Выбрать главу

Youqing ya estaba mal, pero entonces salió un médico diciendo que esa sangre no bastaba. El enfermero, que era un cabronazo hijo de puta, por poco deja seco a mi hijo. Youqing ya tenía los labios azules, pero él siguió dale que te pego. Sólo cuando la cabeza de Youqing cayó a un lado, el tipo se asustó y fue a llamar al médico. El doctor se agachó a su lado y lo auscultó.

– No tiene ni latidos -dijo.

Pero tampoco le dio mayor importancia. Se limitó a echar una bronca al enfermero.

– ¡Eres un inútil! -le dijo, y volvió a entrar en la sala de partos a salvar a la mujer del jefe de distrito.

Esa tarde, antes de terminar el trabajo, un niño de la aldea de al lado, compañero de clase de Youqing, vino corriendo como una bala, se paró delante de nosotros y gritó a voz en cuello:

– ¿Quién es el padre de Xu Youqing?

Al oírlo, me dio un vuelco el corazón. Estaba preguntándome qué le podía haber pasado a Youqing cuando el niño gritó:

– ¿Y su madre?

– Yo soy el padre de Youqing.

– Es verdad, es usted -dijo limpiándose la nariz, después de mirarme-. Vino una vez a la escuela… Xu Youqing se está muriendo -añadió cuando yo ya sentía el corazón como si se me fuera a salir.

Inmediatamente se me nubló la vista.

– ¿Qué dices? -pregunté al niño.

– Que vaya corriendo al hospital, que Xu Youqing se está muriendo.

Tiré la azada y eché a correr hacia la ciudad, aturdido y con el corazón en un puño. Pensé en lo bien que estaba Youqing a mediodía, cuando se marchó a la escuela, y ahora me decían que se estaba muriendo. Llegué corriendo al hospital, con la cabeza zumbándome, y agarré al primer médico que vi.

– ¿Y mi hijo?

El médico me miró.

– ¿Y cómo sé yo quién es su hijo?

Yo me quedé atontado. Pensé: «Igual me he equivocado, ¡ojalá!»

– Me han dicho que mi hijo se estaba muriendo -expliqué-, y que viniera al hospital.

El médico, que ya se iba, se detuvo.

– ¿Cómo se llama su hijo? -me preguntó mirándome.

– Youqing -dije.

Señaló la última habitación del pasillo.

– Pregunte allí -dijo.

Corrí a esa habitación. Dentro había un médico escribiendo algo.

– Doctor -pregunté con el corazón retumbándome-, ¿vive aún mi hijo?

El médico levantó la cabeza y me miró un buen rato.

– ¿Se refiere a Xu Youqing? -preguntó.

Me apresuré a decirle que sí.

– ¿Cuántos hijos varones tiene? -volvió a preguntar.

Inmediatamente me flaquearon las piernas y me eché a temblar.

– Sólo uno -le dije-, por favor, tenga piedad, sálvelo.

El médico asintió, como diciendo que sí, pero entonces volvió a preguntar:

– ¿Por qué sólo ha tenido un hijo?

¿Qué iba yo a contestar a eso? Me irrité.

– ¿Vive mi hijo, si o no? -le pregunté.

– No, ha muerto -contestó él moviendo la cabeza.

De repente, dejé de ver al médico, se me nubló el entendimiento, sentí las lágrimas caer. Sólo al cabo de un rato fui capaz de preguntarle:

– ¿Dónde está mi hijo?

Youqing estaba solo, en una habitación pequeña, tendido en una cama de ladrillos. Cuando entré, todavía no había oscurecido, y lo vi allí estirado, tan flaco y tan menudo; llevaba puesta la última ropa que le había hecho Jiazhen. Tenía los ojos cerrados, y la boca también, muy apretada. Lo llamé: «¡Youqing! ¡Youqing!» varias veces, pero no se movió, y me di cuenta de que estaba muerto de verdad. Abracé a mi hijo, pero el cuerpo de Youqing ya estaba rígido. A mediodía, cuando salió hacia la escuela, estaba vivito y coleando, y al atardecer ya estaba tieso. Por mucho que lo pensara no lo entendía: tenían que ser dos niños distintos. Lo miré, le acaricié esos hombros flacuchos: sí, era mi hijo. Lloré a lágrima viva, ni siquiera me di cuenta de que llegó el profesor de educación física. Al ver a Youqing, se echó a llorar también.

