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– ¿De verdad piensas aguantar tanto tiempo?

– Sí, a los seis meses dejaré de llamar, pero no de quererlo.

– ¿Lo prometes?

Madison escuchó aquellas palabras, pero no procedían del teléfono. El sonido le había llegado desde la puerta de su dormitorio. Madison dejó el teléfono encima del edredón y se volvió hacia la puerta. En medio de la oscuridad, no podía distinguir los detalles de su rostro, pero reconoció a Tanner al instante.

Demasiado estupefacta para poder hablar, sólo fue capaz de mirarlo mientras él cruzaba hacia la cama y levantaba el teléfono. Lo apagó antes de dejarlo de nuevo sobre el edredón y agacharse delante de Madison.

– ¿Estás segura? -le preguntó con voz grave.

La lámpara de la mesilla de noche iluminaba su rostro. Estaba muy delgado y tenía unas ojeras muy pronunciadas.

– ¿Qué te ha pasado? ¿Has estado enfermo? -le preguntó Madison acariciándole la mejilla.

– Te he echado de menos. Aceptaba todas las misiones peligrosas que podía para olvidarte. Eres parte de mí, Madison -le tomó la mano y entrelazó sus dedos con los suyos-. Madison, ¿es cierto? ¿De verdad me quieres? Porque si no me quieres, no podré soportarlo. Todo esto me está matando.

Madison se inclinó hacia él para abrazarlo. Al segundo siguiente, estaban los dos besándose en la cama como si tuvieran que recuperar toda una vida.

– Por supuesto que te quiero -susurró mientras lo besaba-. He estado llamándote todas las semanas pare decírtelo.

– Lo sé. Ángel grababa todas las llamadas. No soportaba escucharlas pero, al mismo tiempo, me las ponía una y otra vez. Necesitaba que todo lo que decías fuera cierto, aunque me decía que no podía ser.

– ¡Qué hombre tan cabezota! ¿Ahora me crees?

– Tengo que creerte. Necesito creerte -le acarició la cara-. Te has quitado la cicatriz.

– Pensé que sería lo mejor. Todavía me queda una pequeña marca, pero ya no necesito que me recuerde a nadie.

Tanner la miró a los ojos.

– Te amo, Madison. No te merezco y puedes conseguir a hombres mucho mejores que yo, pero te amo. Cásate conmigo. Pasaré el resto de mi vida cuidándote. Te amo con cada fibra de mi ser, y siempre te querré así.

– ¿Y qué te parecería tener un hijo?

Tanner la miró pestañeando.

– Me gustan los niños. Y quiero tener hijos contigo.

– Estupendo.

Madison le tomó la mano y la deslizó bajo el edredón para que la posara sobre su vientre. Después lo miró a los ojos.

– ¿Estás embarazada?

– Sí, quería decírtelo antes, pero no querías hablar conmigo.

Tanner soltó una maldición.

– Eso era lo que tenías que decirme hace unas semanas, lo que decías que era importante.

– Exactamente. No quería tener que decírselo a Ángel.

Tanner no sabía qué clase de combinación de los acontecimientos lo había llevado hasta aquel momento, ni por qué Madison lo quería. Pero estaba con ella, con un bebé en camino y un futuro lleno de promesas.

Empezó a reír. Madison se unió a sus risas y se abrazaron el uno al otro.

– Me ha hecho muy feliz lo del bebé -confesó.

– Yo también soy muy feliz -contestó Madison-. Ahora sólo necesitamos un perro.

– Y un trabajo menos peligroso.

– Totalmente de acuerdo.

Tanner la besó y le dirigió una sonrisa.

– Hace un momento te he propuesto matrimonio.

– Sí.

– Y tú no has contestado.

– ¡Oh, lo siento! Pero pensaba hacerlo -lo estrechó contra ella-. Sí, me casaré contigo. Quiero pasar el resto de mi vida a tu lado.

– Y seremos felices para siempre jamás.

– ¿Crees que es probable?

Tanner la miró a los ojos y vio en ellos toda la felicidad que tenían por delante.

– Absolutamente.

SUSAN MALLERY

***