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Sólo entonces se volvió y vio a Christopher esposado. Paul Nelson enfundó la pistola y le palmeó a Tanner el hombro.

– Buen trabajo.

– Sí, el tuyo también.

Madison miró a los dos hombres.

– ¿Es ese amigo tuyo que trabajaba para el gobierno?

– Sí -se acercó a ella y se agachó a su lado-. ¿Estás bien?

Madison asintió, se levantó y le tendió el dispositivo.

– Está conectado al coche de mi padre -le dijo-. Si presionas un botón, se quedará sin frenos.

– ¿Tienes el número de teléfono de tu padre?

– Sí.

Tanner sacó el móvil de Christopher y se lo tendió.

– Llámalo y dile que baje del coche inmediatamente. Yo me pondré en contacto con la policía para que vayan a buscarlo.

No había nada en la expresión de Tanner que reflejara lo que estaba pensando. La trataba como si fuera un cliente más. En cualquier caso, lo más importante en aquel momento era salvar a su padre. Los dedos le temblaban mientras lo llamaba.

– ¿Papá? Soy Madison.

– Hola, cariño. ¿Cómo te encuentras?

– Estoy bien, papá. Escucha, tienes que parar el coche inmediatamente, por favor. Tienes un problema en el motor.

Esperó conteniendo la respiración, deseando que la creyera.

– Madison, ¿estás tomándote la medicación? Es muy importante que hagas caso a los médicos. Hemos sufrido mucho. Todos queremos que te pongas bien, pero tienes que seguir el tratamiento.

– ¡Papá, no estoy loca! ¡Tienes que hacerme caso!

– ¿Qué es todo ese ruido, Madison? ¿Dónde estás?

– En el despacho de mi agente de bolsa. Christopher me ha traído aquí para que le transfiriera acciones por valor de diez millones de dólares. Necesita ese dinero para…

¿Qué importaba? Su padre nunca la creería.

Se volvió mientras los hombres de Tanner sacaban a Christopher de la habitación.

– ¡Te atraparé! -le gritó Christopher a Madison mientras salía-. Todo esto es culpa tuya. Te atraparé y me aseguraré de que desees estar muerta, ¿me has oído?

En aquel momento la abandonaron las fuerzas. Incapaz de seguir soportando la situación, Madison le tendió a Tanner el teléfono.

– Mi padre no me hará ningún caso. A lo mejor tú puedes convencerlo.

Y se aferró a una silla antes de que le fallaran las piernas.

Tanner permanecía en la pista esperando a que llegara el helicóptero. Tenía un coche preparado para llevar a Blaine Adams a su casa, donde por fin podría ver a su hija y ser interrogado por la policía.

Había sido un día infernal, pensó Tanner. Hilliard había sido arrestado y había una orden de busca y captura contra sus amigos de la mafia rusa, pero imaginaba que eran escasas las posibilidades de atraparlos.

Vio el helicóptero en la distancia y se recordó a sí mismo que no era una buena idea darle un puñetazo al padre de Madison. Pero era precisamente eso lo que le apetecía. Sacudirlo por haber puesto a su hija en peligro. Tanner sabía que Adams había actuado movido por la ignorancia, pero eso no justificaba lo que había pasado. Madison había estado a punto de morir porque su padre no era capaz de abandonar su trabajo el tiempo suficiente como para enterarse de lo que estaba pasando a su alrededor.

Esperó a que aterrizara el helicóptero y se acercó a él para ayudar a bajar a su único pasajero.

– ¿Señor Keane? -le preguntó Blaine Adams en cuanto bajó del helicóptero-. Me dijeron que se reuniría conmigo. Quizá usted pueda explicarme lo que está pasando. No le encuentro sentido a nada de lo que me han contado.

– No me sorprende. ¿Sabe quién soy?

– Por supuesto. Usted es el hombre al que contrató mi yerno para rescatar a mi hija.

– Christopher Hilliard, que ya no está casado con su hija, ha sido detenido. Está acusado de varios delitos, entre ellos secuestro, extorsión e intento de asesinato. Es posible que lo juzguen también por la muerte de sus padres. Siempre ha habido algunas sospechas por la forma en la que les fallaron los frenos. Con el dispositivo que la policía ha encontrado en los frenos de su coche, señor Adams, tendrán todas las pruebas que necesitan.

Blaine palideció y se apoyó en la limusina que lo estaba esperando.

– No lo entiendo. ¿Qué está usted diciendo? Christopher nunca…

– Hilliard es capaz de hacer muchas cosas y las ha hecho. Esos inventos de los que está tan orgulloso y en los que ha trabajado durante meses, se los ha comprado a la mafia rusa. Lo único que ha hecho Hilliard ha sido convencer a todo el mundo de que los había inventado él. Organizó ese secuestro para conseguir los quince millones que necesitaba para pagar su invento. Los otros cinco eran para deudas de juego.

– No, es imposible. Christopher es como un hijo para mí, como un hermano.

– Christopher es un mentiroso que ha intentado matar a su hija. Su hija estaba conmigo y no en un psiquiátrico. Engañó a su hija intentando convencerla de que usted había sufrido un ataque al corazón y ella puso en riesgo su vida para venir a verlo. -Tanner lo fulminó con la mirada-. En lo que a Madison concierne, está usted completamente ciego. No sé nada de su esposa, pero el único problema mental de Madison es lo mucho que lo quiere a pesar de que le ha dado la espalda. Madison es una mujer inteligente y decidida. Es mucho más de lo que usted se merece.

– No lo comprendo -susurró Blaine-. ¿Christopher ha intentado matar a Madison?

– ¿Cómo cree que se hizo esa cicatriz que tiene en la cara?

– Ella me dijo que se había caído.

– La empujó Christopher. Y también la amenazó, la secuestró y le dijo que si no le entregaba diez millones de dólares, pondría en funcionamiento el dispositivo para destrozarle los frenos del coche y lo mataría.

– ¡Oh, Dios mío!

Temiendo que el padre de Madison pudiera desmayarse, Tanner le abrió la puerta de atrás de la limusina y lo ayudó a subir.

– Este coche lo llevará a su casa. Allí lo está esperando la policía para interrogarlo. Madison llegará más tarde. Y le sugiero que intente que sea muy, muy feliz. Si me entero de que ha intentado defender a Christopher delante de ella, lo perseguiré hasta hacerle desear la muerte. ¿Ha quedado claro?

– Señor Keane, no necesito que me diga cómo tengo que cuidar de mi hija.

– ¿Ah, no? Ha estado ignorándola y minusvalorándola durante años. Alguien tendrá que cuidarla.

– Y supongo que cree que esa persona es usted.

– No creo que haya nadie mejor.

Tanner retrocedió y cerró la puerta. Cuando la limusina se alejó, regresó a su coche y se dispuso a conducir hacia la casa de seguridad. Madison ya habría terminado la primera ronda de interrogatorios. Tanner le había pedido a Ángel que la llevara a la casa de seguridad para que recogiera sus cosas y aunque quizá fuera una tontería, Tanner quería verla por última vez.

Capítulo 19

Madison terminó de guardar sus cosas. Ya había metido el ordenador portátil en la maleta y había recogido sus útiles de aseo del cuarto de baño. No le quedaba mucho por hacer, lo que significaba que no tenía excusa para prolongar su marcha. Pero quería ver a Tanner antes de irse. Ángel le había dicho que pensaba dejarse caer por allí, pero no había sido más concreto y Madison tenía la sensación de que si no veía a Tanner en aquel momento, desaparecería de su vida para siempre.

Cerró el maletín. El sonido de unos pasos en el pasillo la hizo tensarse. Se volvió, pensando encontrarse con Ángel, pero fue a Tanner al que vio en el marco de la puerta.

El corazón le dio un vuelco y sintió un inmenso alivio. Tanner había vuelto.