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Y hablando de ese dinero… Hizo una llamada rápida y se reclinó en la silla. ¿Qué iba a hacer? Aunque no terminaba de creer a Madison, todavía no le había descubierto ninguna mentira. Por supuesto, no era una persona a la que él respetara, pero eso no significaba que quisiera verla muerta. Y hasta que estuviera seguro, ella continuaba siendo responsabilidad suya.

Pero podría quitársela de encima rápidamente, se dijo a sí mismo mientras alargaba la mano hacia el teléfono. En aquella ocasión llamó a casa de Blaine Adams, que contestó el teléfono al primer timbrazo.

– ¿Diga?

– Soy Tanner Keane.

– Por fin. Espere un momento, señor Keane. ¡Christopher, es el señor Keane, ponte en el teléfono de la biblioteca!

Tanner esperó en silencio. Después oyó un clic y supo que Hilliard estaba en la otra línea.

– ¿Keane? ¿Qué demonios está pasando? ¿Dónde está mi esposa?

«Su ex esposa», pensó Tanner, preguntándose quién estaba jugando realmente con él.

– Está conmigo y está a salvo.

Blaine dejó escapar un sonoro suspiro de alivio.

– Gracias a Dios. Debería haberte hecho caso antes, Christopher. Me dijiste que el señor Keane era el mejor. ¿Madison está bien?

– Está perfectamente, y deseando verlos a los dos.

– Estupendo, estupendo. Buen trabajo -Blaine se aclaró la garganta-. De acuerdo entonces, Christopher, dejaré que sigas hablando tú. Yo tengo que volver al laboratorio. Tengo una reunión y trabajo pendiente…

Su voz se fue alejando como si hubiera abandonado el teléfono, pero se hubiera olvidado de colgarlo. Segundos después, se oyó que alguien colgaba el auricular.

Tanner había estado pensando la manera de alejar a Blaine del teléfono, pero al parecer el destino le había sido favorable. Ya sólo quedaban Hilliard y él.

– Debe de haber estado muy preocupado… -le dijo.

– Por supuesto. Todos lo hemos estado. La otra compañía que contratamos estaba formada por incompetentes.

Tanner se reclinó en la silla y se preparó para empezar su juego.

– ¿Cómo se llamaba esa compañía?

– ¿Por qué quiere saberlo?

– La gente me pregunta por la competencia muy a menudo. No quiero recomendar a alguien que no es capaz de cumplir con su trabajo.

Hilliard se echó a reír.

– No creo que usted recomiende a nadie, Keane.

Interesante. Así que Hilliard no iba a decírselo. Lo cual le hizo preguntarse si Madison no tendría razón. Quizá no hubieran contratado a ninguna otra empresa y Hilliard hubiera esperado a que la situación se pusiera difícil para contratarlo. Era la mejor manera de presionar a Blaine para que pagara el rescate.

– ¿Y cómo está ella? Madison nunca ha sido muy fuerte emocionalmente.

– Aliviada. La han golpeado terriblemente.

– ¿Qué? No. No deberían haber hecho algo así.

Tanner asintió lentamente. Aquélla no era la respuesta normal en un marido preocupado.

– ¿Por qué iban a hacer una cosa así? -preguntó Hilliard-. Ellos querían el dinero del rescate, no hacerle daño. Quiero que encuentren a esas personas y las castiguen por lo que le han hecho a mi esposa.

– Yo no me encargo de esas cosas -le respondió Tanner-. Tendrá que contratar a otro para que haga ese trabajo. ¡Ah, casi lo olvidaba! Acerca del rescate… -se interrumpió deliberadamente para hacerle sufrir a Hilliard.

– ¿Sí? El rescate ya está pagado,

– No. En cuanto tuve a Madison conmigo, envié a mis hombres a interceptarlo.

Se produjo un silencio. Tanner esperó. Si Hilliard no tenía nada que ver con el secuestro y no había hecho aquello por dinero, no le importaría lo que había pasado.

– ¿Dónde está ahora el dinero? -preguntó Hilliard en un tono de voz deliberadamente neutro.

Pero Tanner llevaba demasiado tiempo en aquel negocio como para dejarse engañar; sabía que el otro hombre estaba furioso y frustrado. ¡Maldita fuera! Madison tenía razón.

– Haré que envíen el dinero a la oficina del señor Adams. Ya se lo he notificado a su banco para que se haga cargo del dinero.

– Es usted muy considerado -dijo Hilliard, sin disimular apenas su furia.

– Para eso me pagan. Y hablando de pagar, todavía me debe la mitad de lo pactado.

– Sí, por supuesto. ¿Dónde está Madison? ¿También piensa enviarla a la oficina de su padre?

– Muy gracioso -dijo Tanner, disfrutando del momento-. Está muy afectada por todo lo ocurrido, como puede imaginar. Ahora mismo sólo quiere descansar durante algún tiempo.

– ¿Qué significa eso exactamente?

– Que se quedará unos cuantos días conmigo.

Hilliard soltó una maldición.

– No puede hacer eso. Es usted tan perverso como ellos.

– No estoy reteniendo a su esposa en contra de su voluntad, señor Hilliard. Es un requerimiento hecho específicamente por ella.

– Quiero que mi esposa vuelva inmediatamente. Si no me la devuelve, lo denunciaré a la policía.

– Si yo estuviera en su lugar, eso es exactamente lo que haría.

– No puede hacerme esto.

– Lo estoy haciendo.

Tanner colgó el teléfono preguntándose qué iba a pasar a continuación. Si Madison y él estaban equivocados, Hilliard iría directamente a la policía. Pero lo veía poco probable. Allí estaba ocurriendo algo. Algo que le había costado a Hilliard veinte millones de dólares.

Christopher hizo todo lo que pudo por concentrarse en su trabajo, pero le resultaba imposible. La furia se lo impedía. ¿Cómo era posible que hubiera salido todo tan mal?

Sabía que la culpa era de Madison. La muy estúpida había sido un obstáculo durante aquellos tres años. Se había casado con ella esperando contar con una mujer atractiva y sin cerebro con la que decorar su vida, pero Madison había convertido su vida en un infierno.

Sonó el teléfono y se obligó a contestar.

– Hilliard -dijo.

– Ah, Christopher, me alegro de encontrarte -Blaine Adams comenzó a divagar sobre los problemas de una placa base.

Christopher intentó concentrarse en la conversación y ofrecerle algunas sugerencias cuando lo que en realidad le apetecía era preguntarle a aquel hombre cómo podía ser tan estúpido.

– ¡Oh! -dijo Adams cuando terminaron la conversación-, ha venido un hombre muy amable a devolverme el dinero del secuestro. El señor Keane me dijo que me lo enviaría aquí y así ha sido. Tenías razón sobre el señor Keane.

– Sí, es uno de los mejores -dijo Christopher entre dientes.

– Desde luego. Ahora Madison podrá concentrarse en relajarse y olvidar todo este horrible asunto. Estarás a su lado, ¿verdad, Christopher?

– Por supuesto. Ya sabes que Madison es mi vida.

– Sí, sí. Es una pena que sea tan cabezota y decidiera divorciarse. Pero estoy seguro de que conseguirás que vuelva a tu lado. Desgraciadamente, mi hija se parece mucho a su madre. Apenas se puede hacer nada con una mujer tan débil.

– A mí me gusta tal y como es -repuso Christopher.

– Lo sé. Eres un buen hombre. Y para mí eres como un hijo. Bueno, ya es hora de que volvamos a trabajar. Los problemas no se resuelven solos, ¿verdad?

Y sin más, colgó el teléfono.

¿Por qué demonios había tenido que salir todo mal?, se preguntó Christopher mientras colgaba bruscamente el auricular. Necesitaba quince de esos veinte millones para hacerle el siguiente pago a Stanislav. A la mafia rusa no le gustaba esperar. Los otros cinco servirían para saldar sus deudas de juego. ¿Qué demonios se suponía que iba a hacer? Arrojó un jarrón contra la pared y durante un par de segundos, se sintió mejor, pero pronto volvieron la desesperación y el miedo.