– ¡Quién iba a pensarlo! -decía una y otra vez-. ¡Quién iba a pensarlo!

El hombre se sentó a mi lado, y estuvimos llorando frente a frente, acariciando la cara de Youqing. Pasó mucho rato. De repente me di cuenta de que no sabía cómo había muerto mi hijo. Se lo pregunté al profesor de educación física, y fue entonces cuando me enteré de que había muerto de la sangre que le habían sacado. En ese momento me entraron ganas de matar a alguien. Solté a mi hijo y salí disparado. Entré en una sala, vi a un médico y lo agarré por el brazo. Sin preocuparme siquiera por saber quién era, le arreé un puñetazo en toda la cara. El médico cayó al suelo y se puso a gritar como un loco.

– ¡Has matado a mi hijo! -rugí.

Levanté un pie para meterle una patada, pero alguien me lo impidió. Me volví, y era el profesor de educación física.

– ¡Suéltame! -le dije.

– No haga locuras -dijo él.

– ¡Lo voy a matar! -dije.

El profesor de educación física me tenía agarrado, y yo no lograba deshacerme de él.

– ¡Ya sé que le tenía cariño a Youqing! ¡Suélteme! -le supliqué llorando.

Pero el profesor de educación física siguió sujetándome. No tuve más remedio que darle codazos con todas mis fuerzas. Cuando el médico se puso de pie y salió corriendo, nos rodeó mucha gente. Vi que entre ellos había dos médicos.

– Por favor, suélteme -dije al profesor de educación física.

El hombre era muy fuerte. Mientras me tuviera sujeto, yo no podía moverme. Yo iba arreándole codazos, pero a él no parecían dolerle.

– No haga locuras -me decía una y otra vez.

En ese momento, vino un hombre con traje Sun Yat-sen [14] y le dijo al profesor de educación física que me soltara.

– ¿Es usted el padre de Youqing?

No le hice ni caso. En cuanto me soltó el profesor de educación física, me abalancé sobre uno de los médicos, pero él dio media vuelta y huyó. Oí que alguien llamaba «jefe de distrito» al hombre del traje Sun Yat-sen. Pensé: «¡Así que él es el jefe de distrito!» y que su mujer le había robado la vida a mi hijo. Levanté un pie y le arreé un patadón en la barriga. Él lanzó un gemido y cayó de culo al suelo. El profesor de educación física volvió a sujetarme.

– ¡Es el jefe de distrito Liu! -me gritó.

– ¡A ése es a quien quiero matar! -dije yo.

Levanté el pie para volver a darle, pero el jefe de distrito me preguntó de repente:

– ¿No eres Fugui?

– ¡Te voy a matar hoy mismo como sea! -le solté.

El jefe de distrito se levantó del suelo.

– Fugui -me dijo-, soy Chunsheng.

Cuando me dijo eso, me quedé helado. Estuve mirándolo un buen rato y, cuanto más lo miraba, más lo reconocía.

– ¡Eres Chunsheng! -dije.

Él se acercó y también me estuvo mirando.

– ¡Eres Fugui! -dijo.

Al ver a Chunsheng, me calmé bastante.

– Chunsheng -le dije llorando-, ¡cómo has crecido y engordado!

Sus ojos también se le pusieron rojos.

– Fugui, creí que habías muerto.

– No -dije moviendo la cabeza.

– ¡Y yo que creí que habías muerto, como Lao Quan!

Nada más mencionar él a Lao Quan, nos echamos los dos a llorar desconsoladamente.

– ¿Encontraste alguna torta? -le pregunté después del llanto.

– No -dijo él secándose los ojos-, ¿todavía te acuerdas? Cuando salí a buscarlas caí prisionero.

– ¿Comiste panecillos al vapor? -le pregunté.

– Sí -me dijo él.

Los dos nos pusimos a reír. Pero, mientras reía, recordé a mi hijo muerto. Me froté los ojos y lloré de nuevo. Chunsheng me puso una mano en el hombro.

– Chunsheng -le dije-, mi hijo ha muerto. Era mi único varón.

– ¿Cómo puede ser que sea precisamente tu hijo? -dijo él suspirando.

вернуться

[14] Se trata del traje azul, negro o gris, de cuello cerrado que llevan principalmente los funcionarios del gobierno y que en España se conoce como «traje Mao».