizo caso. De hecho, todavía no comprende cómo he podido divorciarme de un hombre tan bueno.

Inclinó la cabeza, dejando al descubierto la cicatriz que marcaba su rostro. ¿Por qué conservaría una mujer tan hermosa una cicatriz como aquélla? Tenía dinero suficiente para pagarse los mejores cirujanos plásticos del mundo.

– Él planeó el secuestro para conseguir dinero. No creo que hubiera otra compañía buscándome. Estoy segura de que eso se lo dijo a mi padre para no preocuparlo.

– ¿Y por qué no acudió su padre a la policía?

– Confía en Christopher. Para él era el yerno perfecto. Mi padre es un científico despistado y prefiere que el mundo real no interfiera en su trabajo.

Tanner recordó entonces la reunión con los dos hombres. Era Hilliard el que hablaba en todo momento. Blaine Adams parecía preocupado, pero no excesivamente.

– En cualquier caso, asegúrese de que le pagan. Mi ex marido tiene la costumbre de pagar en dos partes. Una parte al principio del trabajo y la otra cuando se termina. Pero muchas veces olvida el segundo plazo.

– Hilliard jamás intentaría eso conmigo.

– ¿Por qué?

– Porque lo perseguiría hasta que me suplicara para poder pagarme.

– Le deseo suerte.

Hablaba con la confianza de alguien que conocía la triste verdad. Tanner fulminó a Madison con la mirada. No tenía tiempo para ella ni para su lacrimógena historia. Quería llevarla con su marido y con su padre. Pero no podía cuando sus entrañas le estaban diciendo que todo lo que le había contado era verdad.

– No la creo, pero intentaré investigar lo que me ha dicho.

El alivio de Madison fue tangible. Pero antes de que se relajara demasiado, Tanner se acercó a ella y la agarró del cuello, aplicando la presión suficiente como para que le resultara difícil respirar.

– Si me ha tomado el pelo, haré que se arrepienta, ¿está claro?

Madison abrió los ojos como platos. El color abandonó su rostro, pero su mirada no vaciló. Continuó mirándolo fijamente y asintió. Cuando Tanner la soltó, permaneció firme. Ni siquiera gimió o se frotó el cuello.

– No lo comprende -le dijo con voz queda-. No hay nada que usted pueda hacer que sea peor que lo que Christopher me ha hecho ya. No estoy intentando engañarlo. Lo único que pretendo es continuar viva.

Tanner dejó a Madison en la habitación y regresó a la oficina del almacén que tenía alquilado cerca del aeropuerto. En cuanto presionó las teclas oportunas su ordenador portátil volvió a la vida. Segundos después, estaba navegando por Internet, intentando investigar lo que Madison le había contado sobre su ex.

Dos horas más tarde, tenía un perfil detallado de Christopher Hilliard. Al parecer, Hilliard tenía la costumbre de no pagar sus cuentas, una costumbre curiosa en un hombre de dinero. También había insinuaciones sobre posibles negocios sucios, pero no se especificaba nada en concreto. La información más interesante procedía del empleado de un casino; según él, había contraído deudas con gente muy poco amistosa. ¿Sería ésa la razón por la que necesitaba el dinero del secuestro